MENSAJE EN UNA BOTELLA
MENSAJE EN UNA BOTELLA
Abuelo, ¿aquí pasabas tú los veranos? ¡Pero huele a mar! ¿Por qué no llega el olor a azahar que tanto nos gusta, abuelito?
El abuelo tiene la mirada fija en el horizonte, escucha al niño con eco, ese eco que a veces le gustaba oir de manera repetida cuando la chica de ojos vivos y eterna sonrisa le decía, oye, oye, ¿sabes que te quiero?
¿Cómo dices, pequeño? Claro que huele a azahar, y a jazmín, a verano, a recuerdos…
Abuelo, abuelo, ¿y me llevarías a pescar como hacías con mi padre cuando era pequeño?
De nuevo el abuelo se pierde en el silencio de los recuerdos. Tenía razón la chica de las locuras y las risas, la vida pasaba rápida, muy rápida. Y allí estaba él, con los pantalones remangados y los pies desnudos dejando que el mar de septiembre le acariciara suave, con aquella hoja cuadriculada bien doblada en su bolsillo, casi con las letras invisibles por el paso de los años. Siempre la llevaba con él. Era la manera de no olvidar su risa cuando se la leía canturreando mientras le miraba con esos ojos llenos de vida. Era su recuerdo más bonito. A veces su nieto le decía, ¿puedo leer lo que pone, es la lista de la compra? El abuelo asentía con una sonrisa, y decía, sí, es la lista de la compra.
Abuelo, abuelo, ¡qué me lleves a pescar! Porfa, porfa.
Mi pequeño nieto insistente, arriba, vamos a comenzar hoy viendo a los pescadores de siempre cómo hacen su trabajo. ¿Los ves al fondo? Siguen cosiendo las redes para que no se les escape el pez más preciado.
Es un día perfecto. Las nubes dibujan figuras divertidas en el cielo, el sol ya no pica tanto como en verano y se respira algo de paz después de que los veraneantes han vuelto a sus ciudades.
Hay dos boyas junto al espigón, desde ahí observan y charlan animados con los pescadores que llevan todo el día sin que piquen el anzuelo los peces que logran seguir siendo libres.
Un barco vuelve de faenar toda la noche. La fatiga se dibuja en los rostros de esos hombres de mar.
Colocan el pescado en las cajas de corcho, echan hielo sin descanso y entre la red atrapada gritan ¡botella de vino a la vista!
Las risas recuperan el cansancio de los pescadores y avivan la curiosidad del niño que observa junto a su abuelo esa gran botella de color oscuro.
¡Abuelo, abuelo, una botella pirata con un mapa del tesoro! ¡La quiero, la quiero!
Los hombres del mar sonríen al chavalín. Una botella con un mapa, ja ja. Más bien una botella lanzada después de una cena desde uno de los yates de esos nuevos ricos que atracan últimamente por aquí.
¡Quiero la botella, quiero la botella! sigue repitiendo el niño.
¡Toma la botella, chaval, mira, igual tienes suerte! Parece que lleva algo dentro.
El abuelo levanta la mirada cuando el niño grita, ¡es el vino que te gusta, abuelo, el que siempre te regalaba aquella amiga tuya que un día me contaste que te hacía reír!
La etiqueta plata brillaba a trocitos pequeños, muy pequeños, como si la hubieran querido pintar para que nunca desapareciera. Dentro parecía que había algo muy bien guardado, envuelto en aquel papel de pompas que siempre le gustó explotar cuando era un niño.
Le ofreció ayuda a su nieto para poder sacar de la botella ese mapa que esperaba con ojos ansiosos.
Las manos del abuelo acusaban el paso de los años, aunque seguía manteniendo esos dedos finos y bien cuidados. Pero temblaban, mucho, quizá porque el corazón en ese momento también lo hacía. Latía dejando el eco en el aire.
Deslizó el tapón rojo, sorprendido por un corazón amarillo dibujado como con prisa y sacó con cuidado el mapa.
Esto no es un mapa del tesoro, abuelo, es una de esas cartas que lanzan los novios en una botella, dijo el niño con voz de decepción.
El hombre abrió aquella hoja cuadriculada bien doblada y sus ojos sonrieron. La leyó y se la llevó al pecho, los ojos cristalinos humedecieron sus mejillas mientras volvía a sonreír:
¿Y si todo es posible y quedamos el lunes y el viernes y cuando llegues me llamas o mejor me escribes?
¿Y si compras la ermita y nos casamos de rojo, y brindamos con vino y cuando en la vida te caigas yo te recojo?
¿Y si pasamos de todo y de todos, y nos largamos bien lejos? Paso a por ti en un rato, un rato hasta que nos hagamos viejos.
¿Y si te sigo besando y haciéndote reír hasta que la vida quiera y paseamos y vivimos todo lo que nos queda?
Te querré toda la vida
Te lo dije, abuelo, una carta de novios. Anda, dame esa lista de la compra que llevas siempre en el bolsillo y de paso me compras una bolsa de patatas en el súper.
El abuelo fue rápido y se echó la mano al bolsillo, pero el pequeño jugaba con la ventaja de la niñez.
Cogió esa hoja cuadriculada muy bien doblada y comenzó a leer torpemente…
¿Y si todo es posible y quedamos el lunes y el viernes y cuándo llegues me llamas o mejor me escribes?...
…
Yo también te querré toda la vida.
FELIZ DOMINGO (no tenemos domingos infinitos, así que vive el momento siempre)
EVA GARCÍA AGUILERA