MINAS LAS MATILDES, SIERRA MINERA CARTAGENA – LA UNIÓN

MINAS LAS MATILDES, SIERRA MINERA CARTAGENA – LA UNIÓN

MINAS LAS MATILDES, SIERRA MINERA CARTAGENA – LA UNIÓN

No hay nada mejor que salir a veces del bullicio de las calles de la ciudad, y adentrarnos en los paisajes y rincones espectaculares que tenemos a nuestro alrededor.

Y si lo hacemos en familia, es lo más gratificante de todo. Porque aunque a veces cuando sacas a los niños de su zona de confort, suben al coche a regañadientes, luego recompensa observar cómo el aprender cosas nuevas, pequeños detalles que les cuentan y sorpresas que la naturaleza te prepara, hacen de un fin de semana cualquiera un fin de semana especial.

Así que un sábado tempranito nos acercamos a recorrer parte de esa sierra minera maravillosa que tenemos tan cerquita, y en concreto al centro de interpretación de LAS MATILDES, que mucho habíamos oído hablar de ella pero no habíamos estado.

Y la verdad, desde el principio fue una sorpresa, porque no esperaba que aquel lugar hubiera dejado una huella tan extraordinaria para poder revivir aquellos momentos que en el siglo XIX ocurrieron.

Porque el siglo XIX fue el esplendor en la minería, destacando lugares como el Cabezo Rajao, la casa del Tío Lobo en Portmán…Y aunque en el siglo XX vivimos el desastre ecológico más grande del mediterráneo, la esperanza de ir reviviendo poquito a poco …

Pero lo cierto es que nada más llegar a este lugar, desde el coche ya nos fijamos en algo que nos pareció espectacular, el castillete de cuatro patas  y dos poleas que luce bonito bajo el sol de la mañana.

“¡Mamá, qué sorpresa, nos has traído a París!”, dicen bromeando las dos adolescentes de la casa. Han heredado mi imaginación, vaya que sí. Pero no sólo han sido ellas, la chica que nos acompaña y nos cuenta cosas muy interesantes nos dice que fue diseñada por nuestro gran Víctor Beltrí, al que en casa admiramos muchísimo, y nos quedamos asombrados porque desconocíamos que este castillete y otros de la zona también fueron diseñados por él.

Y que sí, que realmente no somos los primeros que pensamos en la Torre Eiffel, con permiso de los franceses.

Y es que es asombroso todo el paisaje, y pese al terror que me dan los pozos desde pequeña, no podemos dejar de asomarnos a ese gran pozo de 225 metros de profundidad donde los mineros bajaban por un sistema muy preciso de ascensores para extraer los minerales.

Y no era tarea fácil, estamos en una zona donde tenemos el mar tan cerquita, que las galerías  se inundaban, suponiendo un sobre esfuerzo al trabajo duro de estos mineros que trabajaban horas y horas y donde desde niños hasta adultos carecían de muchas medidas de seguridad.

Las fotos nos reflejan a esos mineros cansados, descalzos o con esparteñas, con el torso descubierto e incluso niños, que eran indispensables por sus cuerpos menudos para adentrarse en las galerías más estrechas.

¡Qué trabajo más duro!

Y hoy en día el pozo al que me he asomado, metiendo mi mano y el teléfono para poder sacar una fotografía con el riesgo de que se cayera y lo perdiera para siempre, está inundado a 150 metros.

Así que debido a la dificultad para trabajar, en el siglo XX decidieron cambiar de actividad, dedicándose a la extracción del agua para vender para el riego.

Nos cuentan que podían extraer casi 200 variedades de minerales, siendo los principales el plomo y la plata. De la mina las Matildes nos dicen que por cada tonelada de plomo se extraía un kilogramo de plata, pero que en otras minas como el Cabezo Rajao, podían extraer  hasta tres kilogramos.

Luego también se extraía la Pirita, el oro de los pobres la llamaban, y la piedra de carburo, que nos la han dado para oler y….buahhh, que horror.

¿Sabéis que en este lugar tenemos la suerte de poder acceder a dos salas de máquinas? Lo habitual es que sólo hubiera una, pero aquí tenemos dos.

En la primera podemos observar las tuberías de la sala de caldera gracias a un trabajo excepcional que han hecho y por el que podemos caminar y ver a través de los suelos de cristal.

Y una segunda sala donde hay una gran bobina que enrollaba el cable hacia las poleas centrales para que colgara la bomba de agua. Bomba que se bajaba hasta el fondo para la extracción de agua y que pasaron de ser de vapor a eléctricas.

Y hay algo muy curioso, de esas cosas que hacen que te llamen la atención, sobre todo a los niños y adolescentes despistadas.

Nos enseñan un pedal de freno de la máquina, y nos cuentan cómo el empleado que ocupaba ese lugar sabía cuándo y cómo parar, subir o bajar más o menos a sus compañeros.

Y aquí es cuando abrimos mucho los ojos, ¿habéis jugado a hablar con un vaso unido a una cuerda con un amigo? , pues un sistema algo parecido pero más sofisticado utilizaban aquí. Una tubería con embudo por el que se comunicaban con un código de golpes. De esa manera podían decir aquello de “sube mineral”, “sube minero fallecido”, uff, así cuentan que era.

Había niños de diez años trabajando allí abajo, por eso viene bien que de vez en cuando conozcan estos lugares, el esfuerzo y que aprendan valores.

Porque muchos trabajadores morían de silicosis, “pulmón de piedra”, morían muy jóvenes….

Claro, siempre hablamos de aquel auge económico de la minería, de las viviendas modernistas de la ciudad de los propietarios de las minas, pero poco se habla de estas personas que hacían el trabajo duro y la mayor parte de las veces eran pagados con vales para canjear por comida en los economatos, muchas veces propiedad de los dueños de esas minas.

Por eso en un instante que nos han dejado explorar, he bajado por unas escaleras muy estrechas, y he llegado hasta un lugar donde más de un visitante subía diciendo aquello de “no bajéis, no hay nada interesante”.

Eso nos diferencia a las personas, en la manera de ver, de sentir y vivir las cosas.

Porque yo he bajado a ese lugar estrecho, donde había restos de maquinaria, donde el frío de la piedra y el silencio te dejaban helado. Y he cerrado los ojos, para ver, para escuchar a  esos hombres trabajar, a esos niños cansados esforzarse por ser los mejores mineros. Y les he visto, entre cansancio y la dureza de su trabajo, también sonreír.

Y al volver a subir, la magia de la luz del sol me ha inundado de manera distinta. No es ni más ni menos que aprender a valorar cada una de las cosas que la naturaleza nos regala cada día.

FELIZ DOMINGO MINERO

EVA GARCÍA AGUILERA