LA NORIA QUE GIRABA ENTRE FLORES DE AZAHAR
LA NORIA QUE GIRABA ENTRE FLORES DE AZAHAR
Cada día me gusta más perderme entre los campos de almendros en flor, observar a las abejas haciendo su trabajo, oler a cítrico en lugares donde escucho el silencio. Observar al agricultor trabajar la tierra, quedarme pensativa cuando a lo lejos veo a hombres y mujeres agachados, haga frío o calor, para sacar adelante su cosecha.
Y luego llego a casa y cojo del frutero tres naranjas con las que hacerme un zumo para la merienda o parto dos limones para aderezar el aperitivo sin pensar nada más. Hasta hace un tiempo, que todo lo veo de otra manera y que le doy el valor que de verdad tiene.
Últimamente ir al súper es un poco estresante. Mirar y mirar cada etiqueta para saber la procedencia del producto, lugar de empaquetado, si cumple las normativas. Hemos aprendido a descifrar los códigos de barras de las naranjas, los tomates, los limones y las sandías mejor que el lector de la cajera. ¡En qué mundo estamos!
Vas en el coche y de repente te tropiezas con alfombras amarillas o naranjas de los frutos que han caído de los árboles porque no los han recogido. Porque nuestros agricultores están cansados de trabajar y de no poder sufragar sus gastos.
Porque no tengo sitio en mi terraza de un segundo piso en la ciudad, pero ganas me dan de ponerme un huerto pequeñito para observar desde que la semilla se mezcla entre la tierra y mimarla y regarla hasta ver sus frutos. Aunque no sé, por mimos no sería, pero algo tengo yo con las plantas que no me sobreviven ni los cactus.
Y una mañana cualquiera, después de exprimir naranjas para cuidar este cuerpo que ya pasa de los cincuenta, me encuentro rodeada de luz y de vida, de paz y silencio, arropada por el sonido del agua de una noria, como si me hubiera colado en el cuento de un huerto maravilloso donde escucho la historia y observo las manos rudas del duro trabajo del campo.
Entro despacito y sonrío al ver que los limoneros ya casi están en flor. Limones que desprenden el aroma del limón, el de entonces. Me acerco a una flor pequeñita de azahar y me impregno de todo su olor. Dicen que la música y los olores son los dos ingredientes de la vida que nos llevan de vuelta a lugares, que despiertan nuestros mayores recuerdos. ¿No os ocurre a vosotros?
Justo enfrente hay plantaciones de lechuga iceberg y col lombarda, y un poquito más allá, mandarinas. Se nota el cariño con el que han sido cultivadas y cuidadas. ¡Quién fuera planta en este lugar increíble!
Escucho a lo lejos el sonido del agua, y una noria, la rueda, que gira y gira me hipnotiza en una mañana de sol y corazón agitado. Y me quedo allí, unos instantes, girando con ella, salpicada de gotas de vida que un día…
El acueducto que hay junto a ella emana historia. Ambos unidos para dotar de agua a nuestro campo, a la huerta, a ese sector primario que no siempre se valora como merece.
La rueda de Alcantarilla, que dicen que primero fue de madera y que desde 1955 es de hierro. Pero no creáis que no hay más ruedas en esta región de Murcia. También en la Ñora, en el Valle de Ricote, y sobre todo en Abarán.
Porque somos una región de huerta, valles, río y mar. De sol y alegría, de carácter afable, de gastronomía increíble y de cultura infinita.
Pero permitir que vuelva a mi nuevo rincón favorito. ¡Ya estoy!, sentada junto a la rueda que gira y gira incansable para abastecer a aquellos hombres y mujeres de la huerta que hace muchos años, cuando los avances tecnológicos no habían llegado y sus manos y su fuerza eran la única herramienta, necesitaban del agua para su cosecha.
Porque la gente de la huerta nada tiene que ver con la imagen de fiesta y folclore que con los años ha empañado la verdadera esencia. Ellos, los trabajadores incansables no estaban todo el día bailando entre flores y jolgorio.
Vivían en barracas, casas típicas de la huerta murciana, que también lo son en Valencia. Aunque me cuentan que en la ciudad valenciana el hombre del campo vivía mejor, porque era propietario, y en nuestro pequeño trocito de mediterráneo eran arrendados.
¡Y he entrado en una de ellas! Estaba allí, entre el pozo, el horno de pan y los limoneros. Una vivienda humilde, pero que no le faltaba su tinajero. Sí, efectivamente, donde guardaban las tinajas para almacenar el agua.
Y no creáis que no hacían ellos su propio proceso de purificación del agua para evitar las enfermedades de aquella época.
La vida del agricultor, ¡cuántos factores influyen para que esa cosecha esté en nuestro hogar!
El clima, la lluvia, las riadas. ¿Sabéis qué he aprendido? Que el agricultor hacía sonar la caracola cuando se avecinaba una crecida. Menudas riadas ha sufrido el río Segura con esas lluvias torrenciales. Una vez, la riada fue tan inmensa que hasta en Cartagena se desbordó la rambla de Benipila. Y todo eso, amigos lectores, afecta a la normalidad de la vida de estas personas del campo y la huerta.
Hay un monumento enorme que se levanta en este lugar donde yo me he perdido hoy, en este Museo de la Huerta de Alcantarilla. El monumento al huertano. Y es que lo mejor en la vida es valorar a las personas, a los trabajadores, a todos los que velan por nosotros de una manera u otra.
Madre mía, Alcantarilla. Perdonarme el chiste malo, pero estoy desconcertada porque el nombre de esta localidad me recuerda a esos lugares donde corretean esos animalillos de rabo largo…, vale, vale, lo dejo. Que no es el único lugar con nombre raro de nuestra región. En uno de ellos he vivido yo diez años, Caravaca. Tenemos Puente Tocinos, Jabalí Viejo, ja, ja, que me disperso.
Entrar al Museo de la Huerta ha sido de lo más bonito que me ha ocurrido en los últimos tiempos, porque me ha traído toda la paz que necesitaba.
Y porque he aprendido que un julgasero se utilizaba para limpiar las malas hierbas, y muchas más cosas.
Y sobre todo, porque hoy le dedico ese empujoncito de esperanza a este gremio que nos llena el frigorífico de productos de la tierra, cultivados y cuidados desde el corazón.
Y me quiero confesar, sí, sé que no está bien lo que hice, pero corté una de las flores de azahar, y aunque pocha, todavía huele. Y un limoncito pequeño, pero tranquilos, están en un lugar donde nacen las historias bonitas.
FELIZ DOMINGO
EVA GARCÍA AGUILERA