UNA VIDA DE CINE

UNA VIDA DE CINE
Corría el año 1963 y un niño de 12 años subía a la cabina de un cine de barrio, entusiasmado, emocionado. Observaba a su alrededor, todavía con los calcetines por las rodillas y algún bostezo por el madrugón y el largo día de colegio que había llevado. Pero sus ojos brillaban al observar cómo el operador cinematográfico colocaba la bobina en un gran plato metálico.
Ese niño sintió que en aquel lugar iban a ocurrir muchas cosas, y que, quién sabe, quizá un día…
Me he levantado esta mañana muy ilusionada, y he caminado rápida para llegar puntual a mi cita. No conozco personalmente a la persona que me va a recibir, pero me ha bastado escucharlo al otro lado del teléfono.
Ding dong, suena el timbre. Soy Eva, le digo entusiasmada.
Y en un instante cruzo el umbral de un hogar maravilloso, donde Alfonso Santos y su mujer, Flori, me reciben con los brazos abiertos. ¡Qué bonicos son!
Soy afortunada. Estoy en el comedor de un hogar cálido, donde cada rincón cuenta historias bonitas, donde el amor se palpa y la emoción se incrementa por instantes.

Alfonso Santos, uno de los pocos, si aún queda alguno, de los proyeccionistas de cine en nuestro país. La tecnología ha dejado de un lado la proyección de manos de estos operadores para dar la bienvenida a los ordenadores que todo lo controlan.
Y sí, ese niño de 12 años, era Alfonso. Me cuenta con una memoria envidiable, que aquel día que le preguntaron a su padre si conocían a alguien para ser ayudante de operador, y su padre pensó en él, su vida inició un viaje muy especial.
Subió hasta la cabina de proyecciones del cine Coliseum, en el barrio de Santa Lucía, donde aquel 11 de mayo de 1963, en programa doble, se proyectaban las películas Duelo en la alta sierra y El Analfabeto, de Mario Moreno Cantinflas. Y le gustó tanto la experiencia que se llevó a casa de recuerdo un programa de ese día. El día en el que comenzó su gran colección de elementos cinematográficos y que yo hoy tengo la suerte de disfrutar.


Alfonso vivía en la castiza calle del Ángel de nuestra ciudad cartagenera. Y cada día se levantaba temprano para ir al colegio. Se esforzaba para que nadie le privara de seguir subiendo a aquella cabina y aprenderlo todo. Sabía que esa era su ilusión. ¡Le prohibieron bajar de allí hasta que cumpliera los 14! ¡No podía verlo nadie!
Algo ocurre en los ojos de Alfonso en ese momento. Me dice, ¿has visto la película de Cinema Paradiso? ¡Es que yo me siento ese niño!
Y ya os imaginaréis, llegué a casa y esa misma tarde vi la película. Emocionada me encontré con aquel niño entusiasmado por aprender del operador, aquel señor mayor que tanto le enseñó, del cine y de la vida. El niño creció, las vidas paralelas del protagonista y de Alfonso… ¡ No dejéis de verla!

Pero volvamos al cine y a mi amigo Alfonso…
A las dos semanas de estar en el cine Coliseum le enviaron al cine Monroy, también en el barrio pesquero de Santa Lucía. Me dice Alfonso, seguramente desde la cabina alguna vez vi a tus padres o a alguna de tus tías…
¡Mi familia y yo vivíamos en la calle Monroy! ¿Sabéis por qué se construyó ese cine y le pusieron ese nombre?
Había tres empresarios, Luis Puig, Mariano Pérez y Rodolfo Puig, a los que les tocó una quiniela de 14. ¡ Menuda suerte! Y como en aquellas décadas el cine estaba en su mayor esplendor, destinaron el importe del premio a construir el CINE MONROY, dedicado al poeta cartagenero José Martínez Monroy. Y fue inaugurado un 25 de diciembre de 1954.
Este cine era modesto. Dicen que el operador no se sentía bien valorado, y me cuenta Alfonso que tenía un disco de pizarra cantado por Antonio Machín y que cada día después de la película, lo ponía. La canción se llamaba Miseria, así que sólo con el nombre, muy alegre no debía de ser. Apodaron al cine Monroy como El Piojito.
Si alguien llegaba al barrio preguntando por el cine Monroy, muchos de sus vecinos se quedaban con cara de sorpresa.


En la acera de enfrente del cine mis abuelos tenían el negocio familiar, LA MUFLA de Ginés y luego con los años de mi padre. Y me cuenta mi tía Juani que desde la terraza de su casa veían el cine de verano. Ella también sabía lo del Piojito, y que salía una señora a la puerta a vender golosinas.
Yo eso no lo recuerdo, pasarían muchos años hasta mi nacimiento. Pero sí recuerdo que en mis años de niña y preadolescente ese cine conservó su misma estructura y yo escuchaba que aquel lugar era una carpintería.
Dice Alfonso que la primera vez que subió a la cabina del cine Monroy, se proyectaba la película de Antonio Molina, Esa voz es una mina. ¡ Vaya con Antonio Molina!, qué presente estaba siempre en este cine.
Alfonso dice que lo mejor de todo fue aprender, escuchar los consejos. Valora el amor y se siente afortunado por haber vivido todos estos años en el mundo del cine, aunque aquellos en los de compaginar su colegio de La Milagrosa con subir a la cabina y aprender, requiriera un esfuerzo adicional.
Y yo que he visto la película Cinema Paradiso, me emociono ahora imaginando a Alfonso correr rápido de un cine a otro para llevar las bobinas a tiempo. El material que recibían en aquellos años venía en condiciones pésimas, la calidad no era buena y a veces, muchas veces, se cortaba la película.
Me dice, Eva, no te puedes imaginar los insultos y los abucheos que recibíamos. Nos decían de todo menos bonicos.
Muchas experiencias bonitas. Coliseum, Monroy y pronto llegó el cine Rex, hoy una tienda de muebles, que todavía mantiene la misma estructura. Muebles el Cine, ja ja, originalidad en estado puro.
Me cuenta que fue la primera sala de cine en proyectar películas sin censura. Y que en una ocasión, con la proyección de la película Helga, el milagro de la vida, tuvieron que poner una ambulancia en la puerta y contratar enfermeras, porque se veía el nacimiento de un bebé y los marineros y resto de espectadores se desmayaban. Están ahora que ponen ambulancias en la puerta, ja ja.
Esta sería la última película proyectada por Alfonso antes de coger rumbo a quien le acogería sus últimos 45 años de proyeccionista, el Teatro Circo.

Eva, me dice de repente Alfonso. En la soledad de mi cabina, me sentía como un mago. Al proyectar las películas sentía que hacía feliz al público. Pero sé que al espectador siempre le ha importado poco la persona que hay detrás.
Entonces yo le digo, Alfonso, a mí siempre me importan las personas que hay detrás de las cosas, por eso estoy aquí. El valor que cada uno tiene en este camino de la vida es muy importante.
Y dicen que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer. Yo sólo digo que hay parejas bonitas que emanan ternura e historias increíbles, y yo he disfrutado de una especial. Flori trabajaba para una empresa de publicidad. Era la encargada de llevar al cine el material publicitario. Allí se conocieron, de allí salió su primera cita en 1978, en el cine Mariola, con la película La Coquitos. Lo que el cine ha unido…
Alfonso dice, cómo en La vida es bella, yo me sentía mago con Flori, por eso dos años más tarde nos casamos en la iglesia de San Diego . Y tenemos tres hijos de los que estamos muy orgullosos, porque ante todo, son buenas personas.
Hace unos minutos que veo a Flori al final del pasillo. No estoy segura de si le ha escuchado, pero hay dos carteles de cine colgados en la pared con las dos películas de sus vidas. ¡ Exacto! , los cojo y les digo, una foto justo ahí.

Y no me extraña que Alfonso la enamorara, porque escribe cosas muy bonitas:
Si el mundo fuera perfecto no existiría ni el cine ni el teatro. Pero como no lo es, siempre habrá historias que contar.
Flori nos acompaña en esa ruta por el comedor de su casa, porque ella es partícipe de todo eso. El cine también es su vida y disfruta de los logros de su marido.

Estanterías repletas de premios, placas de agradecimiento, dibujos de los niños de los colegios que ha visitado, programas de mano perfectamente ordenados por temáticas y fechas y… DIARIOS DE CABINA. Sí, sí. Son las mismas libretas que utilizaba yo en la academia de inglés de Juan y Serafín. Allí tiene recortes de las fotografías de la cartelera y apuntado el número de espectadores, tiempo de duración, número de pases, si era buena o mala…

Y me dice Alfonso, mira, aquí tienes la de tus amigos. Alfonso tenía el estreno de la película SUFRE MAMÓN de los Hombres G. Imaginaréis lo que tardé en preguntarle, ¿Alfonso, la valoraste de buena o mala?

La vida te da sorpresas, sorpresas te de la vida.
Y como siempre os digo, hay tanto y tanto que contar, que me encantaría guardar un poquito para aquellas anécdotas que unen nuestros recuerdos y nos sacan una sonrisa.
Como el concurso que hubo en la ciudad para ponerle nombre a un nuevo cine. El premio era dinero en metálico y un pase anual para el cine. Ganó una niña que propuso el nombre de Mar y Ola. ¡ Ya sabéis qué cine fue! Sí, MARIOLA.
O el día que el ayudante de operador le trajo con poco tiempo la película y omitió que por el camino se le habían caído las bobinas. Alfonso las fue colocando y , lo que imagináis, el orden no era el correcto. Hubo quien dijo que volvería al día siguiente porque no la había terminado de entender, ja, ja.
Recuerda con cariño a Maruja, la acomodadora del Teatro Circo, una persona atenta y querida que dice que siempre llevaba tiritas y aspirinas en sus bolsillos por si alguien tenía alguna molestia inesperada. Y que también era hábil en ubicar en la sala a la señora con sus niños estando el marido y la amante en la sala. Maruja, Maruja, si soy yo la acomodadora los siento a todos juntos.
Si esas cortinas y aquellas butacas hablaran…
Por eso dejaré para otro momento la posibilidad de volver un día al Teatro Circo, con Alfonso, solos, en silencio. Y agudizar el oído para escuchar historias del pasado. Porque ese lugar tiene tanto que contar, que merece un relato en exclusividad.
Y ahora sí. Acomódense en sus butacas, la bolsa de palomitas preparada, la cabecita apoyada en su pareja, que las historias increíbles no han hecho más que empezar.

Feliz domingo de cine
Eva García Aguilera