PORTMÁN…. SIERRA MINERA

 

PORTMÁN…. SIERRA MINERA

Si  hay algo que me encantan, son las vías de los trenes y las fábricas abandonadas. Las vías de tren llevan tu vista hacia un camino infinito, a sitios que descubrir y más aún si te agachas y las observas casi a ras del suelo. Y luego están las fábricas y lugares abandonados, esa sensación de escuchar en el silencio y que tu imaginación proyecte sobre tus pupilas a toda esa gente trabajando, hablando….Es algo que me impresiona.

Pues así fue como llegué una mañana a este lugar espectacular y desconocido para mí. Busqué entornos donde poder fotografiar vías de tren sin peligro de morir atropellada y este regalo apareció en mi búsqueda.

La fascinación llegó a mí desde el minuto uno, mucho antes de llegar a mi destino, abriendo mucho los ojos y observando la maravilla de paisaje minero que tenía frente a mí.

Desde ese instante todo fue descubrimiento y sorpresa, sobre todo desde el momento que vi unas escaleras de dudoso estado de conservación que me dirigían a lo más alto para disfrutar de bonitas vistas e inesperadas antiguas “reliquias”, que parecían me estaban esperando como medio escondidas tapadas por una abundante vegetación que las hacían todavía más invisibles.

Porque me encontraba en el entorno de la mina Emilia y de todo lo que allí se construyó para que fuera posible su explotación .Un entorno donde todo empezó a cobrar vida, abrazada por la Bahía de Portmán.

 

Conocía de sobra la historia sobre el gran desastre natural que habían provocado los vertidos con restos de plomo, zinc, cadmio en esta bonita bahía, y que estos fueron prohibidos a principios de los años 90. Pero algunos lugareños que lo vivieron de primera mano me comentan que están cansados de que Portmán sea sinónimo de desastre, que han pasado años, que queda mucho por recuperar pero que también hay una historia interesante y trabajo de muchas personas que se dejaron la piel en los años 50, 60,70... en el entorno en el que me encontraba.

Así que yo, me he querido olvidar un poquito del desastre y disfrutar de todos aquellos restos de historia que había encontrado.

¡Los ojos de par en par cuando vi un vagón con grandes manchas de óxido frente a mí, allí arriba, entre naturaleza y en mitad de la nada! Pero ese fue sólo el “aperitivo”, porque más adelante nos esperaban a mí y a mi familia con la que comparto aventuras cada semana, muchos más de estos vagones. Increíble, inesperado, allí estaban viendo como el tiempo pasaba, allí bajo el sol y la brisa marina, descansaban tranquilos tras años de transportar toneladas de minerales…., pero…. ¿qué es eso en tonos azulados que brilla a lo lejos?, no podía ser, pero lo era…. ¡LA LOCOMOTORA DEL FERROCARRIL MINERO!  Menos mal que la vacuna del tétanos venía casi de serie con nosotros, porque fue imposible frenar las ganas de investigar su interior, subir con cuidado. Cada una de sus piezas, sillones, una especie de palanca de cambio…, sin palabras. La cara de la más pequeña de la casa que sale a estos sitios a veces  a regañadientes, expresaba tanta sorpresa que inmortalizó ese descubrimiento con un baile típico de estos que ahora graban para tik tok.

Teníamos los vagones, la locomotora, las vías bien ancladas al suelo , y al final del todo estaba el gran túnel que se construyó en 1.957 por la Sociedad Minero Metalúrgica de Peñarroya, aquí, en Portmán. EL TÚNEL JOSÉ MAESTRE,  que fue necesario porque la explotación de la Mina Emilia necesitaba una salida hasta el lavadero.

Tengo un nuevo amigo, de esos que se han cruzado en mi camino desde mi andadura por los mundos de las historias aderezadas con fotografías. Mi amigo Pedro Conesa, sí, ese artista que pinta auténticas obras de arte en los bloques del Muelle de la Curra. Pues él es un amante de los minerales, y en algunas de las conversaciones que tenemos mientras le veo pintar, me contó cómo hace ya unos años, con mucho cuidado y bien equipado se había adentrado a este túnel donde había minerales maravillosos. Ahora sería imposible, pues el acceso está prácticamente tapado por la naturaleza, y esas aguas amarillas con restos de” mejor no saberlo” no tienen que traer nada bueno.

 

Pero ya sabéis que soy curiosa, y que por conseguir una buena fotografía…, así que cuando el resto de la familia no miraba, empecé a avanzar sobre hojas, hierba mojada y cada vez más amarilla. Ya era demasiado tarde, ni para adelante ni para detrás, mis pies ya estaban algo húmedos y mis zapatillas de deporte ahora eran amarillas. Y lo peor de todo, la fotografía no llegó a captar todo aquello que imaginé, llegando a casa horas más tarde con un picor algo extraño en los dedos de los pies. Menos mal que me queda gracias a Pedro, alguna muestra de esos minerales maravillosos que por la zona se encontraban.

Gracias a este túnel por el que se me tintaron los pies de amarillo, el FERROCARRIL MINERO transportaba los minerales hasta el lavadero, lugar donde estos se lavaban y se clasificaban. El LAVADERO ROBERTO, posiblemente  el lavadero de Flotación más grande de la época, cesó su actividad  en 1.983, momento en el que la explotación de la cantera Emilia se dio por agotada. Estaba formado por varias naves, cada una con una función, ya que la extracción de la mina pasaba por una machacadora, un molino que trituraba, clasificación, y varios procesos de tratamientos bastante trabajosos para llegar al resultado final.

Y precisamente,  en el edificio de trituración secundaria, donde se realizaban las moliendas del lavadero es donde ya terminé de cumplir mis expectativas: vías de tren y naves abandonadas.

Ante nuestros ojos esa nave en un triste estado de abandono, pero a la vez con ese misterio que os comentaba. Esa nave donde como dice el lugareño, “se machacaban los minerales”, ese edificio de trituración con esas puertas y ventanas entreabiertas que parece que te están invitando a entrar. ¡Con mucho cuidado, por favor, es peligroso!

Pero allí estábamos, de forma tímida empezamos a asomar la cabeza ante tal impresionante espectáculo de maquinaria,  y algún pie se coló dentro, curioso de más y…. ¡Qué sensación!, el silbido del viento retumbando sobre el eco de nuestras voces y cuerpos casi inertes por la precaución. Y de nuevo, se repiten esas caras de asombro de mis niñas, porque estos sitios no dejan a nadie indiferente.

Bonita experiencia complementada con un paseo por la playa del Lastre y su correspondiente aperitivo junto al mar, ese muelle pesquero que denota un cierto abandono, pero que está lleno de encanto, una parada junto a la playa cerquita del Club Náutico donde los niños hacían castillos, esta vez de color negro….Pero sobre todo, un día más descubriendo, viviendo y con la oportunidad de compartirlo con todos vosotros.

 

¡FELIZ DOMINGO!         EVA G.AGUILERA.