LOS COMERCIOS QUE NOS VIERON CRECER

LA VENTANA DE EVA

PRESENTACIÓN

Me llamo Eva, tengo 47 años y desde ahora os voy a acompañar los domingos.

¿Qué tienen los domingos? , despertar sin la estridente alarma de nuestro móvil, desperezarte mil veces en la cama, arrastrar las zapatillas hasta la cocina, preparar un café bien caliente y ponerte al día de todo lo que pasa a tu alrededor, tranquilo, sin prisas y relajado.

Así que os abro mi ventana a los recuerdos, a redescubrir bonitos lugares de nuestro entorno, pero sobre todo a sacaros una sonrisa compartiendo y contando a mi manera tantas cosas que vosotros recordaréis a la vuestra.

LA VENTANA DE EVA se abre, para inundaros de aire fresco.

 

LOS COMERCIOS QUE NOS VIERON CRECER

Hoy es una de esas mañanas que me despierto y salgo sin un rumbo fijo, pero eso sí, siempre llevo en mi mochila mi cámara de fotos Réflex  y una libreta por si me viene la inspiración literaria.

Porque si algo me encanta, es observar tranquila y relajada sitios por los que has pasado mil veces sin pararme a mirar, a escuchar, a oler.

Así que hoy de camino al puerto algo me llamó a escabullirme por esa calle que desde fuera me causaba algo de intriga y rechazo, por su aspecto y deterioro.

Bendita la hora, LA PILARICA, confección de hombre,mujer y niños me hizo frenar de golpe. ¿Pero cuántos años habían pasado?.

Tímida y a la vez curiosa he pegado mi nariz al cristal del escaparate, he sacado mi cámara y no me he podido resistir a fotografiar los paraguas de niño y niña de aquella época, la fachada……

Y entonces, dejando de lado ese no sé qué, qué sé yo, he empujado la puerta de cristal y me he adentrado a ese escenario que me ha venido de golpe a la mente. Ese olor ,esa decoración, ¡yo estuve aquí hace mucho!

El dueño ha sonreído bajo la mascarilla, porque en los sesenta y seis años que lleva al frente de su negocio, dice que se ha emocionado. Que llevaba un rato observándome hacer las fotografías y le ha producido ternura y nostalgia.

Tras la vitrina del mostrador he visto piezas de porcelana, esos platitos pequeños con La Virgen de la Caridad que descansan tranquilos el paso de los años sobre su soporte de plástico. ¡Esos platos los decoraron mis padres, son de LA MUFLA!

Y en ese momento nos hemos mirado y hemos sabido que teníamos mucho de qué hablar, porque a mí me ha inundado el día de alegría y yo le he traído a su bonito y antiguo negocio, complicado de sostener, un soplo de aire fresco.

Sólo palabras de agradecimiento por su parte y mi promesa de volver otro día a vivir y revivir juntos tantas cosas, ha hecho que llena de energía continuara mi viaje por la zona hasta la plaza de La Merced o como más nos gusta llamarlo, El Lago.

Bonita plaza, he parado un ratito para observarla. El cine Central, La Tana, una señora mayor en su balcón que intrigada me miraba cómo hacia fotografías a diestro y siniestro….

Está cambiada, de eso no hay duda y no por ello menos bonita, pero anhelo el kiosco de helados, cuando me compraban el cucurucho de vainilla bien grandote, mientras mi padre pedía el corte de turrón y mi madre el de tuti fruti.

Y es que eso de parar, mirar a tu alrededor con ojos de niña te regala muchas sorpresas. Y camino ilusionada cuesta arriba y de lejos veo la fachada de la pequeña panadería. Con paso ligero espero que sea real, que se haya mantenido todos estos años, porque me ha venido un recuerdo, un olor, una ilusión.

¡Y allí están!, las magdalenas gigantes, envueltas con ese papel que parece plisado para darle más glamour.

“Ahora no me parecen tan grandes”, le digo al chico. Todo se ve inmenso cuando eres niño”. Le saco una sonrisa y me llevo seis a casa, porque grandes son y contenta estoy un rato.

Ciento dos años ni más ni menos me cuentan que la PANADERÍA MAESTRElleva endulzando a los cartageneros y, aprovechando su generosidad y poniendo ojitos les pido el favor de hacer una fotografía ante los comentarios de algún cliente que tiene prisa y comienza a quejarse por tanta felicidad de comprar magdalenas.

Y sigo caminando, pasando por la puerta de la CAFETERÍA IDEAL, que algo me dice sin entrar, que creo recordar tenían unos sillones tapizados de un cuero sintético. Hay un chico dentro, estamos en pandemia y sólo están abiertos para llevar, pero un grito contenido hace que perciba mi presencia y con mascarilla colocada me deje asomar mi cabeza loca para comprobar que ¡Siiiiiiiiï, ahí están!

Y con mi fotografía y sabiendo que el chico lleva veintiséis años regentando el local, pero que sus jefes lo hicieron más de ochenta ,sigo mi camino.

¿Quién no ha comprado una bandeja de pasteles en CONFITERÍA SANVICENTE para comerlos mientras veía una película en el cine MAIZQUEZ?

Yo todavía los compro, porque saben al pastel de siempre. Palo catalán, tartaleta de crema tostada, sevillano, media luna….

A veces entro incluso con la excusa de observar de reojo algo que todos, todos los cartageneros recordamos. Ese estante metálico envuelto en bolas de cristal con tapadera, repletos de todo tipo de caramelos. Y allí sigue y como tengo la serotonina por las nubes, pido permiso para fotografiar ese gran recuerdo de nuestra niñez.

Me ha pasado algo parecido como con las magdalenas, lo recordaba más alto, y es que aunque miremos con ojos de niños, hemos crecido.

Hoy ha sido un gran día de emociones, de olor a nostalgia   y, lo mejor de todo, sin planificar.

Ojalá os haya despertado a todos vosotros una pizquita de todo ello envuelto en papel celofán.