PENSANDO EN VOZ ALTA: EL LIBRO
PENSANDO EN VOZ ALTA
EL LIBRO
Estimado lector que estás leyendo en este momento esta humilde columna, ¿te has parado a pensar, cuando tienes un libro entre tus manos, que estás portando un “arma” impresionante? Arma que te permite acceder a las vivencias que en algún momento otros congéneres tenían confinadas para sí mismo. Si te atreves, y puedes, también tú puedes hacer público lo más profundo de tu alma.
Por otra parte, párate a pensar que desde el nacimiento del libro nadie está solo. Nadie está solo porque tiene en sus manos el pasado y el presente de la humanidad, por lo menos de una parte, aunque sea minúscula.
En general, hoy día, cualquier movimiento intelectual viene respaldado por un libro… bien es cierto que en cualquiera de sus formatos: papel, libro electrónico o audio libro. El libro es algo tan natural en nuestras vidas, es tan cotidiano que no despiertan ni nuestro asombro ni nuestra gratitud. Pero, para gran cantidad de nosotros, leer se ha convertido en una función vital, una actividad automática, una acción física más de las que a diario realizamos. Se ha convertido en algo natural, algo que nos acompaña siempre y forma parte de nuestro entorno.
¿Puede imaginar alguien un mundo sin libros? Piensen cada uno de ustedes, hagan un ejercicio de recuerdo, cuando tuvieron contacto con un libro y fueron consciente de lo que eso significaba -independientemente de los libros manejados en el colegio-. Me refiero a esa primera cita con una novela, por ejemplo, que supuso el punto de salida de su etapa como lector y ¿por qué no? como escritor. Veamos: En general, los que somos amantes, aún, de los libros en formato papel… nos solemos parar delante de un escaparate y, no sé muy bien, elegimos un ejemplar, o el ejemplar nos elige a nosotros, y se formaliza un encuentro. Encuentro ligero, si simplemente lo hojeamos; o encuentro intenso si lo acabamos leyendo pudiéndose transformar en íntimo si lo disfrutamos. Disfrutamos su magia, su pasión, la trascendencia de la letra impresa.
Me imagino que, como yo, en algún momento se habrán preguntado en cómo será, intelectualmente, la vida de una persona analfabeta. ¿Cómo se refleja el mundo en el cerebro de una persona que desconoce la escritura? ¿Cómo es el no saber leer? ¿Qué siente cuando está frente a un periódico, frente a un libro -en cualquier versión- o frente al escaparate de una librería?
Quien es analfabeto ¿vive encerrado dentro de unos muros infranqueables? Me refiero, lógicamente, a su estado mental. ¿Cómo soporta uno que lo único que puede llegar a conocer sea lo que llega a sus ojos, o sus oídos? He tratado de imaginar mi vida sin libros… Ha sido imposible pues mi yo son mis conocimientos, mis experiencias, mis sentimientos y los libros que he leído amen de la formación que he recibido de ellos. Y muy importante: el reguero de amigos que voy sumando. Cualquier palabra, cualquier nombre me lleva a un libro, a un autor, a un recuerdo literario.
La lectura nos permite pensar con amplitud de miras y de establecer vínculos entre unas realidades y otras, nos permite contemplar el mundo desde múltiples perspectivas.
Me alegro de poder, y querer, leer pues cuando leo, vivo la vida de otras personas, miro con sus ojos y pienso con su cerebro. Me paro un momento y repaso agradecido los innumerables momentos de felicidad que me han producido, producen y producirán con toda seguridad los libros. Son tantos los recuerdos, son tantas las frases y citas cinceladas en mi alma, son tantas las notas tomadas que no me resisto a trasladar unas palabras de mi admirado Stefan Zweig: «Gran parte de nuestro empuje, ese deseo de ir más allá de nosotros mismos, esa bendita sed, que es lo mejor de nuestra persona, se la debemos a la sal de los libros, que nos animan a vivir la vida sin saciarnos nunca de ella».
No puedo acabar de otra forma que: Viva el libro.