Todo el mundo necesita un respiro
19 de abril de 2025 (09:12 h.)
Todo el mundo necesita un respiro
Jordi Margalef – Secretario de Comunicación del Sindicato de Trabajadores (STR)
Mi abuelo Joaquim solía contar que, en sus tiempos, llegaba el Viernes Santo y hasta los altos hornos de Vizcaya se apagaban. Quizás no fuera exactamente así al pie de la letra, pero la imagen que transmite aquella anécdota posee una fuerza simbólica impresionante: ¿qué hay más esencial que la producción siderúrgica? Y, sin embargo, existía un momento, un día señalado, en que todo se detenía. Esta historia me sirve para reflexionar sobre otro tipo de “horno” que hoy no dejamos de alimentar: las redes sociales y las constantes notificaciones digitales.
Vivimos en una época en la que la hiperconectividad se ha convertido casi en una obligación laboral e, incluso, en un estilo de vida. Nos mantenemos encendidos, como si nos diera miedo que, al detenernos, el mundo dejase de girar, una dependencia mental que conlleva una patología asociada: la nomofobia, la ansiedad que sentimos cuando no estamos pendientes del móvil durante un breve periodo de tiempo. ¿Quién no la ha sufrido?
Como nos recuerdan los expertos, es muy importante tener en cuenta que, sin un descanso adecuado, mantener el horno ardiendo de forma ininterrumpida acarrea un coste muy elevado: estrés, fatiga y dificultad para compaginar la vida personal y el trabajo. Si en otros tiempos existía la posibilidad, aunque fuera puntual, de enfriar la producción, ¿por qué hoy nos parece impensable concedernos siquiera unos instantes (unos días, de hecho) de desconexión real y absoluta? Porque si no es absoluta, no sirve…
Más allá de la nostalgia, es evidente que la actividad industrial actual plantea grandes retos. Detener un alto horno de este tipo es un proceso complicadísimo: no se puede apagar y encender como si fuera un interruptor. Requiere una secuencia técnica muy delicada, con temperaturas elevadísimas y un flujo de combustible y materias primas que deben gestionarse con cuidado. Cada parada supone no sólo una pérdida de producción, sino también un desgaste de los materiales, un consumo extra de energía y unos costes económicos enormes. Por eso era tan inusual detenerlo, aunque fuera solo un día, y por eso la imagen que describía mi abuelo resulta tan impactante e ilustrativa.
Otro asunto somos las personas, que precisamente necesitamos esas pausas para garantizar nuestro correcto funcionamiento. Los mensajes de trabajo fuera de horario, los correos que no cesan el fin de semana o los grupos de chat que provocan notificaciones constantes lo impiden. Aquí hace falta el valor de pulsar el botón de pausa. Es un acto de coherencia con la necesidad de cuidar nuestra salud mental y, de paso, una forma de garantizar un mejor rendimiento y más sostenible a largo plazo. Cuanto más tiempo nos mantenemos en el máximo nivel de exigencia sin parar, mayor es el riesgo de que nuestra “producción” —la motivación, la claridad mental y la creatividad— decaiga.
Desde el Sindicato de Trabajadores (STR) defendemos que la desconexión digital no es un capricho, sino un derecho. Un entorno laboral sin un descanso real acaba perjudicando a todos: a las personas que se agotan y a las empresas que, a la larga, ven mermar su competitividad. Si antes se asumía que tomarse una pausa podía justificarse por razones religiosas o culturales, hoy la necesidad de frenar, aunque sea de forma parcial, se fundamenta en el bienestar psicológico y social.
Cuando mi abuelo evocaba la imagen de detener aquellos enormes hornos, con todo lo que implicaba, recordaba que no hay nada tan grande que no pueda paralizarse si hay un bien superior en juego. Y, en pleno siglo XXI, ese bien superior pasa por una salud laboral y personal dignas, por la preservación de nuestra energía y la calidad del tiempo que compartimos con quienes nos rodean. Así, al igual que en el pasado se hacía el esfuerzo colectivo de parar la maquinaria durante un día entero, hoy debemos ser capaces de elegir momentos, franjas horarias y hábitos concretos que nos permitan “apagar el horno digital” y respirar.
Todos salimos ganando si nos permitimos descansar de vez en cuando. Al fin y al cabo, ni siquiera los altos hornos, aquellos que parecían imprescindibles, permanecían encendidos de forma ininterrumpida. Y esto nos lleva a pensar que, en nuestra frenética vida actual, podemos —y debemos— darnos la oportunidad de tomar un respiro sin sentir que perdemos ni un ápice de competitividad. Al contrario: lo que ganamos en equilibrio personal y familiar se traduce en una sociedad más sana y en un trabajo de mayor calidad. Porque incluso aquello que parece más esencial merece, de vez en cuando, un descanso.
Vivimos en una época en la que la hiperconectividad se ha convertido casi en una obligación laboral e, incluso, en un estilo de vida. Nos mantenemos encendidos, como si nos diera miedo que, al detenernos, el mundo dejase de girar, una dependencia mental que conlleva una patología asociada: la nomofobia, la ansiedad que sentimos cuando no estamos pendientes del móvil durante un breve periodo de tiempo. ¿Quién no la ha sufrido?
Como nos recuerdan los expertos, es muy importante tener en cuenta que, sin un descanso adecuado, mantener el horno ardiendo de forma ininterrumpida acarrea un coste muy elevado: estrés, fatiga y dificultad para compaginar la vida personal y el trabajo. Si en otros tiempos existía la posibilidad, aunque fuera puntual, de enfriar la producción, ¿por qué hoy nos parece impensable concedernos siquiera unos instantes (unos días, de hecho) de desconexión real y absoluta? Porque si no es absoluta, no sirve…
Más allá de la nostalgia, es evidente que la actividad industrial actual plantea grandes retos. Detener un alto horno de este tipo es un proceso complicadísimo: no se puede apagar y encender como si fuera un interruptor. Requiere una secuencia técnica muy delicada, con temperaturas elevadísimas y un flujo de combustible y materias primas que deben gestionarse con cuidado. Cada parada supone no sólo una pérdida de producción, sino también un desgaste de los materiales, un consumo extra de energía y unos costes económicos enormes. Por eso era tan inusual detenerlo, aunque fuera solo un día, y por eso la imagen que describía mi abuelo resulta tan impactante e ilustrativa.
Otro asunto somos las personas, que precisamente necesitamos esas pausas para garantizar nuestro correcto funcionamiento. Los mensajes de trabajo fuera de horario, los correos que no cesan el fin de semana o los grupos de chat que provocan notificaciones constantes lo impiden. Aquí hace falta el valor de pulsar el botón de pausa. Es un acto de coherencia con la necesidad de cuidar nuestra salud mental y, de paso, una forma de garantizar un mejor rendimiento y más sostenible a largo plazo. Cuanto más tiempo nos mantenemos en el máximo nivel de exigencia sin parar, mayor es el riesgo de que nuestra “producción” —la motivación, la claridad mental y la creatividad— decaiga.
Desde el Sindicato de Trabajadores (STR) defendemos que la desconexión digital no es un capricho, sino un derecho. Un entorno laboral sin un descanso real acaba perjudicando a todos: a las personas que se agotan y a las empresas que, a la larga, ven mermar su competitividad. Si antes se asumía que tomarse una pausa podía justificarse por razones religiosas o culturales, hoy la necesidad de frenar, aunque sea de forma parcial, se fundamenta en el bienestar psicológico y social.
Cuando mi abuelo evocaba la imagen de detener aquellos enormes hornos, con todo lo que implicaba, recordaba que no hay nada tan grande que no pueda paralizarse si hay un bien superior en juego. Y, en pleno siglo XXI, ese bien superior pasa por una salud laboral y personal dignas, por la preservación de nuestra energía y la calidad del tiempo que compartimos con quienes nos rodean. Así, al igual que en el pasado se hacía el esfuerzo colectivo de parar la maquinaria durante un día entero, hoy debemos ser capaces de elegir momentos, franjas horarias y hábitos concretos que nos permitan “apagar el horno digital” y respirar.
Todos salimos ganando si nos permitimos descansar de vez en cuando. Al fin y al cabo, ni siquiera los altos hornos, aquellos que parecían imprescindibles, permanecían encendidos de forma ininterrumpida. Y esto nos lleva a pensar que, en nuestra frenética vida actual, podemos —y debemos— darnos la oportunidad de tomar un respiro sin sentir que perdemos ni un ápice de competitividad. Al contrario: lo que ganamos en equilibrio personal y familiar se traduce en una sociedad más sana y en un trabajo de mayor calidad. Porque incluso aquello que parece más esencial merece, de vez en cuando, un descanso.
Acerca de STR:
El Sindicato de Trabajadores (STR) es una organización creada en el año 2003 para defender los intereses de sus afiliados y de todos los trabajadores de los sectores en los que tiene representación. Actualmente, el STR cuenta con más de 6.000 afiliados, la mayor parte de ellos en el sector de la química. El Sindicato de Trabajadores es mayoritario en el subsector petroquímico.