EL PIQUETE

Andrés Hernández, Cuadernos Cofrades
Andrés Hernández, Cuadernos Cofrades

EL PIQUETE

Algunos acólitos en esta santa tierra tres veces milenaria, más que pasión por nuestras más longevas tradiciones rozamos la obsesión patológica y nos hace ser exegetas en demasía.

Tenemos una deuda pendiente todos los cofrades con nuestros queridos piqueteros, dícese de una serie de personas, sin menoscabo de genero que durante tres meses (entre ensayos y acciones) se dedican en cuerpo y alma a deleitarnos con un espíritu de sacrificio más que castrense, de la seriedad que emanan nuestros desfiles y recordarnos que una escolta militar no se le ofrece a cualquiera, sino a una alta representación, en este caso a nuestras veneradas imágenes, cenit de nuestros más profundos sentimientos. No podemos ignorar que, a pesar de los tiempos que corren, tiempos aciagos de laicidad encubierta y de superficialidad moral, todos, y digo todos, Infantería de Marina, Artillería de Tierra y Marina son voluntarios y eso hoy es de agradecer, la simbiosis, la integración de la milicia con el corazón cofrade, con las tradiciones de Cartagena.

A esta hueste ya no se la paga con un “conco” a modo de mona, era una dadiva alimenticia, como se hacía siglos atrás, incluso fue en aquellos siglos XVIII y XIX para y por desfilar en las procesiones, sino que se les invita de modo totalmente voluntario a ofrecernos un sacrificado espectáculo que produce el sentido disfrute de los cartageneros y foráneos que se asoman a la carrera procesionil, ante la magnificencia consustancial en la seriedad y el respeto de su resuelto y marcial desfilar, a este contingente no nos queda más reconocimiento que el mimo y la caricia hecha halago, las Mesas de las Cofradías en pleno se deben deshacer y así lo hacen en rigurosos y cariñosos halagos y cuidados con esta voluntaria hueste, las propias agrupaciones involucradas son las que le brindan cariño y respeto directo, en este mundo de laicidad inventada, una propaganda intencionada y descendida puede hacerlos desaparecer sin darnos cuenta, solo el cariño recibido de todos los mantendrá en activo.

   Ese piquete que nos cierra las grandes eclosiones de fervor, ese piquete que nos ilusiona cada Martes Santo haciéndose involuntariamente un protagonista efímero al cierre del cortejo. Ese piquete que nos emociona cada Domingo de Resurrección y de Ramos, de Ramos y Resurrección, esa gorra de palto con barbuquejo que cierra al Santo Entierro cada Viernes Santo, aquél vestido de lanilla azul con Mauser boca abajo en Jueves Santo tras un Silencio roto por un tambor con sordina ya en su lejana y sobria carrera.

Un piquete representado a una arteria que ruega de sangre consustancial golpe a golpe, verso a verso y latido a latido a una Cartagena marinera, militar pero sobre todo castrense, con honor, honestidad y gloria.