UNA CITA INESPERADA

La Ventana de Eva

UNA CITA INESPERADA

 

Sofía lleva un rato delante del espejo. Es demasiado temprano como para salir de casa un sábado por la mañana. Pero es lo que tienen las citas inesperadas, improvisadas, que llegan como un ciclón y hay que subirse en marcha si tienes la ilusión de lanzarte al vacío sin paracaídas.

Y es que ella es así. Improvisación sería quizá el verbo más apropiado para definirla.

Por eso cuando la noche anterior le dijeron, ¿quedamos?, no lo dudó ni un instante. Claro, que no contaba con tener que salir en silencio de casa para no despertar a las adolescentes y someterse a un interrogatorio tipo…

Mamá, que son las ocho y media de la mañana ¿Dónde vas así, con esos tacones? ¿Y dónde está papá?

Sí, Sofía ha llegado a la conclusión de que salir con tacones a esa hora es algo sospechoso. ¡Otro cambio de ropa! Está nerviosa. Tiene mariposas de todos los colores revoloteando por su estómago. Las más traviesas son las amarillas, pero hay unas azul turquesa que están consiguiendo que sonría sin darse cuenta. Y es que Sofía hace semanas que no lo hace. Sonreír, que no sonríe. A veces la vida…

Se ha despojado de los tacones, se ha enfundado en sus jeans y ha hecho la lazada de sus deportivas a su manera. Ella siempre hace las cosas a la manera de Sofía.

El teléfono vibra en el bolsillo trasero de sus pantalones. Un watsapp.

Estoy en la esquina, aparcado. No tengas prisa, te espero.

Sofía es siempre muy puntual, así que se ha recogido el pelo en una coleta y se ha puesto brillo en los labios, saliendo dando saltitos sin percatarse de que se le ha olvidado cerrar la puerta de casa sin dar un portazo. ¡Qué pase lo que tenga que pasar!

Alberto le hace un guiño con las luces del coche y ella se acerca con paso apresurado. Da un toquecito al cristal y él le dice, vamos, señorita, que se nos pasa la hora del desayuno…

Llevan un rato en el coche. Sofía está callada y Alberto la observa de reojo mientras conduce. La escucha tararear la música que suena en  la emisora que se va perdiendo conforme se adentran entre montañas que desembocarán en un acantilado precioso. Parece nerviosa.

 

 

Hay un rincón especial donde si consigues una mesa libre eres un afortunado. Porque justo debajo el mar está bravo y dibuja figuras de espuma como si fueran nubes. Y para eso Sofía es un lince. De nuevo con paso rápido ha llegado a la única mesa libre y con un guiño de victoria le ha hecho un gesto a Alberto para que viniera hacia ella.

Alberto había pensado besarla en el coche, antes de bajar, pero no le ha dado tiempo ni de ponerle ojitos tiernos.

Pero sí de desayunar en un lugar increíble, un zumo de naranja y un cruasán delicioso de esos que no llevan nada dentro pero que a Sofía le encantan.

Alberto la observa, le encanta ver cómo se lo come a pellizquitos pequeños y suspira mientras mira al horizonte. Justo ahora la abrazaría por detrás y la besaría en el cuello. Justo en ese instante en el que Sofía se recoloca en su silla, sube los pies a una pequeña barandilla y en silencio le mira y le dice, pararía el tiempo ahora mismo, qué bonito es todo.

Hay a lo lejos un columpio de madera vieja, atado fuerte con una cuerda gruesa que alguien ha improvisado entre dos palmeras. Alberto la mira, le señala, la coge de la mano y le canturrea  al oído.

¡Menos mal que me he quitado las medias y los tacones, Alberto! , le grita a lo lejos sin parar de reír.

De nuevo ha sido rápida, está subida en el columpio diciendo, empújame fuerte, hasta lo más alto.

¡Eres increíble cuando sonríes! , le dice Alberto.

Sofía frena con sus deportivas blancas el columpio y baja. Se acerca a Alberto y le da un abrazo. Pero no un abrazo cualquiera. Uno de esos reparadores que se dan en silencio, sin decir nada, apretadito, calentito.

Le coge de la mano y dan un paseo por la playa. Hablan, mucho. De sus proyectos, de lo importante de aprovechar cada instante. De que las parejas tienen que alimentarse cada día, de música, de la amistad, de las decepciones, de las ilusiones, de la sinceridad y de lo sencillo.

¿Sabes Sofía que me han dicho que hay una pizzería donde hacen esa especialidad que sólo las personas raritas como tú comen y que te están preparando una pizza para ti, con extra de…?

¡De piña!, ríe Sofía.

Sí, de piña, sonríe Alberto. Pero primero ven conmigo, hay un jardín inmenso con un mirador que quiero que veas.

Hacía un rato que Sofía moría por besar a Alberto, pero había una conexión tan bonita que no quería romper la magia.

Hacía ya un buen rato que Alberto se moría por besar a Sofía, pero quería encontrar el lugar más especial.

Ambos habían salido de sus casas muy temprano, sigilosos, para encontrarse…Tenía que ser perfecto.

Y tras un paseo inmenso de palmeras y fuentes de agua con tortugas que asomaban sus cabezas y cuellos alargados, Alberto la besó.

 

 

Despacio y rápido, con ternura pero sin disimular la pasión. La acercó a él y abrió la puerta del bungaló desde donde ya se podía escuchar el sonido de las olas. Ella se dejó llevar, él la llevó donde sabía que quería llegar. Las sábanas enredadas entre sus cuerpos vieron el atardecer.

Creo que la pizza con piña la vamos a dejar para la cena, le volvió a susurrar al oído Alberto. Además, tengo una sorpresa para ti. Vamos a tomar una copa en un local donde toca en directo un grupo que sé que te encanta.

¡Tú sí que me encantas!, le devolvió el susurro Sofía. Pero debería de hacer una llamada, y decirle a mis hijas que llegaré tarde.

¡Quédate sólo si te encuentras relajada!

Tranquilo, lo estoy, sólo que mi marido no  ha vuelto a casa todavía y les ha dicho que también llegará tarde.

Entonces, Sofía, creo que voy a volver a besarte.

Era una noche fría de Enero, Alberto y Sofía tomaban una copa entre risas y besos, cantaban las canciones de uno de sus grupos favoritos, la complicidad se palpaba y las ganas de alargar el tiempo eran infinitas.

Subieron al coche. Quizá los jeans y las deportivas no entonaban con el local de moda y aquella gente tan arreglada. Ni siquiera la coleta alborotada de Sofía y la mancha en su sudadera del extra de piña de la pizza. Pero ya les daba todo igual. Se besaron en el coche al salir, pararon de vuelta a casa para volver a hacerlo…

Alberto apagó las luces justo en la misma esquina donde esperó a Sofía esa mañana tan temprano. La volvió a besar.

Sofía le hizo un gesto cómplice. Si no haces ruido nos tomamos la última copa en el sofá.

¿Estás segura?, sonrió con ironía Alberto.

Se besaron en el ascensor, hasta el séptimo piso. Sofía sacó las llaves y despacito abrió la puerta, le cogió de la mano y se acercó al comedor haciendo un gesto con su dedo índice sobre sus labios…

¡Mamá, papá!, vaya horas de llegar a casa, le recriminaron su hijas. ¿Vais a seguir creyendo toda la vida que tenéis 16 años?

Sí, contestaron riendo al unísono Sofía y Alberto. Siempre que tengamos, una cita inesperada.

 

Feliz domingo

EVA GARCÍA AGUILERA