PENSANDO EN VOZ ALTA: CARTA DE UNA HIJA A UN PADRE
CARTA DE UNA HIJA A UN PADRE
Disculpen que hoy me apropie de la columna Pensando en Voz Alta. Disculpen si esperaban una nueva columna hablando de políticos, de desgobierno, de anécdotas históricas, reflexiones mundanas o de todo aquello a lo que les tiene acostumbrados Paco Marín. Y sobre todo, disculpen si mi vocabulario no está a la altura de esta columna. Yo, su hija, prefiero ser más informal y directa. Me van a entender en seguida.
Les daré una fecha: 5 de agosto de 1951. No, no es una fecha de relevancia histórica (que yo sepa). Ese día fue domingo, y ese día nació Francisco Marín Pérez. Más conocido como Paco Marín, y familiarmente como Paquito. Melillense de nacimiento y cartagenero de adopción. El mayor de cuatro hermanos, introvertido y tímido (aunque no lo parezca). Ávido de conocimiento cursó Medicina y Matemáticas en sus años mozos, más tarde se matriculó en Empresariales y Económicas. Un erudito, o ilustrado si prefieren, en tiempos modernos.
De mi madre dice que se enamoró de sus piernas, según cuenta dijo “esas piernas tienen que ser mías” ¡y vaya que si fueron! Les queda poco para llegar a las bodas de oro. Algo tuvo que ver mi madre, que no se le escapa una, especial en él. Eso sí, le quitó la camisa de color butano que acostumbraba a vestir. Paquito contribuyó a que viniéramos al mundo mis dos hermanos mayores y yo. Digo contribuyó porque en algún parto él prefirió ir al cine, por no estorbar en el cometido de las matronas. Quién le conoce bien estará de acuerdo conmigo en que él sabe qué lugar debe ocupar en cada momento. Más de una vez le he escuchado decir que si fuera presidente del Gobierno, lo primero que haría es nombrar a gente experta en cada campo y apartarse él. Algunos dirán que vaya caradura, yo prefiero pensar que es una opción muy sabia. Como dijo F. Kennedy “Un hombre inteligente es aquel que sabe ser tan inteligente como para contratar a gente más inteligente que él” (aquí he escrito una cita por seguir la costumbre de mi padre en esta columna).
No recuerdo la última vez que vi sin un libro. Sentado en su sillón y rodeado de libros. Hace unos pocos años que se jubiló, lo que le dejó más tiempo para leer, escribir reseñas, organizar eventos literarios en Cartagena como Cartagena Negra y el ELACT. Desde que comenzó con toda esta andadura de “director literario” he de decir que lo encuentro más feliz, más completo. Le gusta ser útil, y es muy bueno siendo útil. Ahora, no le pidan que arregle algo en casa, eso mejor lo dejamos para los especialistas. La felicidad también le vino con sus dos nietos, a los que adora y les enseña cosas, digamos, útiles para la vida. Ya saben cinco por cinco…
Pero, sinceramente, lo que le hace feliz es rodearse de su familia en torno a una mesa a la hora del aperitivo, decirle a mi madre que se siente de una vez y deje de hacer cosas, brindar antes de cada comida, ponerse su pajarita en Navidad y juntarse con sus hermanas, ver a mi madre reír,ver a sus hijos conseguir lo que se proponen (¡y lo conseguimos!), leer y leer (y volver a leer), las tertulias con sus amigos, investigar sobre cosas curiosas, hacer sudokus (hace dos al día), pero más que nada, los chistes malos. Ríe hasta que se le saltan las lágrimas. Y da igual cuántas veces lo cuente, que se reirá.
Les dije al principio que me entenderían en seguida y es que mi padre se convertirá en septuagenario el próximo jueves. Él no entiende, y yo tampoco, los minutos de silencio, las medallas a título póstumo, los homenajes cuando ya uno yace bajo tierra. Es por eso, que sirva esta columna para mi más humilde homenaje en vida a la única persona que le permito mandarme a la mierda, a quién me ha ayudado ser quién soy y a la que me parezco más de lo que la genética predijo. Gracias por todo, Paquito. Que no sean otros setenta, pero sí unos cuántos años más disfrutando juntos de lo bueno de la vida.
Y a ustedes, disculpen de nuevo, solo soy una hija escribiendo una carta a su padre.
Fdo. Marta Marín Luna