Opinión

Vivir en funciones

Juan M. Uriarte
Juan M. Uriarte

1. Desde el mismo día de las elecciones generales del pasado 23-J, el gobierno actual (cesante) está en funciones, es decir, opera de manera accidental, provisional, transitoria, en espera de la toma de posesión del nuevo gobierno ‘a full’ emanado de la nueva voluntad del pueblo en las urnas. Por tanto, un gobierno en funciones -y esto es lo principal- tiene sus poderes muy muy limitados. “Sede vacante nihil innovetur”, dice el aforismo.

La vigente Ley de Gobierno establece que un gobierno en funciones debe abstenerse de realizar actos de naturaleza política y solo puede atender asuntos meramente administrativos, diríamos de rutina. Gobernar en funciones no es deseable, pero puede alargarse; entre los años 2015 y 2016 tuvimos el periodo más prolongado en funciones desde la vuelta a la democracia: 315 días con el gobierno en funciones, quizá no tan perjudiciales como otros momentos…

Mas no se asuste, amable lector, que no daré matraca política; quiero hablarles de la provisionalidad, como excusa o como parte de nuestra vida.

 

2. La provisionalidad como excusa. Un niño vive en funciones, porque sus decisiones las toman sus padres, pero va progresivamente abandonando esa situación hasta tomar la vida en peso, y vivir con pleno conocimiento y responsabilidad.

Sin embargo, hoy existe un modo no infrecuente de vida ´adulta’ de vivir permanentemente en funciones, de algún modo infantilizado: Vivir retrasando decisiones importantes, posponiéndolas sine die. Vivir en funciones es una manera de vivir enajenado, ¡sin querer tomar posesión!, sin querer aceptar que el cronómetro vital ya empezó; vivir en ‘stand by’, sin entregarse a nada aun a riesgo de errar, esperando durante décadas, viendo pasar la vida por miedo o comodidad/pereza. Vivir en funciones, indeciso en el trampolín ante la piscina de la vida, estirando el chicle de la adolescencia y juventud hasta la cuarta o quinta década, (chico de 50 años busca chica desesperadamente en Tinder, chico de 50, dice) confiando en que nuestra situación provisional, “en funciones”, me haga ser un hombre y pensando aun qué queremos ser de mayor, cuando ya vivamos una vida definitiva. Ejemplos son mi apartamento es provisional, mi trabajo, provisional, mi novia, provisional…; hago carrera, másteres varios, pero no me planteo ser madre o padre hasta los cuarenta cinco años…

 

3. La provisionalidad como mirada serena. Nuestra vida adulta libre no tiene periodos de la vida en que podamos enajenarnos y renunciar a decidir. 

 

Ciertamente vivimos (inevitablemente) en funciones, porque no gobernamos del todo nuestra vida, se nos escapa de las manos, tiene un porcentaje de precariedad insoportablemente elevado y no es nuestra por completo. ¿La vida, nuestra vida, es una porquería llena de azares, o vale la pena vivirla?

 

Cualquier evento nos tambalea y nos hace caer en la cuenta de lo vulnerables que somos. Por eso no es malo contemplar la vida como provisional porque nos ayuda esa perspectiva, y esa distancia. Sí, una perspectiva, una ecuación donde también aparezca Dios. Esta perspectiva nueva no es para la indecisión temerosa, sino entrega decidida al proyecto vital con nuestro trabajo y desgaste, nuestro pan nuestro de cada día, sabiendo que esta vida nos es prestada, está en funciones, en espera de la definitiva. Nos han arrojado a la vida sin nuestro permiso, para llenarla nosotros, puestos los ojos en El, sumo Amor. Creo en la vida perdurable. Esta vida nuestra no es ni una porquería, ni algo sinsentido, azaroso y finito. No quiero vivir en funciones, no quiero.

 

Juan M. Uriarte