Opinión

PENSANDO EN VOZ ALTA: EL TIEMPO PASA…EL TIEMPO QUEDA

PENSANDO EN VOZ ALTA: EL TIEMPO PASA…EL TIEMPO QUEDA

PENSANDO EN VOZ ALTA

EL TIEMPO PASA…EL TIEMPO QUEDA

No sé con exactitud por qué bauticé esta columna con el título «Pensando en voz alta». No tenía la intención premeditada de ejercitar con ella ningún pensamiento que pudiera haber justificado el epígrafe.

Todo artículo tiene una cara y una cruz. La cara es el artículo mismo, lo que en él se dice. Normalmente, cuando escribo, lo hago sin antifaz. La faz, por delante. Pero ¿y la cruz? ¿cuál es la cruz? Siempre que redacto, me parece haber lanzado una moneda al aire, moneda que tanto puede caer al suelo de cara como de cruz; y que, por tanto, mi función es siempre problemática. Una de las cruces de quien esto expresa es que cualquier cosa que diga, leída luego, resultará una evidencia imborrable de mi espíritu, de mi modo de pensar, de mi carácter y hasta de mi filiación.

En cualquier otro cometido, la persona que lo ejerce, puede opinar un día una cosa, al siguiente la contraria y nada pasa. Pero en el artículo que yo “vendo” estoy yo mismo y, por ello, conscientemente o no, me arrogo el imprescriptible deber de tener la razón de mi lado. ¡Y esto es tan difícil! Todo lo que dejo escrito se constituye de pronto en inmutable jurisprudencia en mi contra. He aquí, mi cruz. Estarán de acuerdo conmigo, o no, que en el fino matiz de la expresión escrita el ideal sería que la moneda cayera siempre de canto; pero nunca ocurre así.

Cuando comencé a componer estas “crónicas” no tenía la menor pretensión dialéctica -ni la tiene aún-. No me siento cada lunes en mi sillón a pontificar, sino a descansar, a desentumecer los ‘músculos’ mentales y facilitar la evacuación de las ideas. No pretendo nada más. Son, ya, varios años que me aventuré en este bosque; y aún sigo sentado en el sillón que me dio lentamente su forma de tanto apoyar mi postura en él, pero que al propio tiempo me da la impresión de haberse amoldado a mi estructura. Y ahora, hasta a veces me solazo en él y prolongo aquello que al principio me pareció convalecencia de jubilado, en deportivo descanso de hombre de club.

Todas estas columnas publicadas pretenden tener una cierta objetividad; más, en todas ellas se ha filtrado algo de mis consecutivos estados de ánimo. No soy como el mármol, inmutable: tiemblo con el frío y exudo con el calor. Y eso distinto que voy siendo en cada instante, lo destila la tinta -si la tinta. Todo lo que ustedes leen, previamente ha sido escrito a mano y con tinta- a trazos mínimos, palabra tras palabra. Pasa el tiempo, se mueven las cuatro estaciones y muda mi yo.

Ya no cuento por años, lo hago por número de columnas, y lejos de avejentarme me produce una sensación de bienestar y juventud.

Tengan en cuenta que el tiempo, que a partir de cierta altura ya es incómodo de llevar, debe por ello ser tratado con mucha cautela. Hay que tener presente que el dichoso tiempo va modelando el ánimo.

Aquí finaliza un nuevo «Pensando en voz alta»para dar fe que el tiempo pasa, pero también que el tiempo queda.