DESDE EL RELOJ DE LA TORRE DEL ARSENAL DE CARTAGENA

La Ventana de Eva

DESDE EL RELOJ DE LA TORRE DEL ARSENAL DE CARTAGENA

 

¡El que la sigue la consigue! Y os prometí hace unos meses que os contaría cómo se ve la vida desde lo alto de la torre del Arsenal, y sobre todo cómo sobrevivir después de subir infinitos escalones, agacharme en zonas bajas, subir por una escalera estrecha y aparecer después de abrir una trampilla ante el reloj que nos deleita con sus campanadas cada día.

Pobre Diego, el relojero que cada dos días sube y baja esos peldaños para regalarnos tiempo. Hace la magia necesaria para que el tiempo no se pare en la ciudad. Creo que si llega a saber la que monté para subir a la cúpula y ver la campana, no hubiera sucumbido a mis peticiones periódicas de llegar a lo más alto, disfrutar con la maquinaria de ese reloj y observar mi ciudad desde otra perspectiva.

 

 

Y es que me pongo límites. Que si tengo vértigo, que si claustrofobia a subir por un hueco estrecho y pasar por otra trampilla…

Eva, tranquila, sube despacio. Pon un pie aquí y el otro allí y echa la espalda hacia atrás para coger fuerza en los brazos y subir.

¡Ay Diego!, que si muevo el otro pie me cuelo por el hueco y caigo directa encima del soldado de la puerta de entrada.

¿Pero sabéis una cosa?, lo conseguí. Y estoy muy orgullosa. Porque es una sensación única, soy una privilegiada y pude observar mi ciudad mientras me quedaba atónita cuando el martillo golpeaba la campana a las diez menos cuarto con ese din don  din don din don.

 

 

 

Me cuenta Diego, un hombre entrañable y un gran profesional que lleva 13 años encargado  de este reloj, que el sacrificio es grande, pues no puede fallar a su cita cada dos días, pero el orgullo de ser el encargado de cuidar esta joya es increíble.

Diego García, un hombre de Moratalla amante de lo que hace, que tiene una bonita joyería y relojería en  Cartagena y que dice que sólo con que sus descendientes un día puedan decir, mi abuelo fue el relojero del reloj del Arsenal, todo merece la pena.

Cada dos días tiene que dar cuerda al reloj de manera manual. Tres pesas son las que hay que subir con la manivela. Una se encarga del movimiento, otra de los toques de los cuartos y las medias y la tercera de las horas punta. Algo sé ya de esto porque tuve la suerte de subir al reloj de nuestro Palacio Consistorial de la mano de Pedro, otro gran profesional.

¿Quieres darle cuerda?, me pregunta Diego.

Pensé que nunca me lo dirías, claro que sí.

Y ahí estaba yo, viviendo ese momento único, feliz por estas bonitas oportunidades que me regala la vida. Subiendo a la campana, superando mis inseguridades con los ojos muy abiertos para que no se me escapara nada.

 

Pero vamos a empezar desde el principio, que la historia de este reloj es muy bonita, y si te la cuenta el antiguo relojero, José Antonio Carrión, que sube las escaleras más rápido que yo con más de 80 primaveras, entonces ya es el disfrute al máximo nivel.

Y después de cuadrar nuestras agendas, una mañana nos vimos en una cafetería de la ciudad para desayunar. Porque las buenas historias, si son aderezadas con un buen café y un zumo de naranja parece que saben mejor.

Me cuenta Carrión, como le gusta que le llamen, que a los 18 años ya ocupaba un puesto de trabajo en el ramo de artillería del Arsenal y cuidaba del reloj cuando su padre, el relojero en aquel momento, se lo permitía para que aprendiera bien el oficio. Así que estoy ante la segunda generación de relojeros de este reloj de la torre.

Antonio Carrión dedicó su vida a la relojería, y cuidó y mimó a este reloj con la profesionalidad y amor que transmitió a su hijo. Falleció desempeñando su trabajo, aquel que le hacía feliz, cosas del destino, pero dejó un heredero sin parangón que hoy comparte conmigo toda su experiencia.

Me cuenta Carrión que en 1962 ya era el relojero oficial, y que muchas veces echó de menos a su padre para consultar esas dudas que surgen allí arriba, en lo alto de la torre.

 

 

 

 

Carrión es un hombre entusiasta, contagia templanza, disfruta con lo que hace. ¿He dicho con lo que hace? Sí, el que nace relojero… Dice que tiene en su casa varios relojes para arreglar y que todavía algún almirante le lleva ese reloj que se les resiste reparar a otros.

¿Sabéis cómo llegó el reloj de la torre del Arsenal ? Tardó lo suyo, pero llegó. Ya sabemos que las cosas de palacio van despacio, pero cuando lo tuvimos instalado fuimos la envidia de muchas capitales. Cartagena se puso al día de las grandes ciudades de Europa.

En 1776 Carlos III encargó un reloj para la torre, llegando ese informe favorable a Madrid. Y pasaron algunos años, había que madurar la respuesta, ja, ja. A mediados de siglo XIX se vuelve a solicitar un reloj a Isabel II y la reina se tomó interés. ¿Sabéis qué hizo? El reloj que ella había concedido a la Escuela Naval de Cádiz, dio la orden para que lo enviaran a Cartagena en 1859. ¡Madre mía, madre mía, espero que ningún gaditano tome ahora represalias!

Pero no creáis que esto termina así. El reloj llegó a nuestra ciudad, pero con dos esferas rotas. Es que tanto para acá y para allá… Y hasta que no se construyeron esas nuevas esferas pasaron otros siete años. Pero lo más importante, el reloj fue inaugurado el 6 de febrero de 1866, ¡seis meses antes que el reloj de la Puerta del Sol de Madrid, también del mismo relojero!

Voy a sacar la calculadora. Si Carlos III…, entonces Isabel II…, se rompen las esferas… ¡83 años! Ja,ja. Tardaron desde la primera solicitud 83 años para que tuviéramos un reloj en la torre del Arsenal. ¡Carrión, casi su edad!

Pero durante todos esos años de ausencia de reloj tuvimos una gran protagonista, la campana. Una campana del siglo XVIII anterior a la fabricación del reloj que daba el aviso de entrada y salida a los trabajadores del Arsenal. Y cuando se montó el reloj, se incidió en que la maquinaria no impidiera para que la campana pudiera accionarse con su martillo de servicio manual. Bien hecho, porque hubiera estado muy mal quitar esa campana que fue fiel y útil durante tantos años.

El reloj tiene cuatro esferas y es precioso. Seguramente alguno estará diciendo, ¿cuatro esferas? Y es que cuando caminamos y no miramos hacia arriba nos perdemos muchas cosas. Y el enclave fue perfecto, pues sería de uso para toda la ciudadanía.

 

 

Dicen que desde el Ministerio de Marina se quejaron del excesivo consumo de aceite para mantener encendidas las cuatro esferas, e insinuaron que se iluminara sólo una. Después de lo que tardó en llegar, la ciudad merecía esas cuatro esferas encendidas. Menos mal que algo más tarde llegó el gas por tubo, se inventaron los faroles a gas y siempre lució bonito y luminoso a ojos de todos.

¿Queréis que os cuente algunas cosas sobre el relojero que fabricó el reloj? No tiene desperdicio.

El relojero era español, nació en la Iruela, provincia de León y era pastor. Se arriesgó a viajar y llegó a Londres. Allí, un amable relojero consolidado y conocido le contrató como limpiador de polvo. Sin embargo él aprovechaba para observar y aprender y manipulaba y arreglaba máquinas viejas. El dueño, gran persona, le enseñó el oficio, falleciendo al tiempo. ¿Y qué hizo nuestro relojero español? Se casó con la mujer del dueño, sin hijos, e introdujo su nombre, JOSÉ RODRÍGUEZ LOSADA REGENT STREET 106 LONDRES.

Losada se convirtió en uno de los relojeros más reconocidos, era minucioso y manejaba la tecnología y precisión de manera extraordinaria.

Fabricó y regaló el reloj de la Puerta del Sol de Madrid, le vendió al Marqués de Larios el reloj de la catedral de Málaga, el de Cartagena no iba firmado como Losada, pero se ha verificado por varios expertos que sí que lo es.

Y le vendía a  la Marina española relojes cronómetro para sus embarcaciones, con un cinco por ciento de descuento para pagar en tres meses, como señal de amor a su país.

¿Cómo os habéis quedado?

Pero nos queda lo mejor, las anécdotas de este jovencito de más de ochenta años.

Carrión sonríe, disfruta recordándolas. Como aquella vez que estaba enfermo, un martes Santo. Y no se le ocurrió al reloj otra cosa que pararse. San Pedro salió del Arsenal con el mismo fervor que siempre, con su reloj del tiempo a modo de descanso.

En otra ocasión se le paró a su padre un fin de año. Todos los militares esperando a tomar las doce uvas y las doce campanadas se las tuvieron que imaginar. Aunque creo que fue peor la vez que empezó a tocar sin parar hasta 200 campanadas seguidas. Los vecinos acudieron alarmados. ¡200 campanadas!

Ni de los bombardeos en la guerra civil se libró nuestro reloj, cayendo una bomba y destrozando dos de sus esferas. Otros dos años de espera para que se arreglaran, entrando la lluvia, las aves ¡Al menos no fueron siete como la vez anterior! Siempre, amigos lectores hay que sacar el lado positivo de las cosas.

 

 

Y positivo es que el esfuerzo de subir ha merecido la pena. Con la respiración más agitada que cuando subí a las gárgolas de Notredame, eso sí, tenía 20 años menos, he disfrutado de lo lindo ahí arriba. Los barcos, mi puerto, la plaza del Rey, la calle Real y la paciencia y generosidad de Diego, un alma bonita que custodia un tesoro de la ciudad para que nunca perdamos el rumbo.

 

 

 

 

 

FELIZ DOMINGO

EVA GARCÍA AGUILERA