EL CALLEJÓN DE LA SOLEDAD

La Ventana de Eva
La Ventana de Eva

EL CALLEJÓN DE LA SOLEDAD

Era muy pequeña. Quizá rondaba los siete u ocho años, no lo recuerdo con exactitud. Pero sí que tengo la certeza de que era Semana Santa. Porque había muchísima gente, iba acompañada junto a mis padres y alguno de mis primos que venían por vacaciones en estas fechas, y  todo olía a eso especial a lo que huele mi ciudad en esta época de celebración.

No sé explicar lo que me ocurrió, pero sentí estar en un lugar mágico.

Volvía a ser Semana Santa, pero ya era una jovencita de 19 años, cogida de la mano de su chico que intentaba encontrar un atajo y evitar el tumulto que en estas fechas eran y son inevitables. Recuerdo muchísima gente, calles estrechas repletas de chicos y chicas pasándolo genial en la puerta de los bares de copas de aquella época. Clip, n20, La Sastrería, El Séptimo Escalón… Mi chico me iba conduciendo con gran habilidad por aquellos lugares que me hacían creer que era la primera vez que caminaba por ellos. Hasta que de repente desembocamos en un lugar que me frenó en un instante. Un altar, el cuadro de una Virgen, velas…

Me quedé quieta, respiré e inhalé la magia que sentí cuando era niña. Entonces iba de la mano de mi padre, mis manos eran mucho más pequeñas, pero me arriesgo a decir que los sentimientos fueron los mismos.

Desde ese día jugué a perderme entre las callejuelas antiguas para llegar a aquel lugar. Y sí, justo lo que estáis pensando, hoy todavía lo hago. ¡Perderme en mi propia ciudad!, es algo maravilloso.

Hace unos días me di un toque de atención. Sí, de esos que a veces os cuento que hago. ¡Cómo un lugar así todavía no había salido a la luz a través de mi ventana!

Y sabéis que a mí me gusta mucho dejarme llevar por mis sensaciones y luego arroparme de personas muy sabias que me cuentan muchas cosas. Conozco a  una mujer excepcional, Elena Ruiz, directora de nuestro Teatro Romano, que hace un tiempo me contó algunas cosas y que hoy me ha llevado hacia un libro que tengo en mis manos y me lo quiero quedar para siempre.

 

¿Sabéis si puedo tener pena de cárcel si no devuelvo un libro prestado a la biblioteca?  En el libro tan sólo hay escritas unas pocas líneas sobre ese lugar mágico, pero no os podéis imaginar lo que esconde dentro. Sólo tener en mis manos esas hojas que emanan olor a historias increíbles escritas a la manera que a mí me encantan que me cuenten las cosas…

Anoche casi llego al final, ¡y eso que tiene más de  500 páginas! Y os parecerá una tontería, pero me he levantado con aroma a sabiduría, ja, ja. Digo yo, que algo se me habrá pegado de D. Federico Casal Martínez, que fue cronista de la ciudad de Cartagena, nació en 1867 y tengo en mi poder la edición de su libro de 1930.

Al final no me queda claro si me pueden meter en la cárcel por no devolverlo a la biblioteca en 15 días. Oye, qué igual me dijeron 15 años y estoy aquí yo estresada.

Pero iniciemos el paseo, que es muy bonito… Vamos a adentrarnos en la fascinante historia del Callejón de la Soledad. Acompañadme.

Había un entresijo de calles estrechas en la ciudad de Cartagena, muchas de ellas desaparecidas por la recuperación del Teatro Romano, un gran hallazgo. A aquel lugar le llamaban el Barrio de los Pescadores. Me quedo perpleja. Yo que he vivido en el barrio pesquero de mi ciudad, el barrio de Santa Lucía, descubrir que inicialmente ocupaba la zona colindante a la Cuesta de la Baronesa, la Catedral Vieja…

Un laberinto de callejuelas entrelazadas, que si abrías los brazos en cruz tocabas con la punta de los dedos sus paredes a derecha e izquierda. Un barrio pesquero donde sus gentes caminaban hacia arriba y abajo, sin saber que debajo tenían un teatro romano. Así es la vida. Ahora cobra sentido el dicho ese de las abuelas. A mí me decían, anda, mira bien por donde pisas. Sería porque siempre iba observando todo e imaginando las formas que tenían las nubes

Pero volvamos a los pescadores. En aquella época era la principal manera de ganarse la vida, una fuente de ingresos importante, sin olvidar nunca el duro trabajo de estos hombres.

En aquel barrio había una calle, la calle de la Soledad. Una calle que todavía existe. SOLEDAD. A veces necesitamos esa soledad para encontrarnos y seguir adelante. ¡Ya empiezo con las reflexiones!

CALLE DE LA SOLEDAD, ilustración de D. Francisco del libro Historias de las calles de Cartagena de D. Federico Casal Martínez.

Sin embargo, durante mucho tiempo, en honor al patrón del gremio de los pescadores ellos llamaban a esta calle Jesús Nazareno.

Tiempo después alguien colocó en la fachada de su hogar una estampa con la Virgen de la Soledad alumbrada con un farolillo de aceite, así que desde el siglo XVII, su nombre fue y es calle de la Soledad.

Y ese arraigo no se fuerza, esos sentimientos, esa magia, el fervor, nace de las personas. Da igual si eres creyente o no, hay rincones que se convierten por un motivo u otro en ese lugar que cuando pasas por él algo ocurre en nuestro interior.

Y un siglo más tarde, en un rincón, los propios vecinos pusieron un altar con la Virgen de la Soledad donde cuentan que hasta 1820 se estuvo diciendo misa.

¡Nunca le faltaron flores ni velas! Ni limpieza. Sobraban las manos generosas que iban pasando de generación en generación para que ese lugar siguiera siendo la calma y la paz para las almas dañadas o perdidas.

Un lugar que ha sufrido reformas, no siempre aceptadas por los vecinos.  Se quitaron los azulejos y se pintó de azul. ¡La polémica estaba servida!

Pero me cuentan que el color inicial del Callejón de la Soledad era el azul, porque es el color de la Virgen. Y en su última restauración quisieron darle ese color, que me dicen que si vas hurgando en las capas del paso del tiempo, ya estaba en aquellos siglos pasados.

 

Hay quien dice que es un lugar casi de peregrinaje, un arco que da entrada a un rincón cubierto que arropa a la Virgen, a Jesús Nazareno y a todos los que acuden y en silencio o en voz alta, rezan y entregan una flor fresca.

Y cuando un sitio se viste de misterio, se ensalzan los milagros, las leyendas se van escribiendo en el aire.

Hablan de una joven que cada día iba a rezar a la Virgen para que regresara su amado que se fue a la guerra y nunca volvió. Pero cuentan que aquel día en el que murió, ella se encontró con él junto a la Soledad.

También cuentan por qué en este barrio había una calle que se llamaba Orcel.  Jaime Orcel era un arráez de la pesca que gozaba de gran popularidad. Era rápido en preparar su embarcación para salir en busca de los corsarios cuando avisaban que había barcos enemigos por nuestra costa.

Tenía varios arcabuces, que he aprendido que era un arma de fuego, tipo fusil, y dotaba con ello a sus hombres.

Sí, era una época de piratas en una zona donde era importante defenderse. Y por ello, a una de las calles cerquita al callejón de la Soledad, se le puso el apellido de este hombre.

Una pena, una calle de las tantas que desaparecieron sin que supieran que escondían debajo un tesoro, un Teatro Romano increíble que mira y hace guiños a la Virgen de la Soledad.

Y el cuadro de  nuestra  bonita Virgen está ahora a buen recaudo, mimada por grandes restauradores. Porque una vela de manera accidental… Menos mal que estaba cubierta por un cristal. Y la están cuidando y poniendo más guapa si cabe, porque ese rincón sin ella no es nada.

¿Sabéis que dicen que hay indicios de que el pintor de ese cuadro sea Francisco Portela? Sería muy especial ponerle nombre a una pintura tan importante para los cartageneros, que estamos deseando volver a encontrarnos frente a tus ojos de mirada limpia.

Así que vuelve pronto, porque a veces, cuando me pierdo a propósito en los días de solecito hasta llegar a ti, me siento un poco sola, pero nunca en SOLEDAD.

FELIZ DOMINGO

EVA GARCÍA AGUILERA