Opinión

JUAN CARLOS DEJA ESPAÑA, 2020. HÚMEDO SUEÑO Y DÉJÀVU, 1.931, por Juan Martínez Uriarte

JUAN CARLOS DEJA ESPAÑA, 2020. HÚMEDO SUEÑO Y DÉJÀVU, 1.931, por Juan Martínez Uriarte

JUAN CARLOS DEJA ESPAÑA, 2020. HÚMEDO SUEÑO Y DÉJÀVU, 1.931

 

Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, y que por Cartagena salió el bisabuelo, metamos caña a Felipe VI, por rey, por medieval, por vago, por chupóptero, por representar la unidad nacional, cantarle la gallina al desacato catalán y por no dejarle el primer puesto a la Persona de Sánchez. Soñemos que es 1931, y que,calentando a la peña, hacemos otra revolución en la que todo título nobiliario sea eliminado excepto el marquesado de Galapagar.

A Cartagena arribaron en enero de 1980, desde el puerto italiano de Civitavecchia, los restos mortales de Alfonso XIII para reposar definitivamente en la cripta real del monasterio de El Escorial. Casi medio siglo antes, también desde el puerto de la trimilenaria Cartagena, el bisabuelo de nuestro actual rey Felipe VI, abandonó España a bordo de un buque de la Armada dirección Marsella.

La instauración de la II República no tuvo lugar tras un mecanismo de reforma constitucional, sino por la insoportable presión a Alfonso XIII, y desde la agitación de la calle, en una España muy polarizada, y con una izquierda que creía ver en los movimientos posteriores a la revolución rusa de 1917 (¡solo 14 años antes!) la definitiva revolución y salvación del pueblo. La lucha de clases o la salvación de todos, frente a los privilegios. En 1989 la caída del muro de Berlín fue también la constatación fáctica de que ese paraíso era también desolación y desastre económico. Causa sonrojo contemplar cómo aún se reivindican comunistas en pleno siglo XXI, algunos ministros del actual gobierno. Cementos Lemona, decía un viejo profesor en la escuela para referirse a los de rostro marmóreo.

En los momentos de escribir estas líneas aun no es conocido el destino de Juan Carlos, rey emérito. Hace 48 horas, en plena canícula agosteña -quién decía que en Agosto no había noticias y la prensa era insustancial, ¡toma año 2020!-, Juan Carlos abandonó territorio nacional con intención de no perjudicar a su hijo Felipe VI, por las posibles futuras investigaciones tributarias o judiciales referidas en investigaciones periodísticas.

El riesgo de la decisión tomada es grande, pues podría serquizá cortafuegos o tal vez gasolina para el incendio que rodea a la Casa Real. Y Sánchez no es ajeno; este no es el PSOE de 1977. Sería un ingenuo Felipe VI, ante la evidente displicencia e ingratitud con le obsequian muchas izquierdas, y no digamos el odio del independentismo (lo de Puigdemont, el fugitivo del maletero, hablando ayer de huida del Borbón es sencillamente un despelote) con el siempre aprovechategui PNV, por no hablar del filoterrorista Bildu (con su desacato a JC en 1981 en las Juntas de Gernika). Es legítimo ser republicano, solo faltaba; ERC es un partido nominativamente republicano, y la izquierda lo lleva en su DNA. Lo malo no es ser republicano, lo inicuo es ser desleal, saltarse la legalidad, o soñar húmedamente con 1931, agitando a la ciudadanía como si viviéramos en la Europa de los fascismos-comunismos. Han pasado noventa años ya para vivir de nostalgias, desde la comodidad socialdemócrata, de 5G y iPad a la última. Menos lobos, Caperucita con agitar hoy luchas de clases.

Que tengamos medio gobierno con ministros que se creen investidos para una vocación de disolución de la Corona es una locura, y no alcanzo a comprender la miopía sanchista, que solo puede venir de su narcisismo apoyado en 120 escaños justicos, que obligan a cohabitar colchón einsomnio con el vicepresidente de largas mangas y escasos 35 escaños.

El rey emérito, escribía el exdiputado autonómico socialista Emilio Ivars en tuiter, se ha ido de rositas y risitas (?). La salida de Juan Carlos de España ha dado cierto oxígeno-al menos transitoriamente- de manera inversa a lo pretendido, a mucha izquierda llena de prurito de perfección democrática y que hoy se viene  arriba.Mucha izquierda que no acepta hoy de buen grado la legitimidad del régimen que encarnó Juan Carlosespecialmente tras la Ley orgánica para la Reforma Política que consiguió en 1977 el pase del franquismo a la democracia sin solución de continuidad. Reforma, frente a ruptura. La reforma permitió la autodisolución de las cortes franquistas y el comienzo de un periodo constituyente, una solida democracia, apoyada en la CE78 refrendada en referéndum por el 91 % de los españoles (incluidos Euskadi un 70 %, y en Cataluña un 90 %); quiero resaltar esos porcentajes tan significativos ¿Es que hemos olvidado que Juan Carlos recibió de las Cortes franquistas el poder omnímodo de Franco?  ¿Y quemediante la restauración de la monarquía parlamentaria, y tras la generosa renuncia de Don Juan, se posibilitaba de una manera práctica la posibilidad de convivir pacíficamente tras un siglo XX convulso? Las valiosasrenuncias del PCE y Santiago Carrillo -su aceptación de la bandera rojigualda, por ejemplo-, y el pragmatismo del PSOE de Felipe González, que aun siendo republicano en su DNA, pero que ya en Suresnes había renunciado pocos años antes a un anacrónico marxismo, el buen diseño de Fernández-Miranda y la audacia de Juan Carlos ySuárez hicieron el resto, con los deseos de paz del pueblo español

Tras la abdicación de Juan Carlos en el año 2014, la monarquía rejuvenecía con Felipe VI y su horizonte se prolongaba a priori por décadas sin nubarrones. Mala cosa para los húmedos sueños de los republicanistas siempre ilusionados con otro agitado 1931. ¿Por qué lo que sísirvió a Carrillo y a Felipe González no les sirve en estos años a ZP/Sánchez e Iglesias? ¿No es esto un modo de deslealtad constitucional?

Los indepes no le perdonan a Felipe VI el discurso del 3 de octubre de 2017. Al fin y al cabo cada uno rey tuvo su día: Juan Carlos, el 23-F, y Felipe VI tuvo ese 3-0, más difícil que frenar a Tejero y Milans, y no será su última intervención relevante. No olvidemos la importancia de lo simbólico que a veces nos parece secundario y ornamental: el himno, la bandera, el escudo, la corona. (A los independentistas no les dan igual las banderas y símbolos, ¡qué cosas!) El rey es uno de los pocos asideros de España como nación, como afirmaba el profesor López-Morell esta semana.

En este aciago año de 2020 que nunca olvidaremos, el gobierno de coalición socialista-comunista ha encontrado en esta salida real (royal y real) una excusa perfecta para no hablar del carajal que tenemos: crisis COVID y susmuertos, rescate europeo con condiciones, Delcygate, tarjetas SIM, presupuestos generales del estado, chantaje de la mesa del “diálogo” catalán, y del sursum corda. Pelillos a la mar. Pidamos mejor explicaciones al corrupto emérito Juan Carlos; total en 40 años de reinado no hizo nada y ha huído cual forajido de rositas y entre risitas, ¡no te giba!

¿Está investigado por la Agencia Tributaria? Como muchas rutilantes estrellas futbolísticas, y como miles de españoles. Que se investigue por quien corresponda y si corresponde. ¿Hay indicios de reproche penal por la fiscalía o los jueces? Procédase, si corresponde. El debatehasta hoy no está siendo técnico sino de recortes de periódico, también de prensa rosa.  ¡Cómo nos gusta que la policía y la justicia metan caña, hasta que nos ponen una simple multa de tráfico a nosotros! Entonces, la cosa cambia, hay que escucharnos, tenemos un motivo, una excusa o un pliego de descargos. La justicia nos gusta garantista cuando nos toca en propias carnes. Al rey, no, al rey caña que es un chorizo, que se ha ido de risitas y rositas. Ya, ya.

Esperemos que la salida de Juan Carlos sirva de cortafuegos a Felipe VI, y no sea un boomerang; van a por él, y él lo sabe. Quieren que se vaya por Cartagena, y comenzar una república. Las dos que tuvimos fueron modélicas: Una duró un año y tuvo cinco presidentes del gobierno. La segunda fue todo un ejemplo de lo que no hay que hacer: “No es esto, no es esto”, que escribió ya en septiembre de 1931 Ortega y Gasset en plenos debatesconstituyentes.

Con estos antecedentes más nos vale una monarquía parlamentaria en una democracia moderna, que onanismos republicanos de nostálgicos o resentidos. Majestad, ¡suerte y al toro!

 

Juan Martínez Uriarte