ES DOMINGO, VAMOS A LOS CABALLITOS

ES DOMINGO, VAMOS A LOS CABALLITOS

ES DOMINGO, VAMOS A LOS CABALLITOS

Que levante la mano quién daría  lo que fuera por volver a recorrer “el muelle” un domingo por la mañana en familia para ir a “los caballitos”.

¡Cuántos años de recuerdos inolvidables! Aquello tenía la magia especial que no he vuelto a respirar en ninguna otra feria de atracciones.

Y es que ese lugar era alegría, diversión, música, luces y caras felices de niños muy bien arreglados cogidos de la mano de sus padres para disfrutar de una bonita mañana de domingo.

Yo era de las asiduas a ese paseo dominical, y por aquel entonces vivía en el barrio de Santa Lucía, por lo que a veces bajábamos caminando, pasando por “la pescadería”, y en seguida estábamos allí, tropezándonos de lleno con el Kiosco de “Félix el Marrano”.

A partir de ese momento comenzaban las dudas sobre qué atracciones elegir, si cambiar el algodón de azúcar o la manzana de caramelo por un “viaje” extra….

Otras veces bajábamos en coche, y entonces empezábamos el paseo por el lado opuesto, entrando por el restaurante Mare Nostrum , con aquella ilusión especial que nos hacía a todos asomarnos a la cristalera donde las langostas parecía que posaban para nosotros.

Daba igual por donde empezaras, adultos y niños éramos los protagonistas de un ir y venir de un lado al otro, de saludos continuos y de ir saltando, en mi caso, jugando a aquello de “sólo puedes pisar los adoquines blancos”.

La  tómbola y el bingo eran los elegidos por los padres. Siempre estaba el típico “gancho” que te regalaba un cartón para jugar al bingo cuando no tenía suficientes jugadores. De esa forma, la gente llamaba a más gente y al final al hombre le salía rentable la recaudación con el regalo que entregaba.

A mi padre le gustaba mucho jugar al DUCAL. Y a mí también, de hecho hasta que la feria se fue para siempre y yo ya tenía hasta novio, seguí jugando.

Eran aquellas máquinas que tenían como una barra de arrastre central que tú manejabas con un botón, intentando conseguir sacar de la base uno de los regalos. ¿Alguien se acuerda de aquel juego?

En mis primeros años recuerdo que me encantaban los aviones que subían y bajaban, manejando tú aquella palanca donde te sentías que lo controlabas todo. Entonces sólo eran aviones de distintos colores y  parecía que subían tan alto que casi podías tocar las nubes.

Después vinieron otros, ya no eran aviones pero me gustaban mucho también ,porque eran los protagonistas de los dibujos animados de la época. El Inspector Gadget, el Pato Donald, la Pantera Rosa….. Y como tuvieras uno preferido y subiera alguien antes que tú, eras capaz de esperar al siguiente turno con los brazos cruzados, la mirada baja y “enfurruñado”.

El látigo también era muy divertido, ahí creo que subía con mi madre, que en aquel momento no se mareaba con las atracciones.

Y el tren de la Bruja, que no recuerdo si alguna vez mi padre consiguió quitarle la escoba, pero juraría que no. Porque he visto algunas cintas de “súper 8” donde mi padre con su chaqueta de micro pana y su “moña repeinada tipo tupé” no conseguía arrebatársela.

¿Y pescar patos? Me encantaba, ¿qué digo?, me alucinaba. Os voy a contar un secreto, pescaba un pato, y como había siempre tanta gente, lo levantaba disimulada, y si el pato tenía pocos puntos hacía como que se me caía y cogía otro. Así fue como un día lo hice varias veces hasta conseguir los puntos suficientes para llevarme un puzle de la Nancy. ¡ Felicidad en estado puro! , vale sí, y un poco de pillería. Un secreto, me sigue gustando, pero me da una vergüenza increíble hacerlo. Lo del juego de los patos, no lo de hacer trampas, ja ja.

Tengo un recuerdo muy especial, una vez en una tómbola me encapriché de un “mono Amedio”. Sí, el de Marcos, el que cantaba aquello de “ mi mono Amedio y yo, viajamos con la esperanza de ver a mi mamá….” Oye, que me hacía a mí ilusión llevar un mono Amedio sobre mi hombro. Y allí venga a comprar papeletas entre mi padre y mi abuelo Pepe, y el premio del mono que no salía. No quiero poner la mano en el fuego, pero yo creo que mi abuelo negoció con el feriante y me fui a casa con el mono al hombro.

Y si hay algo que fue un furor y lo pasábamos genial, era con aquella atracción donde te regalaban un silbato de color al subir, “el auto de papá”. Con la música de fondo de los payasos de la tele, empezaba muy suave, que si “ culito pa acá”, “culito pa allá”, pero lo peor venía cuando decía aquello de “ cuidado que vienen curvas”. Entonces ya era incontrolable, nos deslizábamos de un lado al otro y aquello eran unas risas…

Os voy a contar un secreto, no soy mucho de atracciones, pero hace unos días subí en algo similar, sólo que era como un caballo y con unas posibilidades de caerme del cien por cien. Pero la vida es riesgo, eso y que estaba en las fiestas de un pueblo vecino y no me conocía nadie. ¿En serio?, creí morir, ese traqueteo, ese caballo loco de un lado al otro. ¿Os imagináis que salgo volando todo lo grande que soy?. Tengo un video que no tiene desperdicio, pero tengo una reputación, así que lo dejo en vuestra imaginación, j aja.

¡Qué buenos tiempos!, una feria con vistas al mar, a la muralla….

¿Y ese kiosco de “la patatera”?. Esa mujer no paraba de freír patatas y las bolsas perfectamente colocadas para todos los que esperábamos ansiosos de comerlas.

Entre las manos aceitosas de las patatas y los dedos pegajosos del algodón de azúcar, terminábamos hechos unos cromos.

¿Y sabéis una cosa?, tuve la suerte de poder disfrutar la feria en mi adolescencia y en mi primera juventud, una feria que ya había incluido nuevas atracciones como la barca vikinga, la nube, la masa, el dragón….

Cuando trajeron la atracción de la nube y mi abuela se enteró que iba a subirme con mis amigas, decía siempre sin parar, “ ay por Dios por Dios, si se suelta el tornillo, no subas ahí”. Ja ja , el tornillo decía. Por supuesto que me subía, y lo mejor de todo, cuando te dejaban en lo más alto y de repente, ¡chas!, de golpe hacia abajo. Siempre me acuerdo de ella cuando paso por una atracción similar y veo ese gran tornillo.

Y el último secreto que os cuento, yo en la feria era la reina en las carreras de camellos. Aquel divertido juego donde había 18 participantes, cada uno llevaba un camello que le hacía avanzar metiendo unas bolas en unos agujeros de colores. Según el color avanzaba uno, dos o tres pasos.

Mi número favorito era el número 13. Si no estaba libre esperaba a la siguiente partida. Al principio, cuando se instalaron en la feria, aquel señor grandote de voz rotunda y su señora, cantaban aquello de  “ y le damos un reloj, y le damos un sombrero y un carnet de camellero”. Menos mal que después canjeaban por puntos si ganabas la partida, porque vamos, era la campeona oficial, y ya tenían relojes y carnets todos mis amigos y familia.

Tanto ganaba, que cuando ya había cogido todos los peluches, walkman, cinco muñecas chochonas y todo lo que me ilusionaba, entonces empecé a hacerle un segundo ajuar a mi madre, vaya que sí.

Había un señor con peluquín, que todavía me lo cruzo por la calle, que era también un fuera de serie. Y cuando íbamos a jugar, si el ya había cogido su camello yo no jugaba y viceversa. ¡ Quiero una carrera de camellos de las de entonces!.

Ains, cuántos recuerdos tengo de aquellas mañanas de domingo, sobre todo en familia, cuando después del derroche de sonrisas e ilusión, de que tu madre se enfadara porque te comías sólo el caramelo y tirabas esa manzana que parecía estar pocha, íbamos a la confitería San Vicente y comprábamos esa bandeja de pasteles para la tarde larga de películas y algún capítulo de dibujos animados que nos regalaban a los más pequeños de la casa.

FELIZ DOMINGO DE “ CABALLITOS”

EVA GARCÍA AGUILERA.