Y DE REPENTE, ABRIL

Y DE REPENTE, ABRIL
¡Umm!, la mañana está fresquita pero el sol ya saluda desde lo alto. Hace rato que correteo por la casa, de un lado a otro, como si fuera un detective que recoge pruebas de manera minuciosa para averiguar qué ha ocurrido en estos días.
Hay dos torrijas en el frigorífico que ya no tienen buena pinta. Y no será porque no las hice con cariño la tarde de Jueves Santo. Que no es porque las hiciera yo, pero salieron riquísimas. Y un capirote de caramelo que parece que alguien lo ha dejado a medias, eso sí, muy bien envuelto en su papel transparente. Lo voy a tirar a la basura, y las torrijas también. No me gusta cuando se quedan las cosas a medias dando tumbos si el final es que hay que tirarlas si no queremos coger algo malo.

Un sonido me dice que la lavadora está terminando. No sé explicar por qué, pero me encanta el momento del centrifugado previo a que se pare. Y entonces ella, mi lavadora, me muestra en un instante el caos y la vorágine de estos días pasados.
Un biquini, dos toallas de playa, camisetas de manga corta, manga larga, ropa de primavera, de verano, de invierno…
En el zapatero unas sandalias y unas botas. En el perchero un abrigo y una bufanda…
Pero, ¿qué ha pasado aquí?
Si los días previos a la Semana Santa caminaba yo bajo el solecito oliendo a ese preludio al que huelen las fiestas.
Si en esos paseos sonreía al vendedor ambulante que me ofrecía con gracia naranjas que olían a naranjas y limones con esencia de azahar.
El helado de avellana de mi heladería favorita era la ventana abierta a los días de luz y color, de playa y reencuentros…
Pues sí, lo que ha pasado es que el viento ha hecho volar las túnicas de los capirotes, que los niños se han mojado en la procesión de la burrica, y que el Domingo de Resurrección este año se ha quedado a las puertas de la iglesia de Santa María.
España entera ha estado revuelta. Pero de lo que sí he sido testigo es que el fervor, la pasión y la alegría han superado a la velocidad del viento de estos días.
Por eso no me ha faltado la emoción que siento cuando la ciudad se queda en silencio bajo las caricias de las voces que cantan la Salve. Pasarán los años, pero ese respeto de todos, niños, adolescentes, adultos, mayores, ante la Virgen…, ese respeto crea un clima tan especial. Me la sé entera, desde niña, pero sólo la susurro. Me da algo de cosilla, porque como no canto bien. Y pienso, ¿si me vengo arriba y rompo la magia? Así que susurrando estoy más mona.
¡Y he vuelto a la pescadería de Santa Lucía después de no sé ya cuántos años!

Un trono junto al mar con Jesús Nazareno rebosante de rosas rojas, un edificio con una luz azul envolvente y tantas personas amigas y conocidas disfrutando de algo tan nuestro. Un barrio de Santa Lucía, el mío, donde viví y crecí. Un enclave especial que me despertó recuerdos y que sin darme cuenta, escuchando una melodía de fondo me provocó unas lágrimas que me limpiaron un poquito la tristeza.

Lo que es cierto es que a nosotros el mal tiempo no nos frena. Qué queréis que os diga, no me puedo quejar. He bajado a la playa y he leído un buen rato. Me mojé hasta la cintura en el mar y me senté a seguir leyendo. El viento me la jugó, y una racha fuerte convirtió mis dos piernas en dos varitas de pescado rebozado Pescanova. ¡Pero puedo decir que he estado en la playa!
No han faltado los aperitivos, los paseos por Portmán, los paisajes mineros y algo de lo que estoy súper contenta, ¡he sentido de cerca las procesiones de Lorca!
Porque lo que está bien… Tenemos una región maravillosa y a veces parece que nos cuesta acercarnos a ella. Y había oído hablar de esas procesiones distintas. ¿Y queréis que os diga una cosa? Me han encantado. Porque hay que estar allí para sentir que dentro de ese jolgorio al que no estamos acostumbrados en esta ciudad militar donde todo es orden y belleza, hay respeto y pasión. Un espectáculo increíble donde cada una de las personas que forman parte de él llevan muy dentro una procesión que ensalza el arte, la fe, la historia contada desde el respeto más absoluto.
Conocía que al igual que nosotros tenemos californios y marrajos, ellos tienen el paso blanco y el paso azul. Y también esa rivalidad adherida a la historia.
Pero lo que me dejó exhausta fue ver que en la misma procesión coincidían ambos pasos. Perdonar mi ignorancia, no lo sabía. Me quedé tan perpleja como cuando una vez me contaron que de un mismo limonero podían salir dos variedades de limones, en dos cosechas diferentes, claro.
A lo que quiero llegar es que dije que necesitaba descansar y lo he hecho. Que estoy de vuelta con toda la energía que había perdido por el camino de la vida de los últimos meses.
Y que en estos días ha llegado abril y ya soy un año más sabia. ¡Sí, nací en abril, el cinco de abril! ¿Verdad que suena bonito, cómo a música?
Abril asoma con luz, con días más largos, con colores vitamina como el azul, el amarillo, el naranja o el turquesa…
Nos despierta los cinco sentidos para oler a mar, a las flores de azahar. Para acariciar la hierba mojada por la lluvia que cae finita sobre los campos. Vemos crecer los frutos de temporada que cuidan las manos de los agricultores y que una vez en nuestra boca sentimos el sabor y la frescura de la fruta de primavera. Abril, el piar de los pájaros, el graznido de las gaviotas al amanecer.

Mis queridos lectores, nos esperan historias muy bonitas para disfrutar juntos. Ahora sí, ha llegado el momento de mirar hacia delante y volver a las calles dando saltitos sin darme cuenta, mirar cada rincón como si fuera… la primera vez.
FELIZ DOMINGO DE ABRIL
EVA GARCÍA AGUILERA