Europa, con el pie cambiado

I. Me resulta sospechosa la casi total unanimidad. Todos los medios periodísticos ven en Trump un estrafalario extremista, un loco, un narcisista. También es cierto que no era nada nuevo, llevábamos años oyendo eso mismo del gigantón pelirrojo. Meses antes de las elecciones USA de noviembre 2024 martilleándonos con que la preferida de la vieja, sabia y sensata Europa era Harris. Trump era malo y loco. Pero ¡oh sorpresa! sucedió que Trump obtuvo una victoria nada pírrica, sino rotunda; los latinos, y las clases de menor cultura también votaron al pelirrojo republicano. Si es una obviedad que Trump es un político nefasto en el fondo y grotesco en las formas, ¿cómo ha podido recibir un apoyo tan enorme, del Atlántico al Pacífico en esa gran nación que es EEUU? Algo no cuadra en la ecuación; se nos escapan algunos sumandos y factores en el polinomio de la sensatísima y ponderada Europa. Victoria inesperada y en un mes tras su toma de posesión el tablero geopolítico se ha visto modificado. Europa balbucea, pues su burocracia de consensos lentos y acuerdos de generalidades y paso de tortuga tenían siempre detrás el billetero de la Casa Blanca, el primo de Zumosol.

Las noticias de política internacional no resultan fáciles de analizar. Esta unanimidad, -reitero- me resulta no axiomática, sino necesitada de demostración. Los telediarios, esa fast-food periodística, esos vídeos cortos con apenas treinta segundos por noticia, en las que se da igual relevancia al encuentro Zelensky-Trump que al que la nieve haya vuelto en febrero a Soria y una familia haga un muñeco de nieve, no me dan seguridad. Observo los noticieros con toda prevención. El morbo televisivo, la alfalfa que necesitamos, carece con frecuencia de un pensamiento elaborado o matizado. El producto impide conocer lo que sucede: nos dan el titular, veinte segundos de imágenes y una opción moral dicotómica: bueno, malo, arriba, abajo, lejos, cerca. Un Barrio Sésamo actualizado.
No tengo ni idea de cómo hay que solucionar la guerra de Ucrania, que ya dura más de tres años. Las propuestas desde la vieja Europa oscilan entre la confrontación total frente Rusia o un alto el fuego que necesariamente implicará algún tipo de cesión huyendo de posturas maximalistas. Pactar y ceder, cuando sientes llevar toda la razón puede ser visto como una injusticia. No obstante, la capacidad de resolver un conflicto sin luchar es lo que distingue al prudente del ignorante afirma Sun Tzu en El arte de la guerra. “Vencer sin luchar es lo mejor”. No es un asunto fácil. ¡Qué de distintas varas de medir según se aplique a Rusia, a Gaza, o al golpismo independentista catalán! ¿Cesión o principios? ¿Principios o conveniencia política?
Lo primero que hice el finde pasado fue ver íntegra (¡no microfragmentos de telediario!) el encuentro del despacho oval. Me resultó muy interesante el encuentro Trump-Zelensky delante de las cámaras como producto periodístico o de marketing; fue atractivo, pero quizá el show televisivo lo convirtió en ineficaz. Los nervios, la tensión en Zelensky y en el vicepresidente Dance tuvo publicidad televisiva y perjudicó el desenlace… o quizá todo fue deliberadamente premeditado y maniqueo. La luz, los taquígrafos y los focos están muy bien para los debates parlamentarios, pero no para negociaciones donde te juegas la guerra y la paz.
¿Fue Ucrania injustamente invadida? Afirmativo. ¿Tiene capacidad Ucrania de resistir sola esa agresión? No. ¿Europa ha estado cómodamente detrás de EEUU estos años aportando más bien poco? En efecto. Parecen tiempos interesantes para recordar el best-seller de Fisher y Ury: Obtenga el Sí. El arte de negociar sin ceder. No regatear con las posiciones, separar a las personas del problema, centrarse en los intereses y no en las posiciones…
II. Como europeo, me parece que el planteamiento erróneo estriba en la exagerada disyuntiva entre Europa y América, cuando desde el fin de la II Guerra Mundial, han caminado casi siempre de la mano. Europa, orgullosa de sus consensos socialdemócratas, cuando no inercias wokes, desconfía hoy no ya de Trump, sino de toda EEUU como nación, de su manera de ver la vida. Ese orgullo europeo de hermano primogénito que vive de las rentas y apariencias con una unidad burocrático-administrativa más que una verdadera unidad política de sólidas bases; la heterogeneidad cultural, idiomática, y carencias espirituales nos sitúan a los europeos en clara desventaja frente los EEUU. Sí, hay un sheriff en EEUU y una unidad política y espiritual; Europa es heterogénea, plurinacional y desconoce sus cimientos comunes. No deberíamos debatirnos entre América versus Europa, sino considerarnos todos occidentales. Incluso de una manera ampliada, Occidente lo conforman también además de Europa y América, Australia y Nueva Zelanda. España, por otra parte, tiene actualmente una posición bastante anodina, incapaz de aprovechar la innegable vinculación histórica y sentimental española con toda América Central y Sudamérica. América no es solo EEUU. Siendo España una parte muy cualificada, nos encontramos jibarizados al querer situarnos en un eje izquierda-derecha, cuando nuestra nación debería ser el mejor puente uniendo Europa y América, ¡quién mejor que España!
Trump, a pesar de todo el histrionismo de su personalidad, ha pillado a las anquilosadas instituciones europeas con el pie cambiado. Europa está hoy desorientada en gran parte porque no sabe quién es y no sabe cuáles son sus verdaderas amenazas y los valores que tiene que defender.
En diciembre de 2003, en plenos debates semánticos y de fondo sobre lo que Europa quería expresar en el preámbulo de su texto constitucional, nuestra ministra Ana Palacio, entre otros muchos, realizaron una reivindicación de la herencia cristiana como uno de los cimientos de Europa. No se hizo caso y de esos polvos vienen parte de los actuales lodos:

“Se ha hablado mucho del «déficit democrático» de la Unión, de lo ajena que la ciudadanía se siente respecto de sus instituciones, de la necesidad de acercar Europa a los ciudadanos. Pues bien, la superación de esa lejanía pasa por una labor pedagógica que consiste en explicar adecuadamente los orígenes de Europa, y entre esos orígenes, es ineludible recordar a todos que mil años antes de lograr una unidad económica y política, Europa nació como una unidad espiritual en torno al cristianismo.
Consignar todo ello con la palabra «cristianismo» es el proceder natural, la constatación de una realidad primordial, mientras que evitar esa referencia tiene algo de maniobra, que suprimiendo la palabra quiere negar ese océano de circunstancia y se queda en un gesto de una militancia arcaica.”