ETERNAMENTE… GRACIAS
ETERNAMENTE… GRACIAS
Llegué a este rinconcito del noroeste hace más de 20 años.
Una chica de 29, de ciudad, de grandes avenidas, a la que le gustaba darle al tacón, pararse en todos los escaparates y sobre todo no podía vivir sin el mar.
Casi dos años casada con un chico guapo y apuesto con el que todavía no había podido iniciar la convivencia matrimonial. Claro, estaba viviendo su sueño, trabajar en banca. Y esto, queridos lectores, no lo ponía nada fácil. Benidorm y Alicante fueron mis primeros destinos. La avenida de Maisonave y un piso muy alto desde el que casi podía tocar el cielo me alegraba los días.
Pero, ¿sabéis aquello de que por amor se hace lo imposible? Un día me ofrecieron estar más cerca de mi chico. Y si no decía que sí, serían capaces de declarar este matrimonio en la distancia nulo. Uff, qué pereza. ¿Os imagináis tener que volver a preparar una boda, colocar a los invitados en las mesas…?
Así que por amor dije, sí quiero. Y allí llegué yo, a Caravaca de la Cruz, un lugar al que no había ido desde que la carretera era nacional, de pequeña y que hubiera sido el lugar perfecto si a mi chico también lo hubieran traído aquí, pero… Esto me lo salto. Lo cierto es que al cabo de bastantes meses él llegó y comenzamos una vida juntos en este lugar que hoy celebra CARAVACA AÑO JUBILAR 2024.
Esos meses de espera, sola en aquel pueblecito con encanto, fueron duros. Salía a caminar y me ahogaba buscando el mar. Sólo cuando eres de ciudad de mar se puede entender. Entonces descubrí un paraíso. Un lugar mágico donde las hojas de los árboles caen en otoño y puedes caminar sobre ellas con ese crujido especial. Lo colores naranjas y amarillos que en cada estación cambian para deleite de nuestra vista. El sonido del agua, agua cristalina en la que te puedes ver reflejado… Las fuentes del Marqués, un paraíso que me llenó de oxígeno a mi llegada y que sería el lugar mágico de paseos románticos en aquellas tardes de verano. Donde jugarían mis niñas en las mañanas de sol de domingo. Un lugar donde siempre querríamos volver.
¿He dicho mis niñas? Sí, mis dos torbellinos, mis caravaqueñas adoptivas, esas que el jueves estaban en toda su salsa, porque estaban rodeadas de personas que las han bañado de cariño en los primeros años de su infancia.
Esos años en los que pasear en invierno por la calle Mayor y oler a leña es algo que no han olvidado nunca. Las recuerdo con sus bufandas y sus gorros, sólo se les veían los ojos, y entonces se destapaban la boca y echaban el vaho. Se miraban y se partían de la risa. ¡Mira mamá, sale humo blanco! ¡Huele a navidad!
Sí, nuestros años en este rinconcito especial olía a Navidad, a cariño, a cervezas improvisadas en una tarde cualquiera. A risas, comidas en la huerta, a tartera, a toñas con chocolate, a oreja a la plancha, a abrazos, a FAMILIA.
Porque eso es lo que encontramos en Caravaca de la Cruz. Personas que nos adoptaron, porque no hacen falta lazos de sangre para sentir el cariño y el amor.
Así que ellas, mis pequeñas caravaqueñas, entraban en la fábrica de calzado de su tito Eduardo y aprendieron a irse de cervezas con él. Si viene asuntos sociales me las quitan. Ellas escuchaban aquello de ¿nos tomamos una cervecica en el Quinqué? Una bolsa de patatas fritas de las que dejaban los dedos grasientitos y un zumo era para ellas ir de cervezas. Achuchones, abrazos y muchas perrerías que su tío Eduardo les hacía.
No todo fue fácil. Estar fuera de casa, dos bebés que se llevaban un año… vale, sí, eso fue culpa nuestra, j aja
Hicimos mil puzles para que todo fuera perfecto, para que ellas no madrugaran en mañanas frías de nieve… En ese momento nos convertimos en un pack indivisible de cuatro yogurts. Fue muy difícil, surgían imprevistos, pero siempre, siempre lo solucionamos los cuatro juntos. Una piña cada vez más fuerte que nos enseñó a vivir la vida como a nosotros nos gusta. Disfrutando de pequeños instantes, de dedicarnos tiempo, de encontrar ese espacio que siempre necesitas.
Todo era más fácil arropados por todas las personas que nos abrieron sus casas y su corazón.
Y hoy estoy escribiendo todavía con una resaca emocional infinita. Porque volver a este lugar y que ocurra lo que ocurrió el jueves…
Un salón enorme que me dio vértigo al entrar. Tan vacío, tantas sillas que esperaban ser ocupadas, o quizás no…
Y de repente vimos nuestra vida pasar por delante. No lo he hablado con mi marido y mis hijas, pero sé que lo sentimos todos igual.
Compañeros de trabajo que no veía desde que nos vinimos a Cartagena. Niñeras de las niñas. Sí, he dicho niñeras… Aquellos puzles que comentaba antes.
¡Mamá, es Rosana, la que me hacía los moñetes con cinco pelos!
Vero, la última y por ello la que más recuerdan. La que les lavaba la cara y les decía que ya tenían que aprender a vestirse solas. La que las abrigaba tanto para ir al colegio, que si se hubieran caído hubieran llegado rodando. La que les quitó aquellos primeros piojos de la guardería. Llegué yo del trabajo, y allí estaba ella, tranquila, con Paula acostada en el sofá sobre sus piernas diciendo, tu hija tiene piojos. Me faltó salir corriendo, como si fueran dragones.
No faltaba nadie. El señor de la burrita. Una familia increíble y generosa, bonita donde las haya, con los que seguimos compartiendo momentos siempre que podemos. Tenían una burrita, Mariana. Paseos eternos hasta que la pobre burrita se aburría… Era vida auténtica.
Angelita y su familia. Personas increíbles que nos endulzaron la tarde con golosinas. El señor de las chuches gigantes, siguen diciendo ellas. Una nave enorme con bolsas de golosinas y sacos de gusanitos de tamaño, en aquel momento, más grandes que mis peques. Subían en la carretilla, correteaban entre pasillos altos y disfrutaban de lo lindo. El señor de las chuches nos dejó hace poquito, pero se queda en nuestro corazón para siempre.
Podría contar tantas cosas. Qué felices que éramos y… SÍ, LO SABÍAMOS.
GRACIAS, ETERNAMENTE GRACIAS…
A las personas que nos dieron abrazos el jueves, que no conocíamos pero que ya se quedan con nosotros para siempre. Las palabras de cariño, las emociones contenidas, las historias que compartisteis conmigo, las lágrimas, la solidaridad…
Sois la recompensa a todo este proyecto tan bonito que un día, no hace mucho comenzó y con vosotros ha tenido el final más feliz. LIBROS AGOTADOS Y SUEÑOS CUMPLIDOS PARA LOS NIÑOS DE ONCOLOGÍA INFANTIL.
Y ahora sí, voy a descansar un poco. Un año muy intenso donde he cumplido varios sueños de mi lista de deseos, pero también la vida me ha arrancado el corazón.
Papá, estarías orgulloso de este proyecto que compartimos juntos. A ti te regalos los abrazos, los aplausos, los agradecimientos…
Vamos a dejar reposar estas historias, disfrutarlas, leerlas y releerlas. Yo seguiré cada domingo escribiendo y dentro de un tiempo quizá…
Os deseo felices fiestas, disfrutad de la vida, de cada instante y nos encontraremos en el 2024.
De nuevo, GRACIAS.
EVA GARCÍA AGUILERA