UN DÍA DE LOCOS

La Ventana de Eva

UN DÍA DE LOCOS

 

Me encantan los días en los que me despierto con una sonrisa. Y eso que no he dormido excesivamente bien, pero al abrir los ojos he escuchado ese jolgorio poco habitual a las siete de la mañana. Normalmente hay más silencio. No a todo el mundo le gusta hablar recién despierto como a mí. Hay quien necesita tomar un café recién hecho para comenzar la mañana…

El tema es que mi chico se estaba vistiendo en la habitación. Hoy no llevaba ese traje que le hace tan elegante y sexi, no. Porque los viernes van a trabajar al banco, casual. Vamos, que se quitan la corbata y… No, nada de jeans, un quiero y no puedo, pienso yo. Un, arreglado pero informal, ja, ja.

Bueno, que estábamos en la habitación y ha llegado mi peque mayor, porque siempre seguirá siendo mi peque. Mi universitaria, mi matemática en proyecto, la de los ojos despiertos y la sonrisa preciosa. La que ha salido un poco a mí en eso de disfrutar de las pequeñas cosas y de ilusionarse con todo, y a su padre en todo lo bueno.

Mamá, ¿qué es esto? ¿Tú ves normal que papá me ponga este mini donut para pasar hasta las tres que llegue a casa de la uni?

Ja, ja. Pobrecilla. Y dice su padre, ¡pero si luego dices que no tienes tiempo entre clase y clase para comer nada, a ver si te aclaras!

Sale de la habitación y en un instante la escucho reír con su hermana. La pequeña, la más independiente, cariñosa y camaleónica. Es empática y muy bonica. Ella siempre se ríe a todo lo que le sale. Nada de finuras, se ríe que retumba la casa.

Y de repente estábamos los cuatro en la habitación.

Mamá, que he ido a dejar el mini donut ridículo que me ha puesto papá para desayunar y lo he cambiado por una mandarina y un plátano. Y se me ha caído al suelo y justo ha pasado mi hermana y lo ha pisado por una esquina y el plátano ha reventado, lo he tirado a la basura y he cogido otro.

No, Paula, explícalo bien. Tú, que nunca tienes cuidado y siempre se te caen las cosas…

Y entonces he mirado a mi chico cómo las miraba a ellas. Y yo les he mirado a los tres y…

La pequeña con sus folios para el examen de hoy sin soltarlos. Mientras se peinaba, por el pasillo, en la cocina… Como si toda la información se le fuera a introducir en el cerebro tres minutos antes del examen.

La mayor contando que si el chico que la lleva hoy en bla bla car a Murcia es el que mejor conduce, porque los otros parece que van pisando huevos.

Y que si el profesor de geometría es guapísimo y sólo va los lunes.

Su hermana le contesta, hija, de verdad, que parece que si no hay algún profesor siempre que te encante no vas motivada a la universidad.

¿A quién se parecerá?, dice mi chico.

¡Miguel!, le digo… Vale, que sí, que es cierto, que a mí también me gustaba un profesor…

¡Mamá! ¿En serio?, replica la peque.

¿Pasa algo?, contesta la universitaria que se pinta los labios con extra de brillo cuando tiene clase con el profe guapo.

Yo me voy que llego tarde, aquí os quedáis las tres con las hormonas revolucionadas, se despide nuestro hombre de la casa.

Yo bajo en cinco minutos que el bla bla car está a punto de llegar.

Mami, mami, yo me voy ya, pero en cuanto termine el examen vienes a por mí, por favor. A rescatarme de la cárcel, suplica la más pequeña de 17 años.

La cárcel, ja, ja. En algún momento todos nos hemos sentido encarcelados, sí.

Me voy a la ducha y las escucho decir, hoy tenemos nuestra tarde de compras las dos juntas.

Sonrío. Han abierto su hucha de ahorro, esa que van llenando con todo lo que pillan, las monedas que llevo en el monedero o el cambio que nunca devuelven y que yo me hago la loca y no les digo nada.

Planazo, van a ir a Primor, esa cadena de perfumerías de tres plantas que las lleva locas. La mayor quiere que la pequeña le aconseje para hacerse la línea de agua del ojo. Eso creo que he escuchado. Porque le ha contestado algo así como ¿crees que he estudiado estética?

Después he escuchado que van al remate final, ja, ja. He creado monstruos. Porque a mí me encanta ese momento en el que las tiendas ponen ese cartel y que vas porque no necesitas nada, y que seguramente sólo quedan tallas XS, pero me hace feliz. Así que cuando las he escuchado decir que van al remate final, he vuelto a sonreír.

 

 

Sonreír, sonreír, sonreír. ¡Es tan curativo!  

Y la sencillez de las cosas pequeñas, incluye que la sonrisa no necesita de grandes cosas. A veces sólo que un mini donut no sea suficiente para un almuerzo y que alguien pise un plátano sin darse cuenta, basta para que un hogar se llene de ellas.

 

FELIZ DOMINGO