El Rincón Literario Dominical de Paco Marín: “Cuadernos de tierra”

El Rincón Literario Dominical de Paco Marín: “Cuadernos de tierra”

TÍTULO:     Cuadernos de tierra

AUTOR:      Manuel Moyano

EDITA:       menoscuarto (2020)

Encuadernación. Rústica con solapas. Tamaño: 14 x 21 cm. Número de páginas: 168. PVP: 16,90 €. ISBN: 978-84-15740-62-9

De la siguiente forma remata Manuel Moyano su Cuadernos de tierra:

«Escribir estas páginas y releerlas ahora ha sido una forma de recobrar parte de aquella felicidad»

… felicidad que transmite, ahora, a los lectores. Los que somos seguidores de Manuel Moyano, sabemos que no nos va a defraudar y bebemos sus escritos con fruición.

Particularmente, creo que escribir sobre andanzas, viajes, paseos… en definitiva, cuentos itinerantes, es muy complicado; salvo que quien lo haga sea un maestro y las páginas, en este caso, de Cuadernos de tierra se conviertan en perfectas fotografías, en postales de cada uno de los lugares pateados.

Mucha es la información vertida y; sin quererlo, pienso; ha confeccionado una guía de viaje: caminos, animales, ruidos, fuentes, lugares de reposo, confidencias y gastronomía… todo en 166 páginas impresionantes. Nos deja con la miel en los labios y con las ganas intactas de seguir acompañando a Manuel en su deambular.

Cierta mañana de verano, el narrador de Cuadernos de tierra emprende una serie de largos viajes a pie. Lo hace en solitario para –siguiendo el consejo de Stevenson– “estar abierto a todas las impresiones”. Recorre ríos, valles y sierras bajo un calor aplastante, duerme a la intemperie, remueve los rescoldos de un pasado que aún gravita sobre el paisaje. También tropieza con tres enigmáticos sucesos –un asesino en serie, una ejecución en las montañas, un nazi escondido– cuya resolución le impulsará a volver sobre sus pasos.

Caminar es una búsqueda del equilibrio interior volcándose hacia lo exterior, pero también una puerta abierta al azar y a la aventura.

MANUEL MOYANO (Córdoba, 1963). Sé ha consolidado como cultivador de una narrativa precisa y elegante que coquetea con lo fantástico, pero que escapa de corsés genéricos. Ha obtenido galardones como el Tigre Juan por El amigo de Kafka (2001), el Tristana por La coartada del diablo (2007, Menoscuarto Ediciones) y el Celsius de la Semana Negra de Gijón por El imperio de Yegorov (2014), finalista del Premio Herralde. Sus cuentos recogidos en El oro celeste (2003) y El experimento Wolberg (Menoscuarto, 2008) han aparecido en numerosos antologías de narrativa breve. Asimismo, las cien piezas de su Teatro de ceniza (Menoscuarto, 2011) constituyen una de las más espléndidas muestras del microrrelato en castellano. Otros libros suyos son la novela La agenda negra (2016), el ensayo antropológico Dietario mágico (2015), sobre la curandería en el sureste español, y Travesía americana (2012), crónica de un viaje en familia a través de Estados Unidos.

Muy interesante el viaje verbal mantenido con Manuel Moyano…terminando con una pizca de misterio…Gracias…

P.- ¿Cómo ha llevado el confinamiento?

R.- Bien, en general. Para cualquier persona a la que le guste crear, que sienta el deseo de crear, el confinamiento supone una reducción del trajinar diario y, por tanto, la posibilidad de concentrarse mejor, de alcanzar con menor dificultad el estado mental necesario para crear.

P.- Cuadernos de tierra recién sacado de imprenta... ¿Tendremos en nuestras manos, en algún momento, Cuadernos de confinamiento?

R.- He escrito bastante en estos dos meses y pico, pero, sobre todo, cosas cortas: diversos encargos y una serie de “post” para Facebook (acabo de estrenarme en redes sociales), algunos de los cuales van apareciendo luego en el diario “La Opinión”. No descarto recoger luego todo eso en un libro, aunque, ¡cuidado!, puede haber una explosión de títulos relacionados con la cuarentena. Alguien ha dicho que se ha convertido en un nuevo género literario; incluso habrá que dedicarle un espacio propio en las librerías.

P.- ¿Sigue realizando 'paseos' por el monte, playas o huertos?

R.- Esto es algo que casi no puedo evitar. Pasear por ahí es, junto a montar en bicicleta, mi deporte favorito; y no practico ningún otro más. Aunque, en realidad, no se trata de deporte, sino de otra cosa. Es más bien algo de índole mental, sólo que la mente no puede separarse del cuerpo.

P.- ¿En algún momento pasó miedo?

R.- No, realmente. En el libro narro algunos encuentros nocturnos con jabalíes, por ejemplo, pero fueron más bien sustos que verdadero miedo. No soy especialmente miedoso, por eso puedo acostarme en mitad del monte o junto a una carretera y dormir; poco, pero dormir, al fin y al cabo.

P.- ¿Queda mucho por contar en el libro? ¿Hay algo que no haya contado, expresamente?

R.- Creo que no he omitido nada en especial. Hay algún nombre cambiado, eso sí, para evitar problemas. Si no he contado algunas cosas, es más bien por el temor a caer en la repetición o en lo anodino. No sé quién dijo que escribir es seleccionar.

P.- Ernst Grübel, triple crimen de Góntar, Stefan Gregor... ¿Tendremos noticias de ellos, en forma de relato, en algún momento?

R.- Son hechos y personajes espectaculares con los que me tropecé por azar. Luego indagué sobre ellos y llegué a averiguar más, mucho más, de lo que me esperaba (debería haber estudiado para detective privado). Por tanto, en cierta forma sus historias están agotadas para mí, lo cual no quiera decir que en el futuro no tome algún elemento de aquí o de allá. Los que escribimos solemos hacerlo.

P.- ¿Vio si había biblioteca en los pueblos visitados?

R.- Debo reconocer que no me fijé en ese particular, aunque la ley obliga a los municipios a tener biblioteca a partir de cierto nivel de población, quieran o no quieran, así que tenía que haberlas.

P.- ¿Qué está leyendo ahora mismo?

R.- Hace poco concluí El libro de Sarah, de Scott MacClanahan, un descubrimiento magnífico. En los últimos días he leído dos libros sobre el hecho de escribir, uno de Stephen King y otro de Haruki Murakami.

P.- Venda su libro ¿por qué hay que leer Cuadernos de tierra?

R.- Porque transmite –o trata de transmitir– el placer que se siente al emprender largos viajes a pie, en solitario, sin rumbo predeterminado ni fecha concreta de regreso. Y porque ese placer reside en la sensación de libertad (incluso de rebeldía) que se siente al alejarse de todo durante unas jornadas. Es la ruptura absoluta con lo cotidiano, y está a la mano de cualquiera, sólo hace falta proponerse hacerlo. Los anglosajones tienen la palabra exacta para ese tipo de vagabundeo: wanderlust. Como fuente de placer adicional, el azar te proporciona, invariablemente, historias que no te esperabas y que nunca hubieras descubierto de otro modo.

P.- Sus planes a corto y medio plazo ¿son?

R.- Por un lado (hablo de literatura) mover una serie de libros que ya están escritos. Por otro, empiezo a encarar un proyecto sobre el que prefiero no hablar: si describes lo que vas a hacer, terminas perdiendo las ganas de hacerlo.