Opinión

Montanaro: NOSTALGIA EN NAVIDAD

Montanaro: NOSTALGIA EN NAVIDAD

 NOSTALGIA EN NAVIDAD

«Podemos contemplar el pasado como un país lejano donde un día vivimos y del que estamos exiliados», Clotilde Sarrió.

Sí, así es cada Navidad y hoy toca hablar de ese país lejano que limitaba al norte con la infancia, al este con la paz y la tranquilidad del hogar, al oeste con la añorada familia hoy mermada por el tiempo y la propia vida y al sur con la honesta esperanza. Se siente más nostalgia durante estas fechas porque se reavivan los recuerdos.  La Navidad proporciona ese momento único de añoranza, antaño era la de los soldados en campaña, hoy es ese sentimiento nostálgico navideño basado en la introspección, es el balance de lo logrado y de lo perdido a lo largo de la vida. La nostalgia no debe relacionarse con la debilidad o la indulgencia, sino que incluso puede ser un recurso para dar significado a una parte vital de la salud mental.

Sarrió señala que «las personalidades nostálgicas son las más fuertes, al ser capaces de ensamblar los fragmentos de su pasado y hacer de la vida un camino compacto. Así, la nostalgia tendría un efecto positivo sobre la salud mental al hacer de puente entre lo que fuimos y lo que somos».

Y ahí está mi recuerdo, mi nostalgia que es sin duda la de cualquiera que pueda leer este escrito. En estas fechas los recuerdos se agolpan enfocado a aquellas piedras en el camino que fui superando, que fuimos sorteando con esfuerzo y sacrificio, es tiempo de añorar más que recordar a aquellos que me dejaron, que nos dejaron y sobre todo su impronta, su huella, a mis padres y hermanos, naturales y políticos, una huella profunda recordada con alegría y gratitud que no una cicatriz obtusa, que hoy me sigue guiando y dando consejo y ética, esos grandes momentos de la infancia y la pubertad camino a una juventud ya más complicada por la responsabilidad que entonces asumíamos, sin duda mi recuerdo hoy nostálgico a lo que se fue, pero a lo que también está, hoy más importante que lo de ayer.

Pero mi recuerdo se remonta a mi padre escribiendo las infinitas felicitaciones de Navidad en el salón de mi casa con caligrafía seria y gentil que  nunca tuve y siempre envidié, en una enorme mesa que nos daba cobijo a la familia entera en festivos, delante de una televisión en blanco y negro que nos hacía compañía, junto al insolente y necesario mueble bar repleto de licores y bebidas casi desconocidas, donde glorioso se alzaba flanqueada por Calisay, Cointreau, Menta y Licor 43 además de una alta gama de anís, dulce, seco, semiseco Del Mono, Marie Brizard, Castellana e incluso La Cartagenera, pero como un coloso en la cúspide, un gran bote de melocotón en almíbar que más tarde serviría de jarrón de fortuna y que  nunca supe porque se alojaba allí. Los turrones y demás viandas navideñas que las cestas acompañaban al uso tenían su hábitat también allí, a esto se sumaba el adorno fortuito de la Navidad en vísperas de la Inmaculada, entonces no había puente constitucional donde los espumillones, mucho más simples que los actuales ocupaban su lugar tal como caían, en un cuadro, en la lámpara o sobre alacenas y muebles, siempre acompañados de alguna bola, piña o estrella de cristal coloreada. Imperioso y altivo se alzaba el árbol donde todo cabía, entonces llegó a ser metálico gracias a los talleres navales del Arsenal y la Base, al igual que las cruces de nazareno para Semana Santa, y adornado con espumillón verde mate, y a su pie un Nacimiento.

La Navidad es sin duda una mirada nostálgica a la infancia, un nostálgico y cariñoso recuerdo a los que no están pero que nunca nos dejaron, pero muy añorados, a esos amigos que hoy tengo la suerte de mantener después de 60 años y por supuesto, un repaso a la vida consumida, a los éxitos y logros y también a los fracasos y frustraciones, que no son pocas.

Las vacaciones entonces eran de alegría y esperanza, la liviana infancia tenía eso, acompañar a mi madre a la plaza por las mañanas, “anca” el Colorao, la panadería y a la carnicería de Juanita, trasnochar en la cama con largos ejemplares de Mortadelo y Filemón y demás personajes de Ibáñez, esperar a mi padre al pie de la calle del Ángel al mediodía, siempre en taxi desde los extramuros donde estaba situado el Economato de Marina, y callejear, jugar todo el día en la calle.

Por la tarde acompañar a mi padre para felicitar la Navidad a vecinos y comerciantes. El señor Pepe y sus ultramarinos a mitad de la calle Ángel, Antolín en la cima de ella, el famoso bar del Nono o Casa Paco, una institución… y así de Nochebuena a Nochevieja entre llandas de asados de carne y pescado del horno la panadería, donde la sorpresa estaba en la llegada sin avisar de mis tíos de Albacete, alcanzando la víspera de Reyes con los verdaderos artistas locales hoy olvidados gracias a esta Cartagena que relega y condena al ostracismo a grandes cartageneros como es Paco Alarte, dónde en su taller en estas fechas ultimaba después del montaje, las figuras del Belén Municipal, y la puesta en escena en más de una Cabalgata de Reyes, ora de pastor, ora de fogonero. 

No se olvidan aquellas vísperas de Reyes cuando furtivamente con la ayuda de mi hermano y mi ignorancia se creaba un Scalextric sobre a la gran mesa del salón, o se proyectaba primero un Cine Exin, y luego otro ya más potente, el Fort Apache o el Exin Castillos, donde la generosidad del Rey Baltasar no tenía limite al dejarme aquél Mercedes-Benz C 111 naranja o el Ford patrulla Galaxie americano, entre otros.

Hoy queda la nostalgia de los que no están pero que nunca se fueron, hemos de reconocer la fortuna que nos acompañó y por la que hemos de dar gracias. No nos damos cuenta de la suerte que tuvimos, nos parecía normal, pero éramos muy afortunados, había y no pocos, que las Navidades suponían una dura etapa en el calendario por infortunios económicos y humanos, por la pérdida de seres queridos que nublaban la indiscutible felicidad de la infancia, yo lo tuve bien, mis hermanas mayores no tan fácil, más complicado, pero quiero pensar que felices. Hoy, hay que mirar con nostalgia y romanticismo el pasado sin duda, pero con la cabeza y el pensamiento firme en el presente y sin perder el futuro de vista en un intento de adelantarse a él, solo un intento…. Es importante hacer un recuerdo a la frustración que también forma parte de nuestro ser, pero de forma natural, las inquietudes de niño alcanzadas sin saberlo, hoy es la familia, mi familia formada para lo que todo es poco, la suerte con dos soles permanentes que iluminan diariamente esa pasada y presente Navidad, mis hijas y una luna llena todo el año que es mi esposa a la que, a pesar de “no salir nada de mi” consigo sorprender con notable frecuencia, esta es la fotografía de mi generación. Este es el relato de cualquiera que pueda leer esto, ya sea en la calle Montanaro, en el glorioso Barrio del Carmen murciano o en algún enclave andaluz o de Madrid, por eso os deseo una muy Feliz Navidad, un muy exitoso y próspero año 2022 lleno de salud y despegue económico con mi agradecimiento por soportar estos panfletos más que ensayos semanalmente. Que Dios os bendiga.