LA ISLA DE ADENTRO, SECRETOS, HISTORIAS Y LEYENDAS

Eva
LA ISLA DE ADENTRO, SECRETOS, HISTORIAS Y LEYENDAS

LA ISLA DE ADENTRO, SECRETOS, HISTORIAS Y LEYENDAS

Hay lugares que tienen una magia especial. Eso ocurre con la Isla de Adentro. La llevo observando  desde hace varios años, cuando en mis días de vacaciones de verano en el puerto de Mazarrón acudo a nadar muy temprano. Una hilera de casas adosadas con amplias terrazas me arropan desde atrás, y una escalera color plata aderezada con verde cuando la flora comienza a hacer su trabajo, me invita al baño en aguas cristalinas fuera de la multitud de playas vecinas.

Arriba de la isla hay una casa con signos avanzados de abandono. En ruinas, seria la descripción perfecta. Una casa de la que he escuchado de todo. Ya se sabe, la imaginación da para mucho. Lo que sí es cierto es que a mí, esos lugares abandonados me atraen muchísimo.

 

Así que como una Dora la exploradora cualquiera, pero con menos recursos, en un momento organizo una excursión en patín a pedales sobre el mar. Sí, vale, es un poco cutrecillo, pero es que no tengo cerca ningún amigo con barco. Y para colmo son de los antiguos, de los de cuando era yo una enana. Con un tobogán que si me tiro no llego al agua. Me quedo encasquillada, ja ja. Acomodarnos los seis en este medio de transporte ha sido un show, pero una vez en alta mar hemos disfrutado de lo lindo. Sí, seis, hemos cubierto todas las plazas de este medio de transporte tan evolucionado, ja ja. Mi amiga Raquel con su hija y nosotros cuatro. La repera.

 

La isla de cerca es preciosa, el agua es cristalina, las gaviotas creo que son de las protegidas, viven tranquilas en ese paraíso y, las especies que encontramos bajo al mar nos regalan la esperanza de que todavía podemos salvar el planeta. Pulpos, doncellas, cangrejos, ermitaños…

 

Y la casa… Me quedo observando desde abajo, me acerco a la playa y exploro un poquito, con cuidado. No quisiera yo poner en peligro un lugar protegido.

¿Qué escucho a lo lejos? Son risas, pero risas de  emoción. Una niña de ojos muy vivos acompañada de su fiel compañero de aventuras pasa a nuestro lado. Vienen de la casa en ruinas.

¿Habéis subido a la casa? , les pregunto. La niña tiene las mejillas sonrosadas del sol y la emoción. Parece que no sabe qué contestar. Se trata de un lugar protegido, pero las pintadas que se observan desde abajo denotan que no se cumple demasiado.

Al menos estos dos niños, que parecen sacados de un libro de aventuras de Los Cinco, están haciendo justo lo que les corresponde a su edad. Investigar, disfrutar, conocer y potenciar una amistad que perdurará en el tiempo.

Van subidos en una tabla de pádel surf, de vuelta, emocionados de lo que han descubierto arriba. ¡Hay un jardín secreto!, dice la niña de mirada viva.

¡Son tan monos!

Mi abuela Lucía sabe muchas historias sobre esta isla, me vuelve a decir. Y es entonces cuando mis ojos brillan tanto como los de ella.

 ¿En serio?, le contesto excitada por lo que creo que puede ocurrir. ¿Dónde vive tu abuela?, pregunto.

Justo enfrente, en aquella casa blanca de la esquina, responde desde hoy mi chica aventurera favorita.

¡Una tarde traigo helados y tu abuela me cuenta esas historias!

¡Hecho!, dice la niña.

Han pasado unas semanas, el verano alcanza su fin y salgo a repelar esos últimos paseos de tarde. Vi varias veces en días anteriores, de lejos, a la pequeña de ojos alegres jugando con su inseparable amigo, y a familiares en esa terraza blanca impoluta. Pero una ya tiene una edad para saber cuándo es el momento.

Así que aquella tarde probé suerte y fui en busca de Lucía. Me atendió su hija, y me indicó que continuara hasta cinco o seis casas más adelante, que estaba con una amiga que también me haría sentir bienvenida.

Y así fue. Allí estaban ellas, invitándome a entrar.

Lucía, una maestra entregada, pizpireta y alegre, con una niña interior que me atrevo a decir que era igual que su nieta.

Tenía recuerdos de una pareja de alemanes que ocupaban la gran casa que tanta curiosidad despertaba en mí. La memoria de su niñez le alcanza a contarme que él, era calvo, alto y enjuto. Que ella, la alemana, cada día atravesaba la isla desde su gran mansión, con la ropa anudada en la cabeza, estilo africana. Así podía vestirse al llegar con su ropa seca. Cuenta  que nunca le faltaba un saludo agradable para los vecinos.

¿Qué más recuerdos tienes de aquél lugar?, le pregunto a Lucía.

No lo duda. A los niños de la zona les encantaba corretear por allí, aunque aquella pareja de alemanes nunca se acercaron a ellos, nunca les dijeron nada.

Imagino a Lucía como a su nieta, curiosa. Y sonrío cuando me narra que una vez se asomó a la casa,  emocionada de poder disfrutar de aquellos suelos increíbles, cuando de repente vio a la señora alemana desnuda. ¡Me faltaron piernas para salir corriendo!, me dice. ¡Era la primera vez que veía a alguien desnudo! Aclara que eran otros tiempos, donde el pudor incluso en el seno de la familia…

Cuenta que aquella pareja apenas salía de la casa. Y que tenían un huerto increíble que a ella le encantaba visitar. Me dice Lucía, quedé tan prendada de aquello, que creo que es por eso por lo que yo creé un lugar donde plantar mis pésoles, alcaciles… Os traduzco, para los de fuera, ja ja. Lugar donde plantar sus guisantes, alcachofas…

 

Necesito hacerle una pregunta. Porque dicen, cuentan, que aquella alemana organizaba unas fiestas que estaban en boca de todos, a las que acudían las personas de mayor índole del lugar. Pero Lucía dice que aunque era muy niña, ella nunca fue testigo de esas fiestas, que glamour fue lo último que vivió en aquella época.

¿Recordáis que dije antes que había dos mujeres en esa terraza junto al mar?

Pues Josefina es la otra mujer maravillosa que tuve el placer de conocer. Percibo a una mujer inteligente, todavía conserva su media melena blanca, bien peinada, una postura con clase y un saber estar como pocas veces he visto. Josefina es periodista y abogada. ¡Una mujer adelantada a su época! Estudió periodismo en Madrid, después se licenció en derecho y ha trabajado en los mayores medios de comunicación. Es un placer escucharla. Me cuenta cómo entrevistó a Adolfo Suárez cuando era presidente, que viajó con él hasta Perú y allí llevó a cabo un trabajo inolvidable. Por un momento creo que mi visita puede dar un giro inesperado, porque Josefina tiene mucho que contar.

Sobre el señor de la isla dice que tenía una barca que dejaba a buen recaudo en una cavidad que tenía destinada para ello. Me señala dónde están los puentecillos, lugar en el que me hice una fotografía aquella mañana en la que salí buscando historias.

Los habitantes de la casa se abastecían del agua del aljibe, de lo cultivado en su huerto, y sólo sacaban su barca cuando era necesario.

 

Destaca con orgullo que ellas fueron la última generación que vivió como en la Edad Media. Cocinaban con leña, después con petróleo y más tarde llegó el butano. El aguador pasaba por las casas para traer los cántaros de agua  y el cabrero ordeñaba sus cabras para abastecerlos de leche.

Josefina y Lucía son dos de las cuatro mujeres de aquella época que todavía siguen en estas bonitas casas junto al mar. Las casas de sus padres.

Me cuentan entre risas sus recuerdos cuando se lavaban el pelo con GREDA, esa piedra amarilla que conocemos de las erosiones de Bolnuevo, las famosas Gredas. (* Tenéis la historia en el libro LA VENTANA DE EVA, Calas con encanto)

Se metían al agua, se frotaban el pelo y luego se capuzaban, dibujando a su alrededor un círculo amarillo. Dice Josefina que en su casa también se utilizaba la greda para fregar.

Josefina tiene un libro escrito que debería sacar a la luz, repleto de su sabiduría y curiosidades de aquella época.

Le dice a Lucía, ¿te acuerdas cuando por los años 40 nuestros padres se compraban en la ciudad de Murcia sus uniformes para pasear y comprar en el puerto?

¿Uniformes?, me dejan perpleja.

¡Eran pijamas de seda azul y blanco! Los hombres de Mazarrón, al menos los que conocían ellas, lo hacían. Qué digo yo, serían los hombres de una clase social media alta. Porque no imagino yo a los pescadores, trabajadores de la mina, gastando su jornal en pijamas de raso. Pero ya he dicho que estas mujeres eran adelantadas a su época y vivían en estas casas privilegiadas. Eso sí, cercanas, humildes, generosas y estupendas.

 

Ellas me han contado todo lo que saben de aquella pareja de alemanes que habitó en aquel lugar, pero antes que ellos hubo otros.

Este trocito de mar, dicen que puede tratarse de uno de los primeros asentamientos fenicios de la península. De hecho, un pecio se encuentra en el fondo de sus inmediaciones (*tenéis la historia en el libro LA VENTANA DE EVA, Un tesoro bajo el mar)

Me cuentan que la isla en el siglo XIX pasó a ser propiedad de LAS SALINAS, y sería en aquel momento cuando se construyó esta casa para un diputado de la época.

Y años más tarde sería ocupada por un cónsul inglés en Mazarrón. Eduardo Pearse, del que tengo una fotografía gracias a un libro que me regalaron hace poquito y que es una joya. ¿Sabéis que Mr. Pearse explotó las salinas desde 1901?

 

Y ya sería en el siglo XX cuando aquella pareja de alemanes, de la que tanto se ha contado pero que yo no me encuentro en disposición de confirmar la veracidad de cada una de las historias, ocupó aquel lugar al que hoy he tenido la oportunidad de acercarme.

 

¿No podría haber quedado la cosa en ese paseo en patín, dando a los pedales, riendo, tirándonos por el tobogán y tomando después una cerveza y unas empanadillas?

Al final van a tener razón mis hijas, no soy una madre normal.

Pero entonces, ¿hubiera podido yo abrir mi ventana esta mañana y dejaros que os asoméis a mis locuras, a las leyendas, a LA ISLA DE ADENTRO?

¡Lucía junior, tenemos unos helados pendientes!

FELIZ DOMINGO

EVA GARCÍA AGUILERA