LA CASA DEL NIÑO, EL DESPERTAR DE LA CARIDAD

La Ventana de Eva
La Ventana de Eva
LA CASA DEL NIÑO, EL DESPERTAR DE LA CARIDAD

LA CASA DEL NIÑO, EL DESPERTAR DE LA CARIDAD

 

He salido a dar un paseo. El sol asoma tímido esta mañana y desde cerquita del Arsenal de Cartagena ya huelo a mar. De repente he sentido como si alguien pidiera ayuda, auxilio, con esa mezcla de impotencia, enfado, pero también mucha tristeza y desolación. Mis pasos cada vez más rápidos han seguido al lamento, mientras los gemidos de dolor cada vez eran más fuertes. Muros altos y fuertes han frenado mi camino, y justo al mirar hacia arriba y leer CASA DEL NIÑO he escuchado un suspiro de descanso.

 

He rodeado este conjunto arquitectónico que ocupa toda una manzana, despacito, acariciando su piel con las yemas de mis dedos. Como cuando era pequeña, que siempre lo hacía cuando salía de paseo y mi madre me decía que me llenaría de microbios.

Es una piel con muchos años, pero se le nota fuerte, como esas baterías defensivas que tenemos en la costa. La Casa Del Niño es esa fortaleza que todos alguna vez hemos necesitado, ese lugar donde te sientes seguro, esa protección a la infancia de miles de niños de esta ciudad.

***

Hace muchos, muchos años, llegaban a Cartagena grandes empresarios mineros, la vida militar llenaba las calles de aquellos hombres que servían a la patria. Mujeres bonitas llegaron a enamorarse, quizá de personas de paso, que dejarían dentro de ellas una semilla a la que nunca podrían cuidar. Niños eran abandonados y recogidos de la calle para traerlos a este lugar donde hoy escucho lamentos y risas, llantos y carcajadas. Estoy un poco confusa.

La ciudad se movilizó, había que dar solución y cobijo, comenzaron las obras y no tardaron en colocar andamios, entonces de madera, de los que colgaban botes donde los ciudadanos aportaban, cada uno lo que podía, para dar luz a este lugar que fue inaugurado en  su primera fase en 1918.

Me cuentan que se construyó sobre terrenos de Camilo Aguirre, empresario de la minería que mantenía una estrecha amistad con el arquitecto que dio forma a este lugar, Víctor Beltrí. Hacía falta ese  solar para edificar LA CASA DEL NIÑO, para hacer comedores, grandes aulas, cocinas, y que sirviera de refugio nocturno y provisional para aquellos niños fruto del abandono.

Justo en aquel momento comenzó la venta de cupones, LA RIFA DE LA CASA DEL NIÑO, que todavía hoy continúa, para apoyar y poder ayudar en todo lo que fuera necesario.

TODA LA CIUDAD DE CARTAGENA SE UNIÓ PARA QUE ESTE EDIFICIO SE PUDIERA INAUGURAR EN 1918. CON LA AYUDA DE TODOS, LA CONSTRUCCIÓN DE  BELTRÍ SE CONVIRTIÓ EN EL SALVAVIDAS DE FAMILIAS SIN RECURSOS, Y EN UNA ENSEÑANZA DE VIDA PARA TODO EL PUEBLO CARTAGENERO.

Shhh, vuelvo a escuchar lamentos. Voy a asomarme por esta puerta verde que parece que…

¿Necesitas algo?, me pregunta un chico de carácter afable.

Es que he sentido que alguien pedía ayuda en este lugar y…

Ven por aquí, que vas a tener el privilegio de cruzar una puerta que ha estado más de 42 años sin utilizar.

Y allí estaba yo, con Gregorio, una persona increíble llena de amor por este lugar, cruzando la puerta de lo que sería una historia que no voy a olvidar nunca. En realidad de eso se trata, de recordar y que nunca se olvide, porque aquí tenemos mucho por hacer.

¡Madre mía, qué sensación inexplicable! Una nave enorme en proceso de reforma, que me trae esas risas que escuchaba junto a los lamentos y que dije que me sentía confusa. Las risas eran las de alegría de los niños de entonces, los niños salvados del hambre, del frío, de la desnutrición, de los que se divertían en las aulas aprendiendo, de los pobres y de los ricos que juntos convivían y aprendían los valores de los que hoy pueden presumir.

Los lamentos, los sollozos, la desolación venía de este edificio que quiere resucitar y volver a ser lo que fue. Quiere lucir bonito, como lo mimó Beltrí. Quiere que las aulas del primer piso, casi derruidas, cobren vida. Que la solidaridad vuelva y conviva con la docencia, que la esencia que todavía sigue impregnada entre sus paredes cobre el aroma de entonces.

En esta nave, todo comenzó. Se construyeron aulas para dormir, separadas por sexos, comedores amplios e incluso un ropero escolar. Dije que todos los cartageneros se volcaron en este edificio. ¿Sabéis quién aportó el ropero? Carmen Conde, nuestra escritora, la primera mujer en entrar en la RAE.

 

Unos años más tarde llegó la segunda fase por la necesidad de salvar vidas. La tuberculosis se llevó a muchos niños, así que en 1920 se construyeron aulas independientes para mejor aislamiento y orientadas para que el sol les aportara esa energía para seguir viviendo y creciendo. Esta segunda fase no fue de Beltrí, pero sí las otras dos que seguirían después. La idea fue de Felix Martí Alpera, un grande de la enseñanza que aprendió de los movimientos educativos de otros países y los puso en funcionamiento en nuestra ciudad, también director de las Escuelas Graduadas de Cartagena.

 

¿Puedo entrar en una de esas aulas, por favor?

Sí, puedes entrar. Aprovecha ahora que están los niños en el recreo.

¡Qué sensación!, no lo puedo explicar. Vida, mucha vida hoy, porque están habitadas por los niños de educación infantil del colegio Hermanos San Isidoro y Santa Florentina, pero, no es sólo eso. Bajo esas aulas de estilo vienés, que recuerdan a la estación antigua del metro de Viena, donde la estructura y el hierro pintado de verde me trasladan a aquel momento cuando…

Cuando los niños se sentían protegidos por las monjas que les daban cariño, enseñanza de vida y sobre todo alimento para continuar fuertes y sanos.

El complejo arquitectónico siguió creciendo y una capilla, un salón de actos, grandes aulas elevadas por bonitas columnas se fueron adaptando a las necesidades de todos.

Y llegó 1931, con LA GOTA DE LECHE. La empresa Bazán diseñó una máquina para rellenar de leche las botellas que suministraban a aquellos niños que sus madres no podían alimentar por problemas económicos. Mujeres embarazadas, recién nacidos, niños hambrientos… Todos eran atendidos, todos. Un médico les asistía y se salvaron muchas vidas.

 

Las Hijas de la Caridad movían cielo y tierra para salvar vidas, dar cobijo, repartir valores. Las voluntarias se iniciaron en aquel momento y todavía continúan con su labor. Pero ambas fuera de aquel lugar.

 

Sí, a veces la política no actúa bien. Hacen que un lugar como éste y las personas que lo hicieron posible se conviertan en los eternos olvidados.

Por eso los lamentos de impotencia, ¿verdad, edificio con vida propia?

Primero salieron las Hijas de la Caridad. Eligieron salir a que se perdiera aquel lugar. Después fueron invitadas a salir las voluntarias.

Prefiero no decir nada.

Bueno, la verdad es que sí. Porque hay muchas personas calladas que no quieren hablar, otras que hablan pero no quieren que se escuche su voz. Y al final el edificio grita y no se le oye.

¡QUEREMOS QUE VUELVA!

Queremos escucharte contar que fuiste un niño de LA CASA DEL NIÑO. Que te salvaron la vida con aquellas botellas diarias de leche. Que te hiciste mayor, fuerte, lleno de valores y que hoy eres abogado, empresario, policía o profesora gracias a las Hijas de la Caridad y al pueblo de Cartagena. O simplemente una buena persona que siguió viviendo gracias a la protección que necesitaste.

 

 

Y soy muy afortunada, porque Gregorio, conserje de este lugar, me ha ayudado a despertar esa caridad de la que se habla. Me ha emocionado, he soltado lágrimas disimuladas y he sentido que tenía cerca a esos bebés salvados.

Y vaya si lo he sentido de verdad, él es un encanto  y ella maravillosa. Porque sentada en una sala con una mesa camilla de las de antes, he escuchado a ese bebé de tres meses que un día llegó a este lugar, Quiteria.

Me llamo Quiteria Pérez y voy a cumplir 69 años. Desde los tres meses he estado con las Hijas de la Caridad de la Casa del Niño, MI COLEGIO. Mi madre me contaba que a los tres meses me llevaba a la GOTA DE LECHE y allí en botellas de cristal que limpiaban un grupo de personas maravillosas dirigidas por Sor Ángela, envasaban leche y nos la daban todos los días a los niños.

Don Juan, el médico, nos atendía. Allí iba muchísima, muchísima gente.

Fui creciendo y seguía en el colegio… Me gustaba por la noche acudir al sorteo de los cupones de La casa del niño. Mi momento más especial era cuando sacaban el bombo y sobre todo el ambiente de familia.

Quiero contaros que Quite, como le gusta que la llamen, se enorgullece al decir que es una hija adoptiva de Las Hijas de la Caridad.

En ellas encontraba el refugio cuando en su casa había escasez de alimentos, cuando necesitaba cobijo en días en los que sus padres echaban largas jornadas de trabajo. Cuando cumplió 14 años las hermanas le ofrecieron trabajar con ellas, pero con una condición, tenía que estudiar. Así fue como Quite ayudaba en el comedor, a las hermanas, se ocupaba de los niños y por la noche acudía al instituto.

 

Las Hijas de la Caridad la arroparon y ayudaron siempre. Sólo hay que observar su sonrisa y sus ojos cuando vuela por sus recuerdos.

No sólo a mí, me dice. Ayudaban a todo el que lo necesitaba. Las puertas estaban abiertas, la cocina, con aquellas croquetas y tortillas de patatas y las tostadas de tomate los domingos por la mañana.

Éramos muy felices. Fuimos niños felices porque ellas lo hicieron así. Siempre ayudando, pendientes de nosotros, de los más débiles y de los que tenían una familia sin problemas económicos. Querían vernos crecer sanos, que fuéramos personas educadas, que encontráramos nuestro futuro.

(Quite sonriendo en el colegio)

¡Cuántos cartageneros rescatados del hambre que hoy caminan por nuestras calles queriendo que se reconozca el corazón que late todavía dentro de este edificio!

Quite estudió tres años en la ciudad de Murcia. Las hermanas la ayudaron y ella a cambio prestaba servicios para agradecer ese apoyo incondicional.

Y se convirtió en aquella mujercita, profesora de matemáticas, llena de amor, esencia, valores, generosa y arraigada a sus Hijas de la Caridad. Entró con tres meses y terminó siendo profesora en este edificio que siempre la arropó. ¡Increíble!

 

Veo los ojos cristalinos de ilusión cuando rebusca en sus recuerdos. El día de su primera Comunión, con un baño de cariño y una gran chocolatada con bollos en aquellos salones amplios fue un momento pleno de ilusión. Para ella y el resto de niños y niñas que también sintieron el cariño y el calor de aquellas mujeres increíbles.

 

O cuando me cuenta que Sor Elvira salía a pedir a los comercios para entregarlo a los pobres y le compraba un bollo y una onza de chocolate. Para ella era el mejor regalo.

Eva, un día se marcharon las monjas. Esa fue la condición para que se mantuviera el colegio.

Y después ocurrió con las voluntarias.

Aquellas mujeres que lo dieron todo, tuvieron que salir de aquel lugar que ellas llenaron de vida.

Allí se ayudaba a todo el mundo, Eva. Y nunca se supo a quién y cómo lo hacían. Así todos los niños se sentían igual, los que tenían y los que no.

 

(Quite a la izquierda con el grupo de voluntarias. Una suerte poder estar con ellas)

Me estoy conteniendo la emoción, porque tengo delante a la que fue un bebé de tres meses que se hizo fuerte, valiente y sobre todo creció con un corazón de oro dentro.

Y ahora voy por la calle y observo a muchas personas de la edad de Quite, veo sus ojos con brillo y gesto de agradecimiento y pienso, ¿será un niño de La Casa Del Niño?

Se abrieron las puertas para salvar vidas, para convertirlos en grandes personas. Ahora es el momento de salvar entre todos este lugar, que vuelvan las voluntarias, que se les deje ayudar a quién lo necesita y que los niños, desde las aulas, inspiren solidaridad, compañerismo, lealtad y valor para que un día, dentro de muchos años, digan orgullosos por la calle, somos hijos adoptivos de La Casa Del Niño.

FELIZ DOMINGO

EVA GARCÍA AGUILERA