Más papistas que el Papa
Ha sido elegante, ha esperado que terminemos la Semana Santa y que viviésemos íntegramente el Triduo Pascual sin sobresaltos. “El primer día de la semana” nos ha dejado Francisco papa, obispo de Roma. Doy gracias a Dios por ser cristiano y sentir la Iglesia como propia, no viviendo solamente este hecho como curiosidad periodística.
Los asuntos vaticanos tienen un atractivo mediático indudable. Abunda la literatura (de habitual calidad low-cost) sobre intrigas y misterios vaticanos. Esos tópicos atraen y se venden bien, parece ser. Podría criticarse desde la atalaya de cristiano viejo, pero yo no lo haré.
Por otro lado, en estas horas desde el fallecimiento del Papa, el acontecimiento ocupa tertulias y reportajes laudatorios en todas las cadenas televisivas generalistas, hasta las habitualmente críticas contra las creencias cristianas. No me irrita en absoluto tampoco contemplar esas incongruencias. Anoche por ejemplo escuché al escritor Javier Cercas en una entrevista en prime-time explicarnos cómo cree que debe ser la Iglesia, añadiendo seguidamente él mismo la coletilla “y eso que soy ateo” (sic). No me molestan las alabanzas unidas a interpretaciones parciales del magisterio de Francisco, cuando no inexactitudes o errores doctrinales francos; pareciera que la bondad del aborto, o el sacramento del matrimonio homosexual fueran realidades vigentes en el magisterio petrino de Francisco. Pero insisto en decir: No me molesta esta apropiación universal de la figura de Francisco por personalidades y gobiernos de toda índole. También nuestro gobierno militantemente laicista y anticlerical ha declarado tres días de luto oficial en España.
No, no me molestan los papistas ateos; al revés, me ratifica en el convencimiento de la necesidad de Lo Santo en todos los seres humanos. No hay ninguna otra personalidad política en el orbe ni líder espiritual que tenga mayor autoridad moral que el supremo pastor de la Iglesia católica. De hecho, es esa auctoritas mundial la que explica que se quiera modificar desde instancias ajenas los contenidos de la propia fe cristiana, especialmente los de naturaleza moral. A todos interesa lo que diga la Iglesia -no en vano católico significa universal-, porque por muy descreído que se pueda ser, hay una necesidad interior a que el Papa y la Iglesia, aprueben determinadas conductas, o políticas; justificar algunos desatinos. “No soy yo quien debo cambiar mi manera de vivir, sino la Iglesia, que tiene que modernizarse en su moral.” En ocasiones, el ansia en pontificar (permítaseme usar ese verbo con toda ironía hoy) cómo debe comportarse la Iglesia es inversamente proporcional a la práctica religiosa del tertuliano o tuitero de guardia.
Sin embargo, no me molestan -insisto- esos comportamientos; son justificaciones propias de la naturaleza humana. El papa Francisco además ha sido un papa que con su estilo pastoral cercano ha favorecido que todo el mundo pueda sentirse concernido y esto ha sido fantástico. Lo que vemos hoy en las televisiones es que (casi) todo el mundo (ateos incluidos) se sienten interpelados por lo que es el hecho religioso, el catolicismo y el papa. La Iglesia denuncia el pecado, pero ama al pecador. La misericordia no está reñida con señalar la verdad moral.
Soy papista, sí, yo también, ¿qué pasa? El Papa ha muerto, ¡viva el Papa! Soy papista de Francisco I, de Benedicto XVI y de Juan Pablo II que son mis coetáneos hasta la fecha. Para hablar bien de Bergoglio no necesito hablar mal de Ratzinger o de Wojtyla, ni viceversa. Hemos tenido unos papas extraordinarios en las últimas décadas. Francisco ha sido un papa que voy a recordar además por tener la lengua española como materna; eso ha sido una gozada adicional. El quehacer común de España tras el descubrimiento de Colón fue la evangelización americana, y este papa argentino es un fruto de ello.
Se pueden analizar los pontificados políticamente, desde ópticas izquierda-derecha, dejemos eso a cenáculos periodísticos, sin fe en el Espíritu Santo y los sacramentos. Cuando vi hace unos meses la película Conclave, leí comentarios sorprendidos porque aparecían los cardenales como hombres con filias y fobias; sin embargo, la historia de los cónclaves es también la historia de las ambiciones humanas. Desde esa naturaleza débil hace Dios cristianos y también papas. Pocas semanas antes de morir Pablo VI escribió una Meditación ante su propia muerte que intuía cercana. Siempre me ha parecido un texto impactante. Resalto algunas frases:
«Llega la hora. Desde hace algún tiempo tengo el presentimiento de ello. Más aún que el agotamiento físico, pronto a ceder en cualquier momento, el drama de mis responsabilidades parece sugerir como solución providencial mi éxodo de este mundo, a fin de que la Providencia pueda manifestarse y llevar a la Iglesia a mejores destinos» (…) ¿Cómo reparar las acciones mal hechas, ¿cómo recuperar el tiempo perdido, ¿cómo aferrar en esta última posibilidad de opción ‘la única cosa necesaria’?» (…) Inclino la cabeza y levanto el espíritu. Me humillo a mí mismo y te exalto a ti, Dios, 'cuya naturaleza es bondad', deja que en esta última vigilia te rinda homenaje, Dios vivo y verdadero, que mañana serás mi juez, y que te dé la alabanza que más deseas, el nombre que prefieres: eres Padre».
Soy papista pues. Y deseo seguirlo siendo con el próximo Papa que sea elegido por sus hermanos cardenales. Les deseo discernimiento, pues la mies es mucha.
Ayer murió el papa, mañana vamos tú y yo. Todos somos llamados por la Hermana Muerte como la llamaba el santo de Asís. Recordemos aquellos sabios versos renacentistas de Jorge Manrique:
“(…)
así que no hay cosa fuerte,
que a papas y emperadores
y prelados,
así los trata la Muerte
como a los pobres pastores
de ganados.”