No es país para viejos

La autovía de La Manga del Mar Menor es arteria de tráfico denso en época estival. Hace quince días una pareja de ancianos de ochenta y cinco y ochenta y nueve años fallecieron al entrar en sentido contrario y circular así varios kilómetros. Despiste, desorientación, ¿pérdida de facultades por la edad? Algo de eso parece haber intervenido en vecinos de estas tierras y conocedores de sus caminos.
No ha tenido que suceder este evento para tener una opinión sobre hasta qué edad debe permitirse llevar un coche. Siempre he pensado en los setenta y cinco como la edad límite para mantener la licencia de conducir. Alguno de ustedes se me enfadará al reconocerse con esa edad rebasada y me dirá que está hecho un toro, que conduce mejor que Niki Lauda y que solo usa el coche por ciudad. Setenta y cinco años. Al cumplirlos el derecho canónico obliga a los obispos a presentar su renuncia; sin embargo, me dirán que el obispo de Roma, alias el Papa, no tiene esa obligación (?).
“Hay muchos ancianos que están tan debilitados que no pueden encargarse en absoluto de ninguna de las obligaciones y tareas de la vida”. Catón el Viejo frente a Escipión y Lelio, protagonizan ese pequeño y delicioso tratado de Cicerón acerca de la vejez (De Senectute). Al llegar el verano, tengo un renovado impulso hacia los clásicos en una especie de contraataque frente al vocinglero estival ruido consumista.
Pongo el telediario. Joe Biden, con sus balbuceos, miradas perdidas, y andares robóticos. Unas semanas con todas las cámaras fijas en él, observándolo casi histológicamente al microscopio televisivo, escrudiñándolo por si aparece alguna debilidad, esperando a ver si el viejo mete la pata, o si se trabuca una vez más; tal vez un traspiés al bajar del Air Force One, a ver si pierde el oremus, o si padece un síncope que lo deje televisivamente KO, mientras al otro lado del cuadrilátero del ring electoral aparece la mirada condescendiente, oblicua y de cejas levantadas intermitentemente, como tic de superioridad, de ese pelirrojo mozalbete adolescente llamado Trump.

Ese morbo periodístico televisivo, esa alfalfa que necesitamos en el noticiero, ese programa de vídeos cortos que es ahora el telediario, porque la sociedad light no aguantamos el pensamiento algo elaborado. ¡Vamos a ver si Biden se pega un trompazo! El voyeurismo de contemplar la debilidad, senilidad o enfermedad en los demás, sacándolas de la ecuación de nuestra propia vida. Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras viva, leemos en el libro Sirácida.
Ciertamente resulta llamativo que EEUU esté a tres meses y pico de elegir presidente con dos primeros espadas, no ya solo carrozas, sino con comportamientos mentales llamativos. El aspirante Trump, setenta y ocho primaveras, y de características megalomaníacas. Joe Biden, que quiere revalidar mandato cumplirá quince días después de las elecciones presidenciales, ochenta y dos tacos. Guatemala y Guatepeor.
En este paralelismo neuropsiquiátrico, si Trump es la psicosis, Joe Biden representaría la demencia, médicamente entendida no como locura, sino como el deterioro adquirido de las capacidades cognitivas que impide la realización adecuada de las actividades de la vida cotidiana. ¿Le pasa eso a Biden? ¿tiene algún grado de demencia? ¿Están afectadas su memoria, voluntad o entendimiento? ¿Está loco Trump? No lo creo. ¿Su megalomanía es más un tipo de neurosis narcisista? Tal vez. De narcisistas jóvenes al mando entendemos también en España…
Sobre Biden desconocemos su estado neurológico, seguramente se mantiene muy lúcido, pero es que no les pedimos manejar el mando de la tele de su casa, sino que tienen en sus manos el jodido botón nuclear; en sus actividades cotidianas de presidente de los EEUU no está echar la partida de dominó, leer novelas, hacer crucigramas, pasear por el barrio, tocar el clarinete, hacer papiroflexia, disfrutar de los nietos, o charlar con el café con los amigos, sino tomar cada día decisiones muy importantes que afectan a millones de personas, americanas y del resto del globo. ¿Podemos permitirnos el lujo de tener dudas razonables de que el comandante en jefe de los EEUU no esté bien de la cabeza? La duda razonable es suficiente para no ser condenado en un juicio; la duda razonable mental debería inhabilitar a un candidato a presidente.
A Biden y Trump no les pedimos cargar con sacos de patatas de treinta kilos, sino ser capaces de llevar sobre sus hombros el destino de su nación. Cicerón ya decía que la pérdida de fuerza física de la vejez es algo secundario y su importancia es relativa. Y digo yo: ¿No es más propio del octogenario lúcido ejercer de consejero más que de líder ? Siempre hay excepciones (¿Mitterrand, quizá…?), pero en estos momentos parecería más sensato otro candidato; otra cuestión es si les da tiempo, o sus cálculos electorales…
Ramón y Cajal, nuestro premio nobel, escribió su libro último con este título: “El mundo visto a los ochenta años. Impresiones de un arteriosclerótico”. Cajal desaconseja desde luego esas labores políticas: El provecto debe renunciar al foro (…) el viejo debe abandonar cargos enojosos y de responsabilidad. Un libro variado e interesante. Me parece pues más oportuna la ancianidad como sede para hacer residir el consejo antes que el liderazgo. Un líder decide, un consejero aporta opciones, da alternativas, examina, comprueba. El viejo no tiene prisa; el líder tiene urgencias, frente a la saludable parsimonia del anciano. El propio discurso meditado y sereno de un anciano elocuente se gana a la audiencia, ¿hay algo más grato que una vejez pertrechada de los intereses de la juventud? (De Senectute).

Biden y Trump deberían ponerse pues su toga praetexta, esa túnica blanca con borde púrpura, e irse juntos al senado, al foro y debatir, aconsejar y opinar allí. En España ser senador significa cementario de elefantes. Pero senador y senado, son bellas palabras, un sitio propio del senex, del anciano.
Para el niño, papá lo sabe todo, para el adolescente y joven, su padre, ‘el viejo’ no se entera y no tiene ni idea; décadas más tarde, suspiramos: ¿qué hubiera hecho papá en esta situación? Catón el Viejo dice en De Senectute de nuevo: “Ni las canas ni las arrugas pueden adquirir autoridad de repente, sino que es la vida anterior vivida con honestidad la que toma los últimos frutos del prestigio”.
Gregorio Marañón atribuyó a cada edad de la persona un deber propio: "El deber primario de la niñez es la obediencia; el de la juventud, la rebeldía; el de la madurez, la austeridad; y el de la ancianidad, la adaptación". Por favor, Biden, Trump, adáptense retírense de la carrera presidencial, hagan caso a Cicerón, a Cajal, a Marañón; retiraos, disfrutad de la vida sosegada, del campo y vuestro rancho; retiraos al senado, no es país para viejos... presidentes.
Juan M. Uriarte