PESCADORES, GRANDES DEL MAR
PESCADORES, GRANDES DEL MAR
¡Cuántas noches de verano observando desde un cómodo sillón en una terraza junto al mar el espectáculo de la salida de los barcos pesqueros! Esos barcos que de forma ordenada inician con el arranque de motores y el reflejo de sus luces en el mar, una jornada nocturna de pesca que se alargará hasta el amanecer.
Había llegado el momento de dejar de ser una mera observadora acomodada por la inercia de los días tranquilos , era el momento de vivir en segunda persona, pero muy cerquita de los primeros, el duro trabajo de estos hombres que se implican en cuerpo y alma para que tengamos un plato de pescado fresco en nuestra mesa.
Así que con esa ilusión que me provoca lo desconocido, esa tarde cambié mi ruta hacia un lugar tan cercano y que de forma no intencionada había ignorado hasta ahora. No había evidencia de que los barcos estuvieran preparados para salir, así que saqué mi cámara de fotos y me dediqué a imaginar lo que ocurriría dentro de ellos e inmortalizarlo. ¡Menudo susto! Bajo una manta como si de camuflaje se tratara, un africano de más de dos metros curioso por mi presencia, inició una conversación que finalmente terminó en una bonita anécdota. Me contó quelos barcos actualmente no salían todos los días, me puso al tanto de la hora aproximada de salidas y entradas a puerto, y a cambio me preguntó entre risas más de cinco veces si tenía marido. Quedamos en volver a vernos pasados dos días, y con bastante interés, ilusión y expectante por cómo sería ese momento volví contenta a casa.
¡Umm!, bendito silencio el de la mañana fresquita, con un cielo pintado de rosa que se vuelve más azul por instantes, caminando junto a redes extendidas sobre el suelo y muchas otras formando montañas que se agolpan junto al muelle, a la espera de que esas profesionales manos de los que llevan años remendando, las alivien del dolor que el desgarro de esos peces de gran tamaño les provocan y dejan inservibles.
Desde el silencio y la lejanía ya intuyo que eso de remendar unas redes maltratadas por la noche, el salitre, el movimiento y los peces enganchados no es labor sencilla. Pero sentados en sus sillas de anea e incluso otros con posiciones de apariencia incómoda en el suelo, me impregnan con su halo de relajación. Me impresionan sus manos, manos de apariencia áspera, oscuras, con rasgos en su piel que ayudan a adivinar los años que llevan expuestas al sol, al viento, al frío….
_ No es tarea fácil señorita-, me dice el señor de barba blanca. Y así sin más me encuentro inmersa en una fascinante historia. Porque junto al mar, con el sonido de los barcos, la alegría de las subastas , los viandantes que asoman sus cabezas para intentar conseguir una bolsa del excedente de pescado y los años que ellos llevan allí, han sido espectadores y a veces protagonistas de muchas y muy interesantes.
Algo me dice que tengo que dar la vuelta, que los barcos van llegando con el mismo orden con el que se marcharon la noche anterior. Y ese algo no es más que un revoloteo de gaviotas y el maullar de los gatos que huelen a lo lejos que lo bueno está por llegar.
Así que con una habilidad que desconozco si la tenía innata o la he desarrollado de un tiempo a esta parte, de forma sutil cojo posiciones y me empiezo a escabullir entre pescadores recién llegados a puerto con suficientes signos de cansancio como para saber que la jornada ha sido dura. Tarea complicada, porque el ritmo frenético desde que ponen un pie en puerto es de lo más estresante. Cajas preparadas de pescado, a las que echan hielo sin parar, organizan, se las pasan los unos a los otros con una coordinación extraordinaria, que junto a esos monos impermeables amarillos le dan un toque festivo a toda esta cadena de trabajo convertida en coreografía para mis ojos.
Hay un guardia de seguridad que me ha echado el ojo, que si aquí no puedo estar…., pero astuta como una ardilla le respondo que el señor que teje las redes me ha dado permiso. Así que prometiéndole que me haré invisible, hago zoom con el objetivo de mi cámara y con un guiño les pido su aprobación para ser protagonistas de mi historia, o más bien de la suya que he cogido prestada para vosotros.
Se refleja un extenuado cansancio en sus miradas, pero no por ello dejo de ser bienvenida con sonrisas amables e incluso bromas, al ver cómo me escabullo debajo del cubo del hielo para congelar ese instante o haciendo zigzag para sortear con bastante suerte a los que cogen las cajas repletas de pescado fresco y de forma metódica lo hacen llegar hasta el recinto del interior de la lonja, donde será subastado. Y ahí, en la subasta ya no me he podido colar. Por desgracia este virus sigue acechando y restringiendo actividades antes habituales y hoy casi olvidadas. Olvido al que intentamos cerrar la puerta, abriendo ventanas para escuchar el graznido de las gaviotas y el maullar de los gatos celebrando el disfrute de ese desayuno con sabor a manjar que estos hombres de impermeables amarillos les han dejado junto a las boyas de amarre.
Y mi ventana es la que yo os abro esta mañana para impregnaros de olor a mar, a noches largas, unas estrelladas y otras con luna, a cansancio bajo el disimulo del esbozo de una leve sonrisa y a la colaboración para que esta aficionada a la fotografía y a las grandes personas os muestre que degustar en casa o en tu restaurante favorito pescado fresco de la Bahía de Mazarrón, es un placer envuelto de experiencias y sobre todo de esfuerzo.
¡FELIZ DOMINGO! Eva Mº García Aguilera