La fauna de Galapagar por Ramón Galindo
Y con esto poco a poco llegamos a la lujosa zona de chalets de Galapagar, donde más de cincuenta Guardias Civiles con sus vehículos y equipos, cortan la calle y protegen al representante de la casta política que tanto le satisface ver cuando los apedrean y que en el seno de su familia era doctrina reventarles la cabeza a tiros, y cuyos pilares ideológicos se basan en le mentira que ha encontrado al aliado perfecto de la misma calaña para en esta nefasta coalición gobernar al que fue uno de los países más pujantes del mundo, pero que con sus métodos chavistas, se está convirtiendo en una ruina del estilo Venezuela.
Pocos pueblos de España, incluso de amplia demarcación y decenas de miles de habitantes, cuentan con un cuartelillo de la Benemérita que disponga de esos efectivos y medios.
Pero por si fuera poco, no vaya a ser que a los señores marqueses de la casta de Galapagar les viniesen a molestar alguien provisto de bombo o vuvuzela, han puesto en marcha el protocolo de multas contra ruidos que pudieran molestar a la fauna autóctona de la zona, bien sean ratas, culebras, o cualquier tipo de alimañas que campen por aquellos lares y lujosos jardines y piscinas, y que permitan llegar con toda seguridad sola y borracha a la señora de palacio (dicho por ella).
Pero esto de la mentira para meter la patita e instalarse, parece estar escrito en el manual del nuevo político, el que llega con ínfulas de falsa modestia, de presumir no necesitar la política para vivir, en incluso alardear de empresario de éxito, de profesional de prestigio, o idealista revolucionario dispuesto a cambiar el mundo, pero que luego no llega más allá de escasamente mantener los servicios esenciales, y satisfacer a sus estómagos agradecidos y conceder obras a dedo a sus constructores de cabecera.
Por supuesto y según el artículo dos del citado manual, se deben de rodear de mediocres e ineptos, no vaya a ser que entre bomberos se pisen la manguera.
Y así estamos, esperando que llegue el verano y que a la vez nos levanten este asedio, mal llamado estado de alarma. Y como es de recibo, se irán de vacaciones hasta septiembre, con el Mar Menor verde cual sopa de espinacas, sin ERTE para ellos, ni haber vendido una escoba, a esperar que nos volvamos a contagiar en las atiborradas playas y que en octubre seguramente nos vuelvan a encerrar bajo la predicción del Doctor Simón, de que sólo habrá "uno o dos casos como máximo" sin contar los cuarenta mil muertos.
Y como de costumbre en la sobremesa del domingo, entre teclas y el aroma del café, enciendo el puro canario, de los baratos, que no por ello excelentes sabores y agradables fragancias fumígenas, y que me sirve de excusa para escribir estas letras y enviaros a amigos y familiares, un fuerte abrazo.
Ramón Galindo.