LA CATEDRAL VIEJA

LA CATEDRAL VIEJA
Siempre que camino sin rumbo, aparezco bajando los escalones de la calle Osario. Aunque primero hago una parada y observo los mástiles de los barcos, la cúpula de escamas de zinc de nuestro Palacio Consistorial... Es un lugar mágico, en el que si te quedas en silencio puedes adentrarte en aquellos siglos pasados cargados de historia.

Me giro y la observo. Allí sigue su torre con instinto de protección infinita, su puerta robusta que me invita a cruzarla y descubrir qué hay dentro.
Son tantos años escuchando el desgarro de los ciudadanos por verte desvalida, la lucha por devolverte lo que era tuyo, que yo hoy, que he tenido el privilegio de caminar hasta tus entrañas, te voy a hacer mi particular homenaje, mi bonita y emblemática catedral, iglesia o como cada uno te quiera llamar.

Hoy he podido sentirte, escucharte despacito, imaginarte, descubrir y dejarme llevar por las leyendas y anécdotas que no conocía y alguien que te adora ha querido compartir conmigo.
Y así es como hoy, despojada de polémicas y controversias, de reivindicaciones e impotencia, te voy a mostrar.
Desnuda, sin cubiertas, como sigues desde aquella guerra civil que te despojó de tu cobijo, para seguir sobreviviendo hasta nuestros días, sin perder nunca la devoción de tu gente.
Entro tranquila, no sin antes sorprenderme al saber que el nombre de la calle que es el mismo que el de esta puerta que me da la bienvenida, OSARIO, procede de huesario. ¿Sabéis por qué? Dicen que muchos siglos atrás, junto al templo, en edificaciones contiguas encontraron enterramientos. Aparecieron muchos huesos en las excavaciones realizadas durante tantos años.
Te observo, y ahora sí que puedo hablar por mí misma. Nunca te había visto por dentro, nunca. Sólo desde el Teatro Romano, y entonces te imaginaba, observando esa bonita portada que daba rienda a mis fantasías. Aunque todo cambia cuando me cuentan que Víctor Beltrí, al que admiro, fue el encargado de “remodelar” con un estilo neorrománico esa puerta con la que yo te soñaba un interior diferente. Nada que ver con tu realidad, mi bonita catedral vieja.
Desde dentro me haces sentir confusa. No soy capaz de definir tu estilo arquitectónico, los materiales utilizados son diversos y no parecen propios de una catedral.

Observo una columna, me llama mucho la atención. Es como si cada una de sus partes fuera de un lugar o época diferente. Su fuste, capitel, los ladrillos que la rodean. Y entonces me cuentan que la llaman Columna Bizantina, aunque tal y como sospechaba, de bizantina no tiene nada. Pero es justo su singularidad la que me anima a seguir, porque estos detalles te hacen todavía más especial.

¿Sabéis que me cuentan que no existe ningún documento histórico y fiable, ni restos que hayan sido localizados que puedan confirmar el escultor, arquitecto, materiales utilizados en su construcción y su procedencia?
Ni siquiera con las excavaciones. Y no será por falta de ellas. Otra cosa no, pero excavar en esta ciudad cartagenera…
Eso sí, tenemos información documentada de que debajo de nuestra catedral no había restos de ninguna mezquita. Y lo cuento porque dicen, que en la España reconquistada era tradición “plantar” una iglesia sobre la mezquita. Pero no es este el caso.
Debajo de nuestra catedral tenemos constancia de que había mosaicos y casas romanas del siglo I a.C.
Y ahora permitidme, llega el momento de evadirme, en el que inspiro relajada y ese lugar se convierte en mi recreo mental. Miro hacia arriba y unas columnas con forma de cruz se funden con el color azul intenso de esta tarde de mayo. Me dicen que son del siglo XVI, de una de las reedificaciones que se realizaron durante todos estos años.

Giro y fijo mi vista curiosa hacia la zona que da a la bahía. Y allí, alineadas, voy contando una a una las capillas de este lugar sagrado.
Hay una pequeñita al principio, justo a la derecha de la puerta que me dio la bienvenida. No, no es una capilla, es la subida a la torre que impresiona desde fuera, y que, entre nosotros, me quedo con ganas de subir.

La primera capilla tiene un color de piedra amarillenta que he observado en muchas de mis escapadas buscando historias. Es la capilla del Bautismo.
Le sigue la capilla de las lágrimas, cerrada con puerta de madera, esperando su restauración.
A su lado hay otra, también cerrada, pero no abandonada. Es la capilla del Cristo del Socorro. ¡Me hubiera encantado verla!, sería como haber sentido que queda vida y esperanza en este lugar que fue abandonado a su suerte. De ella estuvo saliendo el Cristo Moreno durante muchos años, en la que se considera la primera procesión del año.

La capilla del Concejo o capilla de los Cuatro Santos me ha devuelto un poquito la esperanza de sentirte viva. Me cuentan que gracias a una fotografía que realizó un turista en los años 30, antes de la guerra Civil, hoy se ha podido recrear para nuestro disfrute lo que fuiste entonces.
Los Cuatro Santos, del escultor Francisco Salzillo, vivieron aquí contigo. Y hoy, muy cerquita, en la Iglesia de Santa María, esperan volver algún día a arroparte como te mereces.

Y al fondo, tapiada y con el anhelo de que la vuelvan a llenar de vida, la capilla Oriental.
Y en ese recorrido, despacito, me he asomado indiscreta a algo que parece un pozo. ¿Cómo algo que me da escalofríos al mismo tiempo me vuelve loca asomarme y quedarme eternamente esperando a no sé qué realmente?
El pozo de San Isidoro. Un depósito de agua de la época romana que tiene más de dos metros y medio de profundidad y cuatro de largo. ¡Anda que los romanos no construían a conciencia! Aquí sigue, y sobre él estoy ahora mismo con un poquito de eso que me entra cuando algo me inquieta…

¡Estoy rodeada de tanta historia ahora mismo! Cuánto desamparo, tanto daño sufrido, bombas destrozándote, el abandono de tu obispo, que en lugar de convertirte en su niña mimada se marchó dejándote huérfana… Tanto dolor y sigues mostrándote bella a los ojos de todos, querida, amada, anhelada.
Unos dicen que no hay constancia de que funcionaras como catedral, porque comenzaron a construirte a mediados del siglo XIII. Y que en los archivos de la diócesis de Cartagena certifican que en 1260 se consagró un espacio de la mezquita de Murcia como catedral de la diócesis de Cartagena. Y que aunque el obispado todavía no se había trasladado, confirman que existe ese documento.
Y que en 1291 el obispo se marcha a Murcia con la autorización del Rey pero sin autorización del Papa. Dicen que fue un traslado ilegal, que no hay en el Vaticano ninguna Bula Papal que lo autorizara.
Y sí, entiendo el anhelo, la rabia, la reivindicación constante, porque fuiste abandonada a tu suerte. No sólo tú, sino la ciudad. Todos sabemos lo que supuso la marcha del obispo también para la economía y el desarrollo de Cartagena.
Dicen que reclamaron su vuelta en el siglo XVI, XVII, que en el siglo XIX la rozaron con las yemas de los dedos…
¿Huérfana? No, mi bonita catedral. Sin cubiertas, desvalida, has sido testigo de bodas a cielo abierto en los años 1960 y 1970. Tuviste un párroco que acogía a los que querían darte arropo y hacerte sentir viva.
Y cuando en los años 80 se puso fin a tu uso, tenemos constancia de que tuviste un inquilino muy especial, Paco el Nabo. Sí, signo de tu abandono total, aquella capilla fue su casa, y la pila bautismal su lavadora de la época. Cuenta que fue el primer hombre en donar su cuerpo a la ciencia, cuentan…

Y tú, nuestro trocito de historia, eres lección de que el amor sincero no entiende de perfección, que el amor no se fuerza, que tu ciudad te quiere, no se rinde, no te olvida, te anhela y sigue luchando porque tengas la vida que te robaron.

Y yo hoy, te he visto tranquila, porque el cariño, la devoción y el respeto se cuelan por cada grieta de tus columnas derruidas. ¿Y sabes una cosa?, creo que te he visto sonreír mirando hacia el Teatro Romano. Porque dime tú, ¿no es singular ser la única iglesia o catedral del siglo XIII que tiene un Teatro Romano?
A ver quién te supera ahora. Y es que no eres catedral vieja, eres muy, pero que muy sabia.

Feliz domingo de historia.
Eva García Aguilera.