Esperanza, progreso y adviento
Sé que me estaba retrasando en escribirte, amable lector que me acompañas. Llevamos tres semanas sin hacernos compañía y has llegado a pensar si la melancolía me invadía. No andabas del todo desencaminado, una especie de desazón merodea. Levantando la vista se contemplan pocos faros, escasean las referencias, los hombres visibles, los más mediáticos, dan miedo cuando no pena. Todo es demasiado pedestre y las respuestas no son ya reflexivas sino reflejas. La vida transcurre, el otoño está esperando que pronto entre el invierno y la navidad. Estamos esperando algo (no sé qué), somos inevitablemente argumentales (nos pasan cosas) y futurizos.
Necesitamos esperanza para no suicidarnos todos juntos. La esperanza más ofertada se expresa en una palabra muy interesante: Progreso. Progresar es avanzar, ¿quién no quiere avanzar? Yo me pregunto: ¿Avanzar hacia dónde? ¿qué viaje es este? Ese Progreso se expresa en dos caras: la política y la ciencia; ellas son las grandes expendedoras de esperanza en nuestros tiempos.
I. Esperanza en la política. La política me resulta apasionante, pero hoy no encuentro en ella esperanzas; la contemplo como si de un juego de estrategias y circo romano se tratara, y no de la vida de la gente. Hoy es el día de la Constitución Española. Siento pena. ¿De verdad que podemos fundamentar nuestras esperanzas en la política? La esperanza puesta en la gestión publica o en la sola eliminación de las estructuras económicas injustas no aporta felicidad por sí misma; trajo históricamente revolución y sufrimiento. La idea revolucionaria ilustrada parecía buena, pero cambiadas las estructuras económicas, el problema del mal y de la libertad del ser humano, continúan intactos, sin respuesta. El mal, el resentimiento y la muerte siguen ahí.
II. Esperanza en la ciencia. El conocimiento de la materia y sus leyes, la razón desprovista de fe y supersticiones, lo científico nos podría hacer albergar esperanza en darnos salud para vivir sin morirnos (?) Es importante saber la velocidad de un objeto según la aceleración que le proporciona la gravedad, pero la ciencia nada me informa de los verdaderos problemas de mi persona. “Podremos llegar a Marte, conducir coches eléctricos y vivir cien años, pero el malestar existencial no disminuye”, decía hace unos días en una entrevista el filósofo francés Gilles Lipovetsky. He ahí la cuestión. Las grandes cuestiones no son científicas. Si te dijeran que te dan la respuesta a una pregunta, no harías una pregunta de conocimiento científico. Las preguntas que afectan a mi yo no son preguntas físico-matemáticas, sino existenciales. Edmund Husserl matemático y filósofo escribió que “la ciencia nada tiene que decir sobre la angustia de nuestra vida, pues excluye por principio (mío el subrayado) las cuestiones más candentes para los hombres de nuestra desdichada época: las cuestiones sobre el sentido o sinsentido de nuestra vida”. Es más importante saber cómo se puede ser feliz que conocer las leyes de la termodinámica. Es por ello, por ejemplo, que me es relativamente indiferente adentrarme en los intríngulis del llamado cambio climático cuando mi interior anhela la vida perdurable y la felicidad. No me resulta indispensable enseñar a mis hijos educación climática, pero sí me es capital transmitirles la esperanza… cristiana, ¿acaso hay otra?
III. Encuesta con solución: a) esperanza en la vida perdurable, b) esperanza en el progreso: ciencia y política, c) la vida es una mierda. No me parece que haya muchas más que esas tres. No estamos locos, y tampoco sabemos lo que queremos, al revés que la canción de Ketama. Sin embargo, sorprendentemente, de modo irracional e inexplicable, queremos ser felices y hay destellos en nuestras vidas de felicidad, querido lector; la intuimos, la deseamos, la necesitamos tú y yo. Llevamos una marca interior, un anhelo; no sabemos cómo (docta ignorancia, decía san Agustín) pero sí sabemos que esa realidad existe y hacia ella (¡hacia Ella!) nos sentimos impulsados.
(viñeta de Fano)
Esperar se nos da mal. De niños no sabíamos esperar, cumplir años no garantiza el aprendizaje. La esperanza es hermana de la paciencia y enemiga de la desazón. La compra on-line, Amazón y similares, nos obligan a esperar que llegue nuestro capricho envuelto en cartón, pero la esperanza no se compra por Amazon. La esperanza está llena de confianza. Los cristianos, tímidos tantas veces, escondidos vergonzantemente, tenemos un nombre para esa manera de vivir: se llama Adviento y no es algo para unas semanas de diciembre, sino un talante vital.
Mis ansias de vivir y no morir (a la manera existencial unamuniana de preguntármelo) no me las solventa el progreso, la política ni la ciencia; no lo solventa porque anida en mi interior, en mi propia estructura, mi corazón, mi mente… en eso que llamamos alma y que junto mi cuerpo configuran mi yo.
Vivimos esperando ¿a Godot ?, mirando al horizonte, tratando de escudriñar el porvenir, demasiado agazapados, como osos que hibernan de tristezas irresolubles y tedio, ansiando un cascabeleo primaveral, un simple cambio de inclinación del eje de la tierra, un nuevo reparto de cartas, un adviento de oxígeno y agua. “No os aflijáis como los hombres sin esperanza”, decía el apóstol de Tarso. La esperanza es paciencia, pero también deseo irrefrenable. Deseo, arrebato y amor. Amor y resurrección. Hay esperanza porque Él nos quiere.