Elecciones Europeas 2024 (y II) : ¿Votamos a Beethoven?

Juan M. Uriarte

Hay que votar el 9-J, sí. No sabía a quién votar, pero ya lo he decidido. Enseguida se lo cuento, me voy a mojar.

Los cuatro símbolos de la Unión Europea según la declaración nº 52 del Tratado de Lisboa firmado en 2007 son: la bandera, el himno, la divisa “Unidad en la diversidad”, el Día de Europa, y el euro como moneda.

Quiero empezar retrocediendo dos siglos. En 1801 Beethoven había perdido el 60% de la audición normal y oye sólo las vocales; en 1816 la sordera es completa según afirman estudiosos de su biografía médica. Se piensa que era una sordera progresiva neurosensorial, quizá de causa infecciosa (¿laberintitis por viruela, sífilis?, ¿fármacos ototóxicos como arsénico o bismuto?) El hecho es que Beethoven, con 31 años - Beethoven (1770 – 1827) no llegó a cumplir los 57 años-, escribe una carta a sus hermanos Karl y Johann. Es una carta ¿presuicida?, de un Beethoven muy angustiado y emotivo. Esa carta se llama el testamento de Heiligenstadt.  Beethoven no se suicidó finalmente, ni envió este texto a nadie; la guardó entre sus papeles toda su vida. Quiero resaltar algún fragmento amplio. Lean a Beethoven, intenten escucharlo en estas letras:

 

 “(…) ¡qué humillación cuando alguien a mi lado oía el sonido de una flauta a lo lejos y yo no oía nada, o cuando alguien oía cantar a un pastor y yo tampoco oía nada! Tales situaciones me empujaban a la desesperación, y poco ha faltado para poner yo mismo fin a mi vida. Es el arte, y sólo él, el que me ha salvado. ¡Ah!, me parecía imposible dejar el mundo antes de haber dado todo lo que sentía germinar en mí, y así he prolongado esta vida miserable, verdaderamente miserable, con un cuerpo tan sensible, al que todo cambio un poco brusco puede hacer pasar del mejor al peor estado de salud. Paciencia, es todo lo que me debe guiar ahora, y así lo hago.

(…)

Divinidad, tú que desde lo alto ves el fondo de mi ser sabes que viven en mí el deseo de hacer el bien, y el amor a la humanidad.  

(…)

¡Adiós y amaos! Estoy muy agradecido a todos mis amigos, en especial al príncipe Lichnowsky y al profesor Schmidt.

(…)

Ya está hecho: con alegría voy al encuentro de la muerte. Si viene antes de que haya tenido ocasión de desplegar todas mis posibilidades para el arte, entonces llega demasiado pronto para mí, a pesar de mí duro Destino, y me gustaría que no fuese más tardía; sin embargo, aún entonces sería feliz; ¿No me librará ella de un estado de sufrimiento sin fin? Ven cuando quieras, voy animosamente a tu encuentro.

Adiós, y no me olvidéis del todo en la muerte; tengo derecho a esto de vuestra parte, ya que durante mi vida he pensado frecuentemente en haceros felices, sedlo (…)”

Así pues, el azar de las fechas nos ha llevado a que se hayan cumplido, pocas semanas antes de votar para elegir Parlamento Europeo, los doscientos años del estreno de la Novena Sinfonía de Beethoven el 7 de mayo de 1824. La partitura que se utiliza como Himno de Europa cumple esta primavera dos siglos exactos. Beethoven codirigió ese estreno estando absolutamente sordo. No pudo oír los aplausos, pero sí los contempló.

Beethoven tuvo la osadía de colocar por vez primera una coral dentro de una sinfonía. Todo un símbolo y un ejemplo para hoy. Beethoven, mal de salud y absolutamente sordo, decidió “componer un himno de gratitud y alabanza al Supremo Hacedor”.

Beethoven utiliza en el cuarto movimiento de su última sinfonía la voz humana (coro y cuatro solistas), porque no le son suficientes los sonidos. Beethoven necesitaba decirnos algo, y hoy nos habla también a nosotros. No bastan las cuerdas, maderas, metales y percusión, Beethoven necesitó la palabra. Aristóteles afirmaba que el ser humano es el único animal que tiene palabra (logos), en vez de sonido (phonos). Beethoven estuvo años rumiando esta sinfonía y el texto muy anterior de Schiller, su Ode an die Freude. El comienzo del último movimiento está lleno de intenciones. El barítono solista exclama con potencia: 

 

O Freunde, nicht diese Töne!

Sondern laßt uns angenehmere

¡Oh amigos, dejemos esos tonos!

¡Entonemos otros más agradables y más alegres!

 

Beethoven utiliza un texto en el que destaco dos ideas por encima: la alegría, y la fraternidad.

 

Alle Menschen werden brüder

Todos los hombres se vuelven hermanos.

 

Ahnest du der Schöpfer, Welt?

Such ’ihn über´m Sternenzelt muss ein lieber Vater wohnen

¿Presientes tú, oh mundo al Creador?

Sobre la bóveda estrellada debe habitar un Padre amoroso

Me resulta chocante y paradójico y por ello además maravilloso, que con una vida tan desdichada, con su mala suerte en lo físico, con su antecedente presuicida de Heiligensdat, nos grite con Schiller esperanzado en la alegría, en la fraternidad y confesando a Dios Creador.

 

La Unión Europea adquirió esta música como Himno ¿y qué pasa con su letra? Voy a votar a Beethoven, y voy a votarlo por tres motivos que expresa en su Oda a la Alegría y que pienso necesitamos: Alegría, Esperanza, y Fraternidad. Hablar de Europa solo en términos económicos no me genera ningún entusiasmo ni alegría.

 

La fraternidad no es solidaridad, ni filantropía o simple altruismo. La ilustrada Fraternité no proviene del puro laicismo; su base genuina se fundamenta en la existencia de un Padre común, por eso puedo llamarte hermano de verdad. Si no tenemos un Padre común, llamarte hermano será solo una frase, una hipérbole sentimental.

 

Lastima que los políticos burócratas europeos, fueran incapaces de incluir referencia alguna al hecho cristiano en el Tratado de la Unión, incapaces, llenos de prurito vergonzante de colocar en 2003 en el preámbulo de la Constitución Europea referencia alguna a las raíces cristianas europeas. No se puede extirpar el hecho cristiano de Europa (y Occidente). No, no se puede, porque en tal caso, no se entiende Europa (ni Occidente). No hablo de práctica religiosa; los ciudadanos europeos hoy pueden ser ateos, agnósticos o de otras religiones, pero el mundo occidental -se quiera o no- tiene una perspectiva cristiana, ese fundamento no son raíces muertas sino algo incontrovertible histórica y socialmente.

Votemos el 9 de junio, votemos. Votemos a Beethoven, votemos la Oda de Schiller. Esperanza frente pesimismo. Esperanza y futuro.  Esperanza y alegría. Esa alegría de los que no tenemos puestas las esperanzas solamente en este mundo.

 

Juan M. Uriarte