Montanaro: MIS AMIGOS, MI VERANO. MI NOSTALGIA
MIS AMIGOS, MI VERANO. MI NOSTALGIA
«Podemos contemplar el pasado como un país lejano donde un día vivimos y del que estamos exiliados», Clotilde Sarrió.
Llega el verano y se barrunta ocio, sol y mar. Sí, así es cada final de mes de junio en vísperas del verano, y hoy toca hablar de ese país lejano que limitaba al norte con la infancia, al este con la paz y la tranquilidad del hogar, al oeste con la añorada familia hoy mermada por el tiempo y la propia vida, y al sur con la honesta esperanza de crecer y ¿Por qué no?, a pesar de la grandeza de mi familia y de haberlo hecho bien y feliz, lamentarnos por crecer o al menos, porque la directa descendencia no vivió aquellos años de quietud hoy añorados.
Dice mi buen y querido amigo Juan Carlos que de la nostalgia no se vive pero joder, a veces nos acuna y hoy es de esos días que el olor a vacaciones, a libros de tareas veraniegas, al olor del mar y de los paseos a Cala Cortina nos acurruca, una festividad que hace recordar a mi hermano ausente por san Antonio pero siempre presente, a esa “Lambreta” que nos dibujaba un verano de multitareas, la hoguera de San Juan de la Repla y los petardos y bombas acaramelados con chuches y piruletas y algún juguete d plástico de la Sra. Asunción, cariñosamente conocida como “la manca”. La esperanza nerviosa que avecinaba el Coso Multicolor en las fiestas de Cartagena del Carmen y Santiago, la carroza de la calle…, la familia Alarte incansable en su trabajo municipal y la verbena, aquella Verbena de la Calle Montanaro que aglutinaba pasiones infantiles, enamoramiento de fortuna veraniegos y decepciones impuestas, muy pueriles y casi absurdas, cosas de la edad, hoy quizás motivos de psicólogos por la generación actual de “membrillos y azucenas” pero entonces, enriquecimientos personales que forjaban carácter y valentía.
Decía James Wolcott que todos tienen derecho a su propia nostalgia. Se siente más nostalgia durante estas fechas porque se reavivan los recuerdos, igual que en Navidad, para una generación a caballo entre el resurgimiento social por la necesidad y el entendimiento y otra sobreprotegida, demasiado absurda y precaria.
Todas las personas llegaremos a sentir en algún momento de nuestra vida la emoción de la nostalgia, independiente de cual pueda ser nuestra cultura o posición social y así es. Aquellos veranos en la Calle Montanaro, llenos de pueriles almas, niños y niñas, chicos y chicas, mozas y mozos, todo se aglutinaba, la herencia se heredaba directamente, y la luz del sol de la mañana en días de ocio vacacional proporcionaba ese momento único de añoranza, antaño, era la de los soldados en campaña casi apilados en la repla de aquel extinto Regimiento de España 18, hoy es ese sentimiento nostálgico veraniego basado en la introspección, es el balance de lo logrado y de lo perdido a lo largo de la vida. La nostalgia no debe relacionarse con la debilidad o la indulgencia, sino que incluso puede ser un recurso para dar significado a una parte vital de la salud mental. Y ahí estamos.
Muchas personas sienten nostalgia pensando que han sido muy felices en su adolescencia, pero probablemente eso sea una ilusión. (Jo Brand). La nostalgia es una emoción que siempre estará ahí para endulzar nuestro pasado, independiente de si este fue más positivo o negativo para nosotros. Decía de los paseos a Cala Cortina o la Piedra Lisa de San Pedro, los escarceos infantiles en el anfiteatro o por la Calle Gisbert. La eterna diferencia de un año que nos separaba y el tiempo parado, las siestas sagradas ante un ventilador y las sillas de playa conquistando la calle y agolpadas en una acera entre gritos y juegos, entre combas y saltos, entre canicas y balones, así como las eternas excursiones al Lago a por helados, chucherías y petardos por San Juan, aquellos mixtos de trueno y aquellos petardos verdes inofensivos. Clotilde Sarrió señala que «las personalidades nostálgicas son las más fuertes, al ser capaces de ensamblar los fragmentos de su pasado y hacer de la vida un camino compacto. Así, la nostalgia tendría un efecto positivo sobre la salud mental al hacer de puente entre lo que fuimos y lo que somos».
Mi recuerdo, mi nostalgia, que es sin duda la de cualquiera que pueda leer este escrito, la de mis amigos que aún conservo, unos lejanos en la distancia física pero inherentes a nuestro ser y nuestra alma, siempre cerca. En las proximidades del ocaso, la nostalgia nos trae recuerdos, como los “golpes de aire” en las bolsas de patatas o los chocolates derretidos por el calor de la tarde en la merienda, los vecinos en torno a tertulias de fortuna, tan simples como necesarias. En estas fechas los recuerdos se agolpan enfocado a aquellas piedras en el camino que fuimos superando, que fuimos sorteando con esfuerzo y sacrificio, es tiempo de añorar más que recordar a aquellos que nos dejaron, sobre todo su impronta, su huella, a mis padres y hermanos, naturales y políticos, una huella profunda recordada con alegría y gratitud que no una cicatriz obtusa, la que hoy me/nos sigue guiando y dando consejo y sobre todo ética y valores, esos grandes momentos de la infancia y la pubertad camino a una juventud ya más complicada por la responsabilidad que entonces asumíamos, hoy más dilatada y controvertida. Sin duda, mi recuerdo hoy nostálgico a lo que se fue, pero a lo que también está, hoy más importante que lo de ayer. Mi familia que aumenta y con exigente atributo, son nuestra mejor inversión y sobre todo nuestra versión mejorada con diferencia, así son nuestras hijas en mi caso y el Cum Laude se refleja en mi nieta, nuestros nietos.
El recuerdo se remonta a mi padre preparando los refrescos vespertinos, ora sangría, ora tinto de verano, ora jarras de cerveza de “anca el Nono”, ordeno y mando, serio y gentil, atributos innatos que nunca tuve y siempre envidié, una enorme mesa nos daba cobijo a la familia entera, delante de una televisión en blanco y negro que nos hacía compañía, era parte de la familia al igual que la radio y las novelas de verano que ponían la banda sonora al día, junto al insolente y necesario mueble bar repleto de licores y bebidas casi desconocidas, donde glorioso se alzaba la botella de Soberano flanqueada por Calisay, Cuantreau, licor de café y de menta y por supuesto, el Licor 43 reinando como un cenit ya, de aquél renovado “Pilé” ni hablar, hielo picado y licor 43 hasta el borde…, un gran bote de melocotón en almíbar heredado de la Navidad que servía de adorno y que más tarde haría funciones de jarrón de fortuna y que nunca supe porque se alojaba allí.
Los juguetes de verano anidaban por las esquinas, eran simples, pero entretenidos, no existían consolas, móviles ni ordenadores que nos tuvieran embelesados, más bien agilipollados, todo era distracción y juegos entre pandillas y amigos. Entonces no había puente regional, sí el Carmen y Santiago y sí la Virgen de Agosto, pero estábamos de vacaciones, la cercanía a la Armada y al funcionariado allí presente hacía que la calle vibrara con eternas vacaciones y así la ordenada tumultuaria del vecindario está asegurada, como aquellas reuniones nocturnas en torno a la televisión de Fernando y Pili, increíbles vecinos de alma honesta y corazón generoso, poco negativo se podría decir de aquellos tiempos y absolutamente de nadie de la calle y colindantes, la humildad y la generosidad eran los denominadores comunes en un ambiente que se sigue recordando tras décadas de estíos que no hastíos.
La distracción pueril de una ingente horda de infantes. Movimientos permanentes entre las calles aledañas y acompañar a los mayores en compras de fortuna o, hacer de recadero espontaneo, visitando por orden expresa matriarcal al señor Pepe y sus ultramarinos en mitad de la calle del Ángel, a Antolín en la cima, o al más que famoso bar del Nono o Casa Paco que ha ilustrado a generaciones del barrio, una institución académica y así, del Carmen a la Virgen de Agosto pasando por Santiago donde la sorpresa estaba en la llegada sin avisar pero esperada de la familia madrileña Alarte, incondicional y necesaria para cerrar el círculo estival, Jose Luis, Carmencita y María Dolores que daban el verdadero pistoletazo al comienzo del verano.
Éramos importantes, así, nos sentíamos. Alcanzando las vísperas de los festejos cartageneros por excelencia, entonces con los verdaderos artistas locales de protagonistas, organizando y desarrollando en silencio los fastos del verano de Cartagena, hoy olvidados gracias a esta Cartagena que relega y condena al ostracismo a sus grandes cartageneros. Paco Alarte, desde su taller, en estas fechas ultimaba las figuras que adornaban las carrozas con ese papel de seda multicolor cosidos con harina y agua como pegamento tanto, para la Velada Marítima como para el Coso Multicolor, y se sumaba la propuesta anual para la puesta en escena de los actores de fortuna en más de una carroza, ora de enanito, ora de fogonero, ora de principito.
Hoy nos queda que la Nostalgia de lo vivido, de esa calle inolvidable que adorna el prólogo de mis artículos, una calle que marcó al retrato de una vida llena de historias, de vivencias y que siempre ha estado detrás de nuestro crecimiento, un recurso que hacen eternos a los que no están físicamente pero que nunca se fueron, he y hemos de reconocer la fortuna que nos acompañó y por la que hemos de dar gracias a pesar de que ningún tiempo pasado fue mejor, el recuerdo queda ahí. Feliz Verano, a la vuelta paso lista. Que Dios os bendiga. Si os he arrancado un agradable recuerdo, una sonrisa o un pequeño suspiro, ha merecido la pena.
Andrés Hernández Martínez