DOS LOCOS EN UN MUNDO DE CUERDOS

DOS LOCOS EN UN MUNDO DE CUERDOS
Jimena acaba de llegar a casa. Ha dejado las llaves colgadas en la entrada, y eso que es un desastre, siempre las pierde. Se ha descalzado por el pasillo, ha colgado el bolso en el pomo de la puerta de su habitación y se ha echado boca arriba, con los brazos en cruz, sonriendo, sobre la cama.
Ahora mismo no existe nada más. Los días de alboroto, de reuniones solapadas, de un otoño que todavía no termina de aterrizar en su ciudad, la tenía un poco desatendida. Porque a Jimena le gusta prestarse atención. Eso se lo ha enseñado la vida y algunas de las personas buenas que tiene cerca. Prestarse atención, mimarse, sonreír en el espejo cada mañana, es algo de lo que no siempre se acuerda.
Pero esta mañana ha sido diferente.
Rubén lleva ya un buen rato en carretera, conduciendo tranquilo pero con el tiempo justo para llegar a su destino, firmar unos contratos pendientes y con suerte regresar a casa antes de que anochezca.
Él también sonríe, aunque a veces no se da cuenta. Él también tiene que aprender a mimarse, aunque con el tiempo ha aprendido a priorizar y está muy orgulloso de ello. Sube el volumen de la radio, la música es una buena compañía para los viajes largos. Suena una canción que le hace aumentar el volumen un poquito más. Es la canción, aquella que todos tenemos en nuestra memoria y que te hace viajar en el tiempo o despertar emociones.
Suena su teléfono. Tiene que cambiar ese sonido estridente cuando le llega un whatsapp. Lo coge y lee…
“¡no te he dicho que no cojas el móvil cuando conduces!”
Vaya, ha caído en la trampa. Es Jimena, siempre le dice aquello de, cuando llegues me avisas, porfa. No cojas el móvil cuando vayas conduciendo.
Y Rubén siempre cae una y otra vez. Le gustan las reprimendas de Jimena. Como cuando le dice que tiene que aprender a decir que no. Y le cuenta un cuento que en un segundo ella se inventa, sobre un niño que no sabía decir que no, se aprovechaban de él y no crecía. Rubén sonríe. Le gusta Jimena. Aunque pasen los años y la distancia sea infinita, se agarran, como dice ella, a poder vivir con los recuerdos.
Y hoy, un martes cualquiera de un mes al azar, Jimena y Rubén se han dado cita, como amantes de película de sábado por la tarde… Bueno, no, ¡cómo que de sábado por la tarde! Esas son un rollo, malas, malas. ¡Cómo que de amantes! Hoy Jimena y Rubén se han dado cita en un lugar que les arropa siempre que ellos acuden a darse un abrazo infinito y mirarse a los ojos.
Jimena ha llegado tarde. No encontraba aparcamiento, pero es la bomba aparcando en espacios más pequeños que el tamaño de su coche.
Por supuesto, Rubén la esperaba puntual.
Un golpecito suave en la puerta, unos ojos con ganas de comerse despacito y…
Siempre se miran a los ojos cuando sus cuerpos están entrelazados. Siempre. Siempre se abrazan fuerte cuando el volcán en erupción se va aplacando entre susurros y sonrisas.
Jimena siempre lleva chuches para después, cuando la calma llega a una cama de sábanas enredadas. Rubén siempre dice que no es sano que coma esas guarrerías.
Jimena se acurruca en su pecho, ronronea como una gatita y escucha las historias de Rubén. ¡Es muy curiosa!, en cada cita aprende cosas nuevas, y eso es tan bonito.
Él la anima a que siga adelante con sus proyectos, que se lance y demuestre la valentía que confía que tiene y que no le ponga freno.
Ambos se admiran, se respetan, se quieren.
¿Qué somos?, pregunta Jimena a Rubén.
¿Cómo que qué somos?, la mira asombrado.
Ellos no quieren poner nombre a las cosas que no son cosas, a lo que sucede sin saber por qué, a los acontecimientos que llegan sin avisar.
Ellos van hilando momentos, que durante años han convertido en historia.
¿Me vas a querer siempre, chico guapo?, pregunta Jimena con esa cara de picarona cuando se muerde el labio.
Claro que sí, responde Rubén. Las personas se mantienen unidas siempre que la sonrisa se dibuja en sus caras, cuando el corazón late rápido, se escuchan y no esperan más de lo que la vida les puede regalar.
Ella se ríe, le da un abrazo, agarra la almohada y le mira con cara de niña que se quedó con más ganas de chuches.
Él no es muy goloso, pero le gusta cerrar los ojos y aferrarse a ella, volcán de nuevo en erupción.
Somos dos locos en un mundo de cuerdos, dice Rubén.
¿Cómo?, pregunta todavía exhausta Jimena.
Me has preguntado antes, que qué somos, le contesta.
¿Sabes, Jimena, que tus ojos brillan mucho más que cuando llegaste hace unas horas?
¿Cómo has dicho, Rubén? Me gusta. Dos locos en un mundo de cuerdos.

FELIZ DOMINGO
EVA GARCÍA AGUILERA