Opinión

PENSANDO EN VOZ ALTA: MORIR EN VIDA

PENSANDO EN VOZ ALTA: MORIR EN VIDA

PENSANDO EN VOZ ALTA

MORIR EN VIDA

Hoy me he levantado dando vueltas mentales al pensamiento «morir en vida». ¿A qué le llamo yo morir en vida? Particularmente a no poder leer, a no poder opinar sobre las vivencias diarias -caseras, del pueblo, del país y del mundo en general-, a no poder intercambiar opiniones con otras personas, amigos o menos amigos, a ver pasar la vida sin sobresaltos y sin colores, a no poder comunicar al prójimo si una novela me ha gustado más o menos en definitiva, para mi morir en vida es no poder darles la tabarracada lunes pensando en voz alta.

Tengo la suerte de estar rodeado de un grupo de personas con las cuales puedo, hablar, intercambiar opiniones variadas y entablar discusiones sobre lo divino y lo humanoquedaré más o menos de acuerdo con ellas pero, por encima de todo, ese intercambio intelectual con mis compañeros de fatiga me mantiene vivo en vida. Gracias a quienes me acompañan en la aventura del ELACT (Encuentro Literario de Escritores enCartagena), en la aventura del Festival Cartagena Negra y gracias a los componentes de la Tertulia Mandarache.

Todo lo escrito hasta ahora es fruto de la última tertulia celebrada el pasado viernes, día 3. Disfruté lo que no está escrito, pude estar  de acuerdo con unos y no con otros -con el máximo respeto, por supuesto- pero me sentía vivo pensando merece la pena vivir por estos momentos, acompañados de esta gente que tanto me aporta.

Inevitablemente miro hacia atrás y recuerdo coyunturas en los que, incluso, le he encontrado justificación a morir en vida y maldigo esos otros en los que los amigos se han ido en plena agitación intelectual. Dos situaciones dos.

Hace 27 años que mi padre falleció afectado profundamente por la Enfermedad de Alzheimer. Persona activa intelectualmente, estudioso, curioso por todo, gran lector; quedó afectado y así permaneció durante un año, más o menos, en el que transitó por todas las etapas de la enfermedad, totalmente ido y no consciente de sus actos, pero… yo temía a esos ratillos en los que, por un raro mecanismo, se levantaba del sillón, en el que normalmente estaba, se dirigía a un lugar determinado de la casa y rebuscaba… sabía de sobra que buscaba mi padre: “Papá ¿qué buscas?” “La pistola (era militar) para quitarme de en medio, con lo que he sido yo, y verme así”; esto duraba unos minutos hasta que retornaba al sopor del Alzheimer. Eso, considero, es morir en vida. Esos días, y por la otra fecha a la que ahora haré referencia, la respuesta paterna me traslada a lo que José María Arguedas; escritor y etnólogo peruano, 1911-1969; dejó escrito antes de suicidarse: «…Ya casi no puedo leer; no me es posible escribir sino a saltos, con temor. No puedo dictar clases porque me fatigo. No puedo subir a la Sierra porque me causa trastornos. Y sabes que luchar y contribuir es para mí la vida. No hacer nada es peor que la muerte».

Reitero que eso es MORIR EN VIDA. No hay nada peor que la disminución de la actividad intelectual para todos en general y en particular para los que, no sabiendo hacer otra cosa, hemos impartido clases, escribimos y leemos… No se si estará bien justificar el acto de Arguedas, pero, lo comprendo.

La otra fecha a la que quiero hacer mención es la del día que falleció, hace siete años, 2015, mi gran amigo el Dr. Eduardo Borgoñós. Ejemplo a seguir y modelo de persona humanista. Médico de profesión, a lo largo de su vida tocó palos diversos: escritor, colaboró en diversos medios de comunicación, tanto escritos como radiofónicos y televisivos. Su columna “La gota malaya” la “sufríamos” sus amigos –éramos los primeros en leerla y había que darle una opinión, si o si-. Se atrevió con relatos eróticos. Miembro activo de la mencionada «Tertulia Mandarache», gran batallador y mejor oponente, ‘moría’ defendiendo sus ideas, recuerdo grandes discusiones… acaloramiento incluido. Lector voraz y curioso, admirador de Murakami –lohabía leído de pe a pa-. Traspasada la barrera de los 80 años; falleció con 83, a menos de tres meses para los 84; su actividad mental era envidiable. El último acto en el que estuvimos juntos fue en una exposición del maestro Juan Heredia, en silla de ruedas, pero mentalmente activo.

Todo esto me lleva a recomendar que nos mantengamos activos intelectualmente… en cualquier actividad, la curiosidad no puede decaer, la discusión es muy sana –sin llegar a las manos, lógicamente-, la lectura es muy saludable, la que sea –no hace falta leer a Murakami, ni a Faulkner…- incluso prospectos de medicamentos. La actividad cerebral nos mantiene vivos, vivos en vida. Tenemos que interrogarnos continuamente, unas veces obtendremos respuestas y otras no, no hay que decaer. Igual nos vamos a la otra dimensión sin ver satisfecha alguna pregunta; eso le ocurrió a mi amigo Eduardo, se fue sin que le quedase clara la diferencia entre “cuento y relato corto”, las reflexiones y discusiones, sobre el particular, fueron muchas, pero no supimos aunar posturas.

Por favor, no le demos gusto al título de este modesto artículo “Morir en vida”.