AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS

AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS

AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS

Esta mañana escuché alboroto mientras desayunaba al solecito en la terraza, demasiado temprano para que los niños hubieran salido ya del colegio. He asomado la cabeza curiosa  y me he llevado una sorpresa. De una furgoneta blanca, salía un sonido con una  de esas frases pegadizas que todos tenemos en nuestros recuerdos: “ha llegado a su casa el camión del tapicero”. Y de repente, bajo una sonrisa nostálgica miles de recuerdos han aterrizado en mi memoria. Junto  al camión del tapicero había otro que me encantaba: “llevo arrope calabazote”, aquel momento en el que bajaba mi madre con su propio recipiente y de esas furgonetas aparecían unos botes enormes llenos de ese rico manjar. Porque todavía no sé cómo con ese color tan poco sugerente me gustaba tanto, y ya ni nombramos los controles de calidad, aunque todos sobrevivimos y nunca nos ocurrió nada.

Aquello de “cualquier tiempo pasado fue mejor” no hay que aplicarlo al pie de la letra, pero lo que está claro  es que fue una época que al menos los de mi generación me consta que recordamos  con cariño. Como dice mi camiseta, soy de 1.973 y no sé si llega a leyenda, pero sí a muchas situaciones que marcaron  nuestra infancia, juventud y me atrevo a decir, a lo que somos hoy.

Crecimos con los dibujos animados de Heidi y Marco, algunos todavía en blanco y negro, y teníamos que levantarnos para cambiar de canal y subir o bajar el volumen. ¡Madre mía que dramones de  historias!, no sé si nos habrán quedado secuelas. Menos mal que luego vino la Abeja Maya, los Diminutos, Mazinguer Z y su puño fuera, Los Hermanos Dalton, El inspector Gadget… y cambiaron el drama por acción y risas. Pero sí, creo que algo de secuelas  y masoquismo nos quedó, porque muchos nos enganchamos algo más tarde a Candy Candy Corazón, esa niña que tuvo poca suerte en la vida, huérfana, rubia y alegre  con la que soltábamos unos lagrimones como puños los domingos por la tarde. Yo tengo hasta los libros de comic, con eso lo digo todo.

Teníamos una cita semanal con los payasos de la tele y una diaria con Barrio Sésamo después de hacer los deberes  y merendar. Nos reíamos, aprendíamos a contar con el drácula y nos divertían las conversaciones absurdas de Epi y Blas, sin pararnos a pensar en su sexualidad y mil tonterías que hoy en día cuentan, no sé si con el fin de desmitificar aquella bonita época.

Pero el programa que recuerdo con más cariño era aquel que unía a toda la familia el viernes por la noche. Todos preparados, duchados y con nuestros pijamas limpios  nos acomodábamos en la salita de estar para disfrutar del UN, DOS, TRES. ¿Había algo mejor que eso?: “por 25 pesetas, ciudades que empiecen por C, UN, DOS, TRES responda otra vez”, “son amigos y residentes en Madrid”, “y hasta aquí puedo leer”…, simplemente genial. La Ruperta fue protagonista principal, aunque luego llegó La Botilde. Había humor, diversión, baile, y muchas ganas de ser azafatas del programa y ponernos esas gafas grandotas.

Las series también eran geniales, aunque algunas las veamos años después y se nos caiga el mito, pero miramos para otro lado y decimos: “eran las mejores series”. Porque no podemos negar que V nos enganchó, con esa mujer de mono ceñido comiendo ratas que si la vuelves a ver te planteas si llevábamos un chip puesto que mejoraba la capacidad de imaginación de nuestras neuronas. Siguiendo un poco la  línea pero más divertida estaba Alf, que también creo recordar vino de otro planeta, Cosas de casa, Los problemas crecen, y la que a todos los de esta generación  nos acompañó y nos creó pájaros en la cabeza pero nos encantaba soñar y vivir como ellos….”SENSACIÓN DE VIVIR”. Aquellos chicos de Beverly Hill con coches descapotables, flamantes casas y mejores fiestas. Una realidad paralela a la nuestra pero con mucho menos glamour. Me hace gracia ahora como había actores que ya casi pintaban canas, por expresarlo con ironía, y daban vida a un quinceañero. Sobre todo aquella, la menos agraciada y con gafitas, Andrea creo que se llamaba.

Para mí fue una gran época, vestía de uniforme en el colegio, esos vestidos petos que no sé ni cómo llamarlos, de cuadros y rebeca azul marino. Pero lo peor era el babi de cuadros azules hasta octavo de EGB, con 14 años, que al menos yo ya medía el metro setenta y tres que mido ahora. Como acto de rebeldía a veces nos atrevíamos a llevarlo desabrochado, que ya era algo.

Lucíamos bastante ridículas, pero lo pasábamos genial en los recreos  con un elástico, una comba de esas de cuerda gruesa que eran las mejores o jugando a los cromos. Luego estaban los juegos de palmadas, que quizás nos desarrolló la memoria y la psicomotricidad  con tanta canción pegadiza. Al ritmo de “latas, plis, que buenas que son, las latas de Coca-Cola, de fanta naranja y de fanta limón”, saltábamos al elástico. Con “de una de dos y de tres, pluma tintero y papel, para escribir una carta a mi querido Miguel”, saltábamos a la comba,  y con “doctor Jaro cirujano hoy tenemos que operar en la sala 104 a una niña de su edad…”, hacíamos los juegos de palmadas. Todo eso mezclado con los cromos, nos colocábamos en corro en el suelo, sentadas sobre el frío cemento del patio del colegio y luchábamos por darle la vuelta de una palmada al mayor número posible. Tengo que decir que todavía los conservo en mi caja original, así que queridas Micaelas,  tengo en casa un poquito de esencia de cada una de vosotras. Que ahora que lo pienso, cuando todo esto pase, ¿qué tal una tarde de juegos de palmadas, elástico, comba y cromos? Aquí demostraremos nuestra habilidad, algunas nos quejaremos del dolor de rodilla y  los achaques de muchas, que aunque seamos una generación dura y estemos divinas de la muerte, los años pasan.  ¿Qué tal una tarde de risas y música, recordando nuestro viaje de estudios donde volvimos loco al conductor del autobús y dónde mi primer flechazo lejos de ser con un chico, fue con cuatro? Sí con cuatro, con mis cuatro Hombres G.

Escuchamos esa cinta de música hasta decir basta, iniciamos nuestra época de carpetas forradas con las fotos de nuestros ídolos musicales: AHA, ALASKA Y DINARAMA, MIGUEL BOSÉ, ALEJANDRO SANZ, EUROPE, MECANO, DAVID SUMMERS…, de nuestras pelis favoritas: REGRESO AL FUTURO, ET EL EXTRATERRESTRE, LOS CAZA FANTASMAS, KÁRATE KID, LA HISTORIA INTERMINABLE,…..Leíamos Súper Pop, Tele Indiscreta, y los más adelantados “El Vale”. Llenábamos la habitación de posters, y decíamos eso de “guay del Paraguay”,  “me las piro vampiro”, “eso me mola “, “son las carne menos hueso y un minuto  “, “te lo juro por Snoopy”... Veíamos Tocata, escuchábamos LOS CUARENTA PRINCIPALES con José Antonio  Abellán, e intentábamos grabar en una cinta de cassette nuestras canciones favoritas, siempre atentos para cortar cuando el inoportuno locutor hablaba.

Si tengo que ser sincera, lo pasaba bien con el elástico y la comba, de hecho con mis amigas del barrio, sobre todo con mi inseparable y  FOR EVER  amiga Carmen, hacíamos verdaderos maratones  enganchando el elástico a una farola, no era lo mismo, pero nos apañábamos bien.

Pero había algo que me encantaba, jugar a las canicas y a la peonza. Me unía al grupo de los chicos, mi primo Juanma (el cartero rural) y sus amigos, dibujábamos sobre la tierra del suelo sin asfaltar una especie de óvalo y jugábamos al huevo. Como he dicho, soy una eterna ochentera, así que conservo mis canicas, mis peonzas…Algunas de esas peonzas me las partían como decían los chicos, “de un puazo”.A mí me gustaba pintarlas de colores y mil cosas más. Era divertido, me acusaban de “ empalillar “con las canicas, pero a mí me daba igual. Subía a casa cuando conseguía alguna de esas que considerábamos especiales, de algún color brillante o plateado.

Allí en mi barrio, en Santa Lucía como ya os conté en mi artículo de La Mufla, también disfruté de momentos muy bonitos. Salíamos con las bicis, primero con mi BH azul  y después con mi GAC granate, una pena no conservarlas porque ahora son vintage y muy bien valoradas. Paseábamos, comprábamos hilos de colores y chuches y pasábamos unas tardes de lo más entretenidos haciendo pulseras y hablando. ¡Qué simple  y qué buenos momentos! Nos intercambiábamos libros, yo tenía un montón de Puck, Los Hollyster, Los gemelos, y los que tengo mejor guardados, mi gran tesoro, los libros de comic de ESTHER Y SU MUNDO.

Había una papelería, que todavía huele como entonces. Lo sé porque he vuelto, y aunque su dueño, “ El Meli”, ya no está, se respira la esencia. Cuando mis abuelos me daban la paga o cada vez que conseguía juntar algo de dinero echando una mano en La Mufla de mi padre, iba con mi amiga Carmen a por algún artículo soñado que lucía en aquellas vitrinas al entrar a la izquierda. Porque allí estaba el paraíso de color rosa de Candy dols, Sandy y Sam, esas gomas de borrar con olor a nata, el porta lápices de Tarta de Fresa, la mochila de los osos amorosos… Lo elegía y entregaba con orgullo ese puñado de monedas a cambio de mi capricho soñado.

Me niego a decir frases que no quiero decir, porque no quiero parecer lo que no creo que soy, una mujer madura de esas que dicen “en mi época….”. Pero es que es cierto. Aquellos caprichos eran verdaderos caprichos, eran colecciones que vendían en las mejores papelerías, eran pequeños tesoros que apuesto muchos conserváis. Ahora compras un montón de esas cosas por muy poco dinero, pero entonces, no voy a decir un lujo, pero basta con ver la ilusión con la que los conservamos para saber el valor que tenían para nosotros. ¿O no habéis ido a Casa Garnero en la Calle del Carmen en época de comuniones? Aquello era el paraíso.

Así que tengo en casa una cajita, bueno una buena caja de recuerdos. Toda mi  infancia y juventud está aquí dentro y hoy la he querido compartir. Porque de lo que estoy segura, es que vosotros también tenéis una, ya sea física o en vuestro corazón, y quizás hoy hayáis subido al altillo o bajado al trastero, o simplemente hayáis rebuscado dentro de vuestros años pasados.

Y hoy sigo siendo así  en muchos aspectos de mi vida. Disfruto con pequeñas cosas, me ilusiono con detalles inesperados, y me vuelven todos estos recuerdos que he podido compartir con vosotros y que han revivido con  algo tan insignificante como ha sido escuchar el camión del tapicero.

FELIZ DOMINGO, FELICES OCHENTA.

                                                                                     EVA GARCÍA AGUILERA