El Rincón Literario de Paco Marín: “Agujeros en la luna”
TÍTULO: Agujeros en la luna
AUTOR: Antonio López López
EDITA: Milenio (2019)
Encuadernación: Rústica con solapas. Tamaño: 15 x 24 cm. Número de páginas: 258. PVP: 18,00 €. ISBN: 978-84-9743-890-2
# Finalista del Premio Azorín 2019 #
Lo primero que llama la atención cuando comenzamos a leer, y continuamos con la historia es: ¿Dónde encaja? ¿en qué género? Tenemos gotas, muchas, de humor… salpimentada con granos de historia y rematada con unas ramas de investigación detectivesca.
Se ejerce una dura crítica a la política del momento -que se podría trasvasar a la actualidad- y, a su vez, una denuncia social debida a la lucha de clases. Amén de unos toques de ingeniería hídrica acompañados de sindicalistas furibundos… de todo un poco… una delicia dentro de tanta y tanta mala literatura.
Antonio López López despliega un estilo directo, se le entiende todo,muy acogedor que te envuelve de tal manera y forma que es muy difícil dejar de leer.
El singular testamento de Eutimio Basarán, cacique carlista del valle más ignoto del Pirineo, activa una trama disparatada en la que se entrecruzan —desde lugares tan diversos como Pamplona, Huesca, Cienfuegos o Barcelona— curas integristas, monjas emprendedoras, fervorosos anarquistas, inventores entusiastas, astrónomos aficionados y políticos corruptos. Entre todos construyen, transitando entre dos siglos, una alegoría en donde la ciencia y la religión, los gobiernos y los movimientos sociales, la razón y la superstición, se manifiestan como pares antagónicos que pugnan por anularse mutuamente: cien años de esfuerzos para edificar la España nula. Y vuelta a empezar.
Brillante debut en la narrativa… con mucha luminosidad… Pasen y lean, si es posible con una copa de pacharán a mano, no se arrepentirán.
Antonio López López (Sabiñánigo, Huesca, 1951). Con algún intervalo en la administración educativa, casi toda su vida profesional se ha desarrollado en el ámbito de la enseñanza de las ciencias. Ha publicado varios libros de texto y ensayos de divulgación, así como artículos y colaboraciones en prensa local y revistas. Destacan L’Herència de Prometeu, lectures de medi ambient, (Pagès editors, Lleida 1993) finalista del premi d’Assaig Josep Vallverdú 1992 y Educadors o predicadors, escenaris de l’educació ambiental (Pagès Editors Lleida 2001), ganadora del IV Premi Batec a la renovació i innovació educatives, 2000.
Agujeros en la luna, fue finalista del premio Azorín 2019, aunque cocinada a fuego lento durante varios años, es su primera incursión en el campo de la narrativa.
Dialogar, en este recién estrenado MMXX, con Antonio López López es más que un regalo para el espíritu… Gracias…
P.- Por favor, presente a Antonio López López.
R.- Ahora soy un profesor de ciencias jubilado. Casi toda mi vida profesional ha transcurrido entre niños y jóvenes, desde alumnos de primaria a universitarios, a quienes he intentado inculcar el virus de la curiosidad. Por esa vía, me he dedicado también a la divulgación científica y al mundo de la educación ambiental. He escrito algunos ensayos, obras colectivas, libros de texto y artículos sobre ciencia y educación. También estuve un tiempo en la administración educativa y allí también aprendí muchas cosas, entre ellas a convivir con la política-ficción sin perder la sonrisa institucional.
P.- ¿Por qué se ha "lanzado" al campo de la narrativa?
R.- Más que lanzarme, he acabado lo que hace tiempo que tenía comenzado. En este sentido, la novela no es la ocurrencia de un jubilado que de pronto no sabe qué hacer con su tiempo libre. Aunque hay que reconocer que eso de tener tiempo ayuda algo. La narrativa, siempre partiendo de que uno tenga cosas que contar, es un campo que te da libertad para escribir sin tener que rendir cuentas a tu entorno profesional o a un editor. Además, siempre pensé que mis raíces en el Pirineo, en un lugar lleno de historias y personajes singulares, junto a una juventud más o menos agitada, daban para una novela.
P.- ¿Cuándo, cómo y por qué nace Agujeros en la Luna?
R.- Como he dicho, la novela llevaba gestándose desde hace tiempo, incluso antes de que hubiera ordenadores, aunque nunca encontraba tiempo para madurarla. Finalmente, una estancia de un año en Londres por motivos familiares me dio el tiempo y la tranquilidad necesarias.
P.- ¿Quién eligió el título y por qué?
R.- El título surgió por generación espontánea, en el proceso de redacción. En medio de una trama con referencias históricas más o menos precisas, aparecen unos cuantos guiños a la ciencia y no pocas andanadas contra el oscurantismo y la irracionalidad que en nuestro país obstaculizaron el proceso de modernización que se vivía en otros lugares Agujeros en la Luna quiere reflejar, a modo de metáfora, la inquietud nacida por el saber en un joven huérfano al que recluyen en el ambiente intelectualmente opresor, dispuesto a todo por comprarse un telescopio.
P.- ¿Cuál ha sido su base documental? ¿Cuánto tardó en redactarla?
R.- Tengo algunos papeles del siglo XVIII que acreditan que procedo de una familia infanzona del Pirineo. El contenido y la redacción de estos legajos, si uno olvida el entorno social de la época, no carecen de cierta comicidad. Es curioso qué de las cenizas del conservadurismo más recalcitrante de los caciques de la montaña, que produjo artefactos tan curiosos como el carlismo, y de la mano de la ciencia, naciera la energía eléctrica como factor impulsor de las transformaciones económicas y sociales del siglo XX. Antes de entrar en la invención literaria he tenido que empaparme de historia y afinar las referencias geográficas y cronológicas. En la redacción final, teniendo en cuenta que partía de escritos anteriores dormidos en el ordenador, no invertí menos de seis meses, repasando una y otra vez cada párrafo y rompiendo y rehaciendo enlaces entre episodios. He de decir que dejé muy poco trabajo para los correctores.
P.- ¿En que género la encuadra?
R.- El jurado del premio Azorín, del que fue finalista en 2019, la definió como novela histórica y de aventuras. Yo añadiría el componente de divulgación científica que emerge en diversos pasajes de la novela. Deformación profesional plenamente premeditada.
P.- ¿Le costó encontrar editorial para publicarla?
R.- Yo ya había publicado algunos libros en colecciones de la familia Pagés de Lleida. Cuando se la ofrecí aceptaron encantados considerarla para el catálogo de Milenio, una vez liberada por la editorial Planeta —no sé por qué en las bases de casi todos los concursos literarios, Azorín incluido, existe una cláusula de prioridad de los organizadores respecto a las obras no premiadas. He de agradecer a los editores la rapidez tanto en informar la obra como en llevar a cabo la publicación. En realidad, desde que entregué el manuscrito hasta que vi el libro en las librerías no pasaron más de tres meses. Dada la dificultad de colocar nuevos libros en el inmenso océano editorial y sin tener agente literario que vele para que tu obra no quede sepultada en el fondo de la librería, me considero un privilegiado.
P.- ¿Cuáles son sus géneros y autores favoritos?
R.- Siempre me relamí con los clásicos. No releyendo, que se dice cuando uno se avergüenza de no haber leído cuando tocaba, sino leyendo siempre como si fuera la primera vez. Cuando leo a Verne, mi autor de cabecera de la preadolescencia, a Galdós o a Baroja descubro autores que creía conocer y resulta que no conocía. Algo así sucede con el Quijote, que no sé por qué demonios hay profesores de literatura que torturan con ella a los adolescentes. Yo la medio, leí a los quince años y la encontré soporífera, al contrario que las más digeribles el Buscón o el Lazarillo. Hoy me sumerjo en el Quijote y no puedo parar de admirar cada párrafo, cada ocurrencia, una y otra vez. No soy capaz de experimentar algo así en autores modernos, aunque disfrute con la riqueza narrativa de los grandes de la literatura latinoamericana, me drogue hasta la sobredosis con las novelas Le Carré y lea todo lo que cae en mis manos sobre ensayos de divulgación científica. Y también relatos cortos, desde Skármeta a Chesterton. O poesía tan diversa como la de Miquel Hernández, de Miguel Labordeta, o de Walt Whitman, que descubrí de joven y que vuelvo a ellos cada dos por tres. En fin, dicen que del cerdo se aprovechan hasta los andares. Pues lo mismo de la literatura. Todo lo que esté bien escrito y entretenga, me interesa.
P.- ¿Qué está leyendo ahora mismo?
R.- Ayer me puse con Alegría, de Manuel Vilas, con quien comparto algunas de las patrias minúsculas que aparecían en Ordesa. A la vez, tengo en marcha un libro en inglés sobre la inteligencia de los pulpos, otro sobre las estrategias de los creadores de fake news, y picoteo en la correspondencia privada de Darwin, que encierra ciertos aspectos lúdicos que no sospechaba.
P.- Como lector, prefiere: ¿Libro electrónico, papel o audio libro?
R.- En la literatura, como en el amor, sin contacto físico, sin tocar piel, parece que falte algo esencial. Sin embargo, tanto el libro electrónico como las prácticas sicalípticas sustitutorias se avienen con aquello de “a falta de pan, buenas son las tortas”. El libro electrónico me permite viajar sin maleta y llevar doscientos libros conmigo, o leer en inglés o alemán con un diccionario a tiro de dedo. Pero, si puedo elegir, el papel sin duda alguna. Respecto al audiolibro, es un invento maravilloso para las personas con problemas graves de visión o de movilidad y sé que hay quien lo ve útil para compaginar otras actividades, como cocinar o conducir. No es mi caso, pero me libra un poco de mi principal demonio: el miedo a quedarme ciego algún día.
P.- A la hora de escribir ¿Qué manías tiene?
R.- Escribo con ordenador como casi todo el mundo, pero necesito un horizonte despejado. Cuando levanto la cabeza quiero ver algo extenso. Vivo en el extrarradio de Lleida enfrente de campos de fruta. En Londres, desde mi apartamento veía el London Eye y la BT Tower y, si estaba en la biblioteca, me sentaba en el extremo de una sala inmensamente larga. Incluso en el tren o en el avión, si me toca ventana, puedo pensar y escribir. Si al levantar la vista las ideas me revientan contra una pared o contra las ventanas del edificio de enfrente, las palabras no aparecen o se desvanecen antes de llegar al teclado.
P.- Tiene alguna curiosidad literaria, digna de mención, en alguna de las presentaciones que haya hecho.
R.- En la presentación de Agujeros en la Luna que hicimos en Lleida, Anicet Cosialls, un amigo profesor y divulgador científico al que le pedí unas palabras, me sorprendió y sorprendió a todos reproduciendo en vivo algunos de los experimentos que se describen en la novela. Algunos dijeron que se lo habían pasado muy bien y que nunca habían asistido a una presentación tan exótica.
P.- Venda su libro ¿por qué hay que leer Agujeros en la luna?
R.- Creo que el lector se enganchará desde las primeras páginas y la encontrará entretenida, aunque en algunos momentos pueda requerir un trabajo reflexivo, o volver unas páginas atrás, o contrastar referencias históricas. Y quizá aprenda alguna cosa nueva, o le sirva de estímulo para aprenderla. En medio de la ficción, porque no olvidemos que se trata de una novela, el lector hallará algunas de las claves que explican el papel de la ciencia y la razón en la construcción de nuestro mundo actual.
P.- Sus planes a corto y medio plazo ¿son?
R.- Como he dicho más arriba, ahora estoy con la correspondencia de Darwin, un personaje que, por encima de sus trabajos científicos, harto sabidos y divulgados, poseía facetas éticas y humanas no tan conocidas y un sentido del humor muy particular. Espero que de aquí salga algo. También se va madurando una nueva novela, de la que solo puedo adelantar que contendrá algunos elementos autobiográficos y transcurrirá por momentos más actuales.