Sin luces

Cuando de niños, en aquella España de los setenta con sólo un canal de televisión (después vino el UHF), dejaba de verse la televisión, algo no tan infrecuente, tocábamos al timbre del vecino, el señor Epifanio, para saber si ellos podían ver la tele, y así conocer si el problema era de receptor o emisor, personal o general. -Tampoco se ve nuestra tele, es un problema “de ellos”. De ellos. Y nosotros niños de esa balbuciente democracia no hacíamos aspavientos ni sufríamos berrinche, pues aquella merma tecnológica no coartaba nuestra actividad ni ocio. Teníamos aún algo de la sabiduría castellana del señor Cayo.
Pero como hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, la tecnología se ha ido complicando, y nuestra vida habitual es más cómoda, o al menos más rápida e indudablemente más tecnológico-dependiente.
Hace ochenta años, Maslow un psicólogo norteamericano postuló una pirámide con las jerarquías de las necesidades humanas. Las necesidades más básicas eran las fisiológicas, después las de seguridad, de afiliación, de reconocimiento y en la cúpula estaba la autorrealización. Interesante pero hace décadas ya incompleto, pues en la base piramidal hay ya que añadir como dos previas vitales sine quibus non: tener internet y tener luz, wifi and battery.

El apagón, -blackout, que para todo hay neologismo-, muestra una dependencia y vulnerabilidad que nos ha dejado a todos -presidente Sánchez incluido- literalmente acongojados. No puedes navegar ni llamar, ni teletrabajar ni ver la tele, ni ver tu confortable serie de Netflix. Se rompe el ocio y el negocio. Ayer tuvimos una traslación instantánea al neolítico. Luego pasan unas horas y descubres que puedes leer un libro sin tener batería. Y piensas: a ver en la Edad Media se escribieron cosas muy chulas, a ver, en el renacimiento tampoco había luz; jolín, mi padre me contó que en los años cuarenta en el pueblo se iluminaban con candil. Y me brota exclamar: ¡somos unos petulantes de mierda electrodependientes! El siglo de las luces, lumières, lumbreras. Hemos abierto la razón, pero perdido la perspectiva. Te cortan la batería y solo experimentamos vulnerabilidad. Y seguimos sin aprender. Dice el cántico de Isaías: Mirad, las naciones son gotas de un cubo y valen lo que el polvillo de balanza. Mirad, las islas pesan lo que un grano, dice Isaías.
Vamos a escuchar estos días de todo. Explicaciones técnicas muy sesudas, y moralinas ecológicas: Es porque usáis mucho el coche de gasoil, por enchufar muchas cosas eléctricas, tenéis que volver a la rueca como Gandhi, la madre Tierra ha hablado. Hablo irónicamente porque van a aflorar los mensajes de gran variedad. El apagón no nos hizo vulnerables, es que somos vulnerables. La cuestión no es si fue Putin, Marruecos o nuestro exceso de renovables… la cuestión es tener luz para saber caminar en la vida. Decía el pregón pascual hace dos semanas: la admirable claridad de esta luz santa (…) Y aunque distribuye su luz, no mengua al repartirla.
Critico la moralina ecológica de postureo, pero me he acordado de la novela de Delibes, El disputado voto del señor Cayo y el verdadero ecologismo. El señor Cayo vive solo en un pueblo burgalés en ruinas y un día llegan tres militantes políticos a hacerle propaganda electoral en las primeras elecciones de 1978. Y resultó que aquel hombre de campo al que iban a ilustrar sabía más de la vida que esos políticos urbanitas. Delibes, genuino ecologista, vio venir el apagón mental del progreso autosuficiente y mostró las incongruencias del mundo «civilizado» de la ciudad frente al «atrasado» mundo rural. Sí, me acordé ayer de Delibes y del señor Cayo. El gobierno y el país aparcados ayer en el andén de la vida con las luces de avería, buscando el chaleco y el triángulo de peligro, mientras el atrasado señor Cayo se hacía la cena.
Delibes hace hablar al diputado Víctor en la novela tras su periplo electoral: “Una hipótesis, Dani, todo lo absurda que tú quieras, pero es una hipótesis. Imagina, por un momento, que un día los dichosos americanos aciertan con una bomba como ésa de neutrones que mata pero no destruye, ¿no? Bueno, es una hipótesis, una bomba que matara a todo dios menos al señor Cayo y a mí, ¿te das cuenta? Es una hipótesis absurda, ya lo sé, pero funciona, Dani. Pues bien, si eso ocurriera, yo tendría que ir corriendo a Cureña, arrodillarme ante el señor Cayo y suplicarle que me diera de comer, ¿comprendes? —casi sollozaba—: El señor Cayo podría vivir sin Víctor, pero Víctor no podría vivir sin el señor Cayo.
¡Qué disparate huir de la luz para andar siempre tropezando! que nos decía Teresa de Ávila.