Aranceles, libertad, política y cuaresma

Juan M. Uriarte

I. Se encuentra el mundo en estado de shock por la decisión de Trump de establecer aranceles generalizados, o sea impuestos cobrados en la frontera a los productos fabricados o producidos fuera del país, para que sean más caros para los ciudadanos norteamericanos, y así prefieran el producto nacional equivalente. La mayoría de las voces que escucho o leo en prensa no han tenido que modificar esta semana su posición sobre Trump, pues desde el primer minuto en que fue elegido en las elecciones de noviembre de 2024, tenían ya la peor de las opiniones y consideraban ese resultado un error democrático(?) Me encuentro pues en esa minoría de personas que hemos tenido que esperar al menos cien días de ejercicio de su presidencia para juzgar. La crisis de los aranceles parece dañina y es inesperada en este su segundo mandato presidencial del pelirrojo. La complejidad del asunto es evidente y requiere conocimientos técnicos que no poseemos la mayoría de la población.

 

Hay que celebrar que Trump haya puesto de acuerdo a tanta gente en lo perjudicial que son las tasas que gravan el libre comercio. El periodista y economista liberal Carlos Rodríguez Braun solía recordar los dos pilares que todo estado tiene tendencia a vulnerar: la propiedad privada y los contratos voluntarios entre ciudadanos. Así pues, esto de los aranceles más que novedad es un caso particular de una tendencia crónica de los estados frente al mercado. Europa también es proteccionista con sus tasas climáticas, por ejemplo.  Me ha resultado delicioso escuchar a nuestros líderes sindicales (esos a los que algunos malévolamente llaman comegambas) quejarse y clamar para que se eliminen los aranceles (o sea impuestos) por ser intervencionistas. Enternecedor. Cierto es que también muchos rojelios patanegra suspiran por alianzas con esa conocida economía libérrima y estado ejemplar como es la República Popular China. Casualmente a China se dirige raudo y veloz nuestro presidente Sánchez esta próxima semana.

“La democracia es el único sistema político que permite el recambio pacífico de los gobernantes”, afirmaba un liberal clásico. La democracia nos garantiza además la libertad y los derechos humanos frente la arbitrariedad y los totalitarismos. Las democracias, que posibilitan desalojar políticos cada cuatro años, tienen también el handicap de estimular conductas políticas cortoplacistas miopes. Los miopes no ven lo que hay más allá de muy pocos metros. Los políticos miopes viven solo obsesionados con su propia reelección; no ven más allá de muy pocos años, generan problemas a largo, y endeudamientos que nunca pagarán ellos ni sus partidos tras irse. Se rigen por el dicho castizo: “el que venga atrás, que arree”.

II. Un año más está terminando la cuaresma sin que ello signifique absolutamente nada para la inmensa mayoría de los españoles. Quizá no nos hemos enterado ni los católicos, que a veces parece que solo despertamos con el ruido de tambores procesionales e inciensos acompañados de caña y tapa, eventos que no deben confundirse con la fe.  Nuestros gobernantes no lo saben, pero la mayor amenaza de la democracia es la incapacidad de aceptar la imperfección de las cosas humanas. La frase tiene cuarenta años, sigue brillantemente vigente y su autor es un tal Joseph Ratzinger. La cuaresma nos ayuda a recordar la imperfección de las cosas humanas o sea nuestra propia menesterosidad. Este golpe al tablero que ha dado Trump con sus formas estrafalarias ha movido eso tan valorado en la economía y la vida llamado previsibilidad. La prensa nos ha mostrado el pánico en las bolsas. De la imprevisibilidad de la vida y tu vulnerabilidad te puedes enterar en la liturgia cuaresmal, o abruptamente al experimentar el miedo con cualquier zarandeo vital, llámalo aranceles, llámalo enfermedad. No hace falta que nuestros políticos prometan ser seres de luz; nos bastaría con que reconocieran desde el primer día la frágil naturaleza humana, que viene a ser la suya y la de sus gobernados. Solo reconociendo que todo estado por bienintencionado y democrático que sea es imperfecto, podrán gobernar mejor, evitando construir torres de Babel. La vulnerabilidad es consustancial a lo humano, y también a sus sistemas de gobierno.

 

 

Les expreso sin ambages pues lo que pienso. Esta “crisis de los aranceles” hay que relativizarla. No porque le niegue importancia económica a la decisión del estrafalario Trump; tampoco porque intuya que se atenuarán sus efectos o porque sospeche que se abrirán nuevos escenarios menos pesimistas. No tengo ningún argumento técnico para sostener esas intuiciones ni tampoco es un ejercicio voluntarista bobalicón. La crisis de los aranceles debe relativizarse como una oportunidad para políticos y público general, una ocasión de contemplar la política con sabiduría cuaresmal, cayendo en la cuenta que nuestra vida personal no se construye sobre la economía, sino que se edifica misteriosamente desde nuestra propia debilidad. La cuaresma no es infinita, son cuarenta días para conocernos. La dignidad y libertad humanas no nos la otorgan ni el estado ni la democracia, pero de eso hablaremos ya la próxima semana.