AÚN QUEDAN DÍAS DE VERANO
AÚN QUEDAN DÍAS DE VERANO
Hace unos días, en la playa, observando a lo lejos encontré a tres niños que llevaban en sus manos un arcoíris de bolitas de colores. Vendían pulseras que ellos mismos habían hecho, con la ilusión de sacar unas monedas y comprar chuches.
Se miraban entre ellos, con esa picardía inocente que la edad lleva innata. Porque a esa edad, puedo asegurar que se sienten socios inseparables de esa empresa que acaban de crear. Y con la que sueñan que les regalará beneficios inmediatos con los que dibujar sonrisas en sus caras, disfrutar de un sobre de cartas de fútbol o su golosina más preciada.
Les compré tres que hoy llevo puestas, que me acompañan en mis baños en el mar a primera hora de la mañana o al atardecer. Y que me hacen recordar aquella ilusión de niña emprendedora que siempre fui.
Porque cada bolita que intentas introducir en ese hilo fino elástico es una aventura. Cada momento en el que cuando la das por terminada se rompe y abalorios de colores saltan a lo loco ante los ojos expectantes de sus autores, es una desilusión momentánea. Pero todo suma.
Y esos niños astutos de mirada limpia, sin saberlo, están iniciando un bonito camino hacia un futuro en el que recordarán aquellos días de verano en los que compartir, reír y abrir puertas a la creatividad les guiará en su vida.
Yo fui una de esas niñas. Hacía pulseras con hilos de colores de plástico, combinadas a la perfección con los colores del bikini. Antes muerta que sencilla.
Pintaba piedras de la playa con colores alegres que luego cubría con esmalte de uñas transparente.
Rebuscaba en cajones y encontraba pequeños muñecos de goma que ya no usaba, pelotas saltarinas y algún tebeo viejo.
Y entonces soñaba con un puesto espectacular en el paseo marítimo, con una carpa, como ponen ahora los artesanos.
Pero todo se reducía a colocar mi mercancía en el muro junto a la playa, y un cartón que con rotuladores de colores marcaba los precios de los artículos.
¡Nunca me hice rica!
Discrepo, sí que lo fui. Rica en experiencias. En romper con la timidez que en la infancia me acechaba de lo lindo. En aprender a organizar, a colocar mis productos de la manera más llamativa, en observar a quiénes serían mis mejores clientes.
Aprendí de la vida, del esfuerzo. A valorar el trabajo y sobre todo el tiempo de esas personas que se paraban un instante a observar mi súper negocio e iluminaban mis ojos de niña soñadora.
Y hoy, me levanté temprano para caminar por mi playa solitaria y escuchar el sonido del graznido de las gaviotas. Una orilla repleta de piedras brillantes por el efecto del mar sobre ellas. Varios kilómetros para observar y agacharme tranquila cada vez que encontraba alguna de una forma especial.
Un corazón blanco, como un cuarzo me ha hecho sonreír. ¿Una piedra con forma de corazón? ¡Cuánto habrá recorrido para que sus cantos hayan cogido esa forma tan especial!
Y siguiendo mi camino, ahora mucho más feliz, agarrando bien esa piedra con vida, mi mirada se ha quedado fija entre la inmensidad. ¿Un corazón negro?
¡Dos corazones tan cerca y no se habían encontrado antes! La vida, un ir y venir, un cruce de caminos, un instante.
¡Sí!, esos dos corazones han venido conmigo a casa. No podía dejarlos allí, buscándose toda la vida. Anda que si lo que querían era estar separados, la he liado pero bien.
Esos dos corazones y un montón de piedras. Y unas pinturas que he comprado a la vuelta, para darles vida y color.
Porque a veces, sólo con la mirada de tres niños inquietos bajo una sombrilla, se despierta esa niña que ahora mismo está dibujando soles, mariquitas y flores en las piedras que descansaban junto al mar.
FELIZ DOMINGO DE VERANO
EVA GARCIA AGUILERA