ESAS COSAS QUE NOS PASAN UN LUNES CUALQUIERA

La Ventana de Eva

ESAS COSAS QUE NOS PASAN UN LUNES CUALQUIERA

 

¡Qué noche más larga! Cuando comenzamos con el cambio de hora, el de invierno, estoy sin adaptarme por lo menos dos meses. Os lo digo en serio. Es más, cuando me levanto digo eso de, son las siete pero en realidad es como si fueran las ocho. O por la noche, lo de uf, qué ganas de acostarme, porque son las diez pero es como si fueran las…

Sí, mamá, como si fueran las once, dicen al unísono mis hijas con cara de, por favor, hasta cuándo va a durar esto.

Pues hoy me he levantado a las siete y cuarto, aunque en realidad es como si fueran las… Lo sé, lo sé, lo habéis pensado. Tengo clase de pilates de máquinas a las ocho, y la verdad es que iba pensando que ojalá la profesora nos hubiera preparado una clase de esas que te cuelgas de los muelles y estiras como un chicle Bang Bang. ¿Os acordáis de esos chicles? Yo me metía los cinco seguidos hasta que la boca no me daba más de sí. Era alucinante como se iban fusionando mientras que yo me hacía polvo la mandíbula, ja, ja.

 

Que me voy por otro lado. He llegado a mi clase de pilates y a lo lejos he visto a mi profesora que estaba colocando colchonetas en el suelo y un rulo azul durísimo encima. No me he dado la vuelta no sé por qué. Pero contra todo pronóstico, he salido descontracturada desde la cabeza a los pies. ¡Qué maravilla!

Así que volvía a casa intentando no pisar los charcos de la lluvia de esta noche, sonriendo y observando a esa gente que viene y va, cuando he visto a un señor mayor en la calle, sujeto a la puerta de hierro exterior de su vivienda, mirando hacia dentro como aturdido…

Perdone, me he dejado las llaves dentro de la otra puerta de entrada a casa, ¿podría usted saltar por aquí hasta el porche y cogerlas? No sé si ha entrado agua de la lluvia, mi hija…

En un segundo lo he mirado, de cerca. Estaba muy asustado, algo desconcertado, sus piernas tenían signos de falta de circulación, su movilidad era algo débil.

¿Saltar por la valla hasta el porche, yo? Madre mía. Os lo he contado mil veces. Soy torpe para esas cosas desde que soy una niña. Si mi madre me compraba la morera en el mercado porque era incapaz de subir a la valla como el resto de niños y cogerla de los árboles. Que ahora que lo pienso, no sé por qué me pongo límites. He subido por unas escaleras a las que tenía pánico para llegar a la campana del reloj del Arsenal Militar de mi ciudad, y otras cosas que no cuento.

Se ve que el hombre me ha visto con ropa de deporte, y no sabía que salvo estirar un montón, la agilidad yo la tengo un poco limitada.

Lo siento muchísimo, de verdad, pero es que yo soy muy torpe para eso, desde pequeña.

Ya, a mí me pasa igual, no tengo yo las piernas como para…, me dice el señor que rondará los 80 años.

Y entonces le digo, no se preocupe, voy a quedarme aquí con usted y cuando pase alguien que vea yo que está en forma para esto, lo paro.

Y entonces pasa el chico de cuerpo atlético pegado a su teléfono móvil. No tiene pinta de acabar la conversación, así que me acerco y le hago un gesto. Se ve que tengo cara de fiar, porque cuelga el teléfono y me escucha. Me dice algo como que él no se atreve a saltar y meterse en una casa ajena, porque si ocurre algo… Claro, yo esas cosas no las  pienso. Que igual el viejecito me denuncia por allanamiento de morada. ¡Anda ya! ¿No le has visto lo apurado que está y cómo tiene las piernas?

Veo a lo lejos un coche de policía y le hacemos el alto. Bajan dos chicos apuestos y mientras les cuento lo de que si podrían saltar la valla…

¡Que ya estaba dentro! Ese pasó las pruebas físicas con Matrícula de Honor. El otro ha saludado al señor, parece que no es la primera vez, lo conoce.

Y ha sido entonces cuando le he vuelto a mirar. Estaba asustado, repetía lo de su hija, de que no hubiera entrado agua. Esa cara de niño que espera una reprimenda, agarrado a las rejas de la puerta… Me ha recordado a un libro que leí hace poco, de Pedro Simón. Se llama Los Siguientes y trata la situación que se crea cuando los padres se hacen mayores.

Pedro, que así se llama el octogenario asustado, me ha dado las gracias con ese gesto de haberle salvado la vida. Yo le he sonreído y le he dicho que el teléfono y las llaves siempre en el bolsillo.

 

¡He vuelto a casa sonriendo! Me ha generado ternura, y le he enviado un audio al escritor del que os he hablado, para contárselo.

He subido a casa por las escaleras, dejando a un lado el ascensor para desafiar a la falta de agilidad, y he ido directa a la lavadora.

Sí, me encanta el riesgo. Los días de probabilidad de lluvia me dan una vidilla. Pongo la lavadora a tope de ropa, y luego la cuelgo ante la mirada de mi vecina, La Securitas Direct. ¡No la soporto, os lo digo de verdad! A mí no me suele pasar esto muy a menudo, pero es que La Securitas Direct se lo ha ganado a pulso. En el momento que abro las ventanas de la galería, ella está ahí asomada, observándome sin piedad. He optado por ignorarla, y me sienta genial. Salvo los días que llueve y yo tiendo la ropa como una rebelde, la miro, y le digo, buenos días. Y por dentro pienso, te arrepientes de no haber arriesgado tú y ya tendrías la ropa seca. Sigue así, que como un día te dejes las llaves dentro de casa…

Pi pi, suena un whatsapp. Es Pedro Simón, el escritor. Se ve que ha escuchado mi audio, con la historia de ese señor mayor que…

Qué bonito es eso que me cuentas, Eva. Que uno no pase de largo. Imagínate, Eva, ese hombre te llevará siempre en su corazoncito.

Y es que estamos de paso, pensamos que nunca tendremos falta de movilidad, que la memoria no nos jugará malas pasadas, que nuestros hijos no nos tratarán como niños. Por eso hoy, cuando vi pasar a la gente de largo, pensé en lo que dice este escritor increíble .Nosotros somos, LOS SIGUIENTES.

 

FELIZ DOMINGO

LA VENTANA DE EVA

EVA GARCÍA AGUILERA