Elecciones Europeas 2024 (I) : Razones para algún desapego

Juan M. Uriarte

Jamás he dejado de votar desde que cumplí dieciocho años, hace ya siete lustros. Nos han convocado de nuevo para votar ahora en las Elecciones Europeas.  No sé qué hacer. ¿Votar para el parlamento europeo? Hace ya tiempo que le tengo recelos al asunto institucional europeo. Ojo, anoten que digo institucional, no a Europa en sí. La distancia percibida es uno de los factores indudables. Cuando voto en las municipales, o las autonómicas, o para Cortes Generales, siento esa necesidad, cercanía y pragmatismo, toca mi patria. Veo al concejal, al alcalde, al diputado. Los veo a veces también diciendo mamarrachadas, pero entiendo que la función política es imprescindible y es teóricamente una noble función. Siempre he pensado que lo municipal, el gobierno de nuestros pueblos y ciudades es lo más noble de la política, por más cercana y porque puede solventar problemas concretos. El municipalismo aporta esa sensación romántica de que se gobierna para lo que los griegos llamaban la polis, el átomo de la estructura política.

 

Me generan, decía, algún recelo y desdén las instituciones europeas, no Europa en sí misma. Frente al dogma/soniquete de que la descentralización española es lo mejor, observo el mastodóntico parlamento europeo y sus diputados con pinganillos mientras pienso: ¡qué de gente!, ¿qué hará esta gente…?

Los ciudadanos oímos hablar de “Europa” tantas veces como algo ajeno, lejano y también, por qué no decirlo, coercitivo. Europa parece ser no una concordia de los valores y acervo de Occidente, sino sólo una Europa burocrática. Europa nos cuida, Europa nos vigila. Europa no nos da dinerín si no hacemos políticas ideológicas ¿Nos vigila Europa o nos constriñe con su diarrea legislativa? Europa nos normativiza, nos dice lo que está bien o está mal. Hoy el coche eléctrico, mañana igual prohíben la paella… ¿Votamos para Europa, o para Unión Monetaria? ¿Es la Europa de los funcionarios, de los burócratas? ¿Europa me aporta los valores? ¿Qué piensan “en Bruselas”, de la vida, de la familia, de lo que es prosperidad, solidaridad? ¿Qué se piensa de la inmigración -tema capital y no solventado- o de las pensiones, o del aborto? ¿Qué enseñanza y cultura deseamos tener? ¿Hacia donde va la universidad? ¿Hay opinión, hay dirección? ¿Hay posibilidad de diversidad de opiniones?  ¿Se puede discrepar o hay pensamiento único? ¿La Unión Europea es algo que existe o es una frase?

 

En relación con este desapego o desdén quería decir algunas coordenadas que siento imprescindibles sobre España y Europa para fijar posturas:

 

Primero. Los españoles estamos en Europa sin que nos tengan que invitar ni dar permiso. Europa nunca empezó en los Pirineos. España es la nación -en sentido moderno- más antigua de Europa, mucho antes que Francia, Reino Unido, Alemania, y no digamos Italia. No nos tenemos que “adaptar a Europa”, puesto que los españoles ejercemos nuestra manera de ser europeos de manera muy original. Ser la segunda potencia turística del mundo no puede llevar a hacernos perdonar nuestra idiosincrasia. Debemos pues negarnos a pensar que el eje franco-alemán se considere la nuez de Europa. 

 

 

 

 

Segundo. España ha querido ser obstinadamente europea, rechazando y combatiendo la invasión musulmana del siglo VII hasta lograrlo ocho siglos después. La España visigoda no aceptó ser musulmana; quiso ser cristiana, y entonces eso significaba ser europea y occidental. No sucedió así con el territorio del norte de Africa: la orilla africana del Mediterráneo también fue griega, cartaginesa y romanizada (provincia Mauretania Tingitana), pero tras la invasión musulmana, así ha persistido hasta nuestros días el actual Magreb.  Por otro lado, el resto de países europeos “no pudieron ser otra cosa” que europeos y occidentales, pues la invasión musulmana apenas llegó a Poitiers en el año 732. Ningún pueblo por tanto tiene un pedigrí más demostradamente europeo y occidental que el español.

Tercero. España no es una nación europea cualquiera, pues no es intraeuropea, sino transeuropea, como lo son Portugal e Inglaterra. Cuando observamos por ejemplo todos los problemas migratorios europeos, pienso en España, que inventó literalmente la primera comunidad transnacional, la primera incorporación de pueblos heterogéneos. La relevancia transeuropea que destaco no proviene de una nostalgia colonial, sino para valorar justamente esta dimensión americana. América española y España americana. La gran aportación española a Europa proviene del bagaje cultural transatlántico, con las Españas. Y cito a Julián Marías cuando afirma: “El español no conoce plenamente España hasta que conoce América, y se da cuenta de que al cruzar el Atlántico y llegar a un país hispánico de América no ha salido de su patria grande; de su patria jurídica y civil, sí; de su patria histórica y cultural, no”.

 

Por tanto, Elecciones Europeas sí, pero.

Es en esos dos vectores, el propiamente intraeuropeo y el transeuropeo donde debe situarse nuestra querida y sufrida España para poder entender la política y hacerla con mayúsculas. ¿España en  Europa? Sí, pero mirando a América.

 

Permítanme dejar para la próxima semana una propuesta de qué valores (¿y a quién?) debemos votar en estas Elecciones, junto un aniversario que estimo oportuno.

 

(Continuará)