AQUELLAS CASAS DE VERANO

AQUELLAS CASAS DE VERANO
¡Me encanta el verano! Vale, vale, no os pongáis así. Que aunque no soy calurosa y me tapo por la noche… Uff, creo que no lo estoy arreglando. Lo que quiero decir es que… Sí, que estoy pasando más calor que en toda mi vida. Sin llegar a vuestro estado, pero creo que he sacado un abanico un par de veces y me he pulverizado en un concierto, en una plaza de toros con mi hija hasta empaparme entera.
Y lo voy a contar todo de golpe, no me pican los mosquitos. Nunca. Aunque estemos rodeados de ellos al lado de una ciénaga, ni se me arriman. En casa se enfadan, no sé por qué. Dicen que al menos tendrían que acercarse y probarme, pero ni eso.
Pero es que el verano es mucho más que calor y mosquitos. El verano es mágico. Los armarios rebosan de colores alegres; amarillos, naranjas, verdes…
Con cualquier cosa vamos espectaculares para bajar a un chiringuito de playa o junto al río para los que sois de interior. Bueno, con cualquier cosa… Ja ja, tengo una amiga peluquera que me dice, en verano no todo vale. Y es que yo el pelo lo tengo algo rebelde. Planchadito en invierno se queda perfecto, pero en esta época estival… Bueno, que salgo de la ducha, echo un poco de espuma sobre mi pelo mojado y a ver qué ocurre después de unas horas, cuando la noche de verano roza con el amanecer. Una espuma que encuentro del verano del 90 por lo menos, de esas eternas que ponen Giorgi al estilo vintage.
Porque entrar en una casa de verano es como caminar por un museo de sorpresas, un anticuario que despierta recuerdos e historias. Yo cada vez que entro en la casa de la playa, me viene ese olor a infancia, juventud, mar… Y da igual el tiempo que pase y la edad que tenga, que empiezo a rebuscar por los cajones y siempre encuentro algo nuevo.
Hay unos tebeos de Zipi y Zape con los que mi hermano aprendió a leer, que están que se deshacen , y no puedo dejar de disfrutar con sus travesuras cada vez que entro por esa puerta.

Y una cubitera que lleva accesorios a juego de, espera que lo suelto, la Caja de Ahorros del Mediterráneo. Casi nada, ja ja.

Aunque creo que nada puede superar a un abridor de botellas del supermercado Atila. Los que sois paisanos sabéis de qué hablo. Y los que no, pues… Sencillamente Atila fue un supermercado que marcó un antes y un después en mi ciudad. Todavía recuerdo cuando regalaban carros llenos de productos a los primeros clientes. Una locura que me hace sonreír cuando abro el cajón de la cocina y lo veo ahí, de color azul y plata, un poco oxidado por el paso del tiempo. ¡Si lo pongo en wallapop me forro!

Hay un cajón en la mesilla de noche de mi habitación de niña, que esconde tesoros. Bichos de goma, sí, una araña negra que se ha paseado por cada rincón de la casa repartiendo sustos de muerte a mis padres, a mi hermano, y ahora a mis hijas. Yo también he entrado en pánico cada vez que me iba a la cama y alguien la había puesto sobre mi almohada. La araña negra no la encuentro, pero verdes y marrones todavía duermen en ese cajón de madera, esperando seguir asustando a las nuevas generaciones.
Y una estantería de libros de Los Cinco, Los Hollyster, Memorias de una Gueisa, Pequeñas infamias..., que vuelvo a releer, al menos unas páginas, cada verano.
Bueno, y en un altillo todavía sigue intacto un bingo. Eso era emoción en estado puro. Me encantaba hacer girar ese bombo metálico repleto de bolas con números en su interior y cantar el número a modo niña de San Ildefonso. ¡Que sí, que lo de cantar ya sabéis que no lo hago nada bien!
Y marcábamos los números en los cartones con garbanzos o lentejas, en casa de la señora Agustina, una mujer entrañable, abuela adoptiva que se apuntaba al juego con toda su elegancia innata que siempre tuvo.
Lo sé, muchos de vosotros estáis ahora mismo sonriendo, pensando en vuestros propios tesoros escondidos en un rincón de vuestro verano. O recordando un amor de adolescencia.
Porque el verano es escenario seguro de un amor imprevisto, de un beso robado, de amores eternos o locuras de quinceañeros.
También de amigos, de noches de risas, de los primeros coches o motos, de crecer, madurar y seguir viviendo sin prisas.
De conciertos, teatro, viajes, cultura. Los días son largos, frenamos el ritmo, nos despojamos de la ropa, paseamos…
Así que estos días de calor, busca un rincón bajo el sol cálido reparador de tu cuerpo, encuentra el momento para observar la luna llena reflejada sobre el mar, regálate tiempo, el que mereces, y coge fuerte cada instante que te haga sentir bien.

Como cantaba mi amigo David Summers allá por el año 87, lo tengo preparado, ya tengo las maletas…
Una maleta que quiero llevar con poquito peso allá a donde vaya, pero con el deseo de que vuelva repleta de sonrisas, de vida, de instantes y de momentos de verdad, con las personas bonitas.

FELIZ DOMINGO DE VERANO
EVA GARCÍA AGUILERA