Muro y odio

Imposible sustraerse a la dolorosa actualidad palestino-israelí. Contemplamos estos días alucinados lo que sucede en el mediterráneo oriental. El conflicto lleva décadas activo. Hay mucho odio entre ambos pueblos. Odio, muro. La política lo invade todo y también en España y en todo el mundo están presentes las simpatías de los prejuicios y del partidismo político simplificador. Buenos y malos. Odio, muro. Parece obvio que ha habido unos atentados terroristas palestinos injustificables a hombres, mujeres y niños israelíes y eso ha desencadenado una crisis impredecible en su magnitud y duración. Parece obvio que Israel es un estado democrático de estándares occidentales. Parece obvio que el pueblo hebreo ha estado vagando siglos sin tener un territorio. Parece obvio que el pueblo palestino tiene derecho también a tener un estado propio. Parece muy obvio que Gaza está dominado por una organización terrorista llamada Hamás. Hay muro, hay odio. Resulta objetivamente evidente que Israel está rodeado de países de credo único musulmán, pero ninguno con una democracia con estándares homologados; algunos de esos países tienen nada escondidas intenciones de hacer desaparecer físicamente a Israel. La minoría numérica israelí se hace valer militarmente también de manera desproporcionada en ocasiones. Está presente el odio y el muro.
Un problema serio actual de las religiones hebrea e islámica es que tienen una visión exclusivista de Dios, sus fieles se consideran una élite selecta para Dios. Son elegidos y por lo tanto los demás somos impíos, pobre gente que vive en un submundo. Esta elección de Dios lleva asociada eliminar el mal, y así en los países islámistas realizan ejecuciones terroristas, son autenticas teocracias más propias del medievo; el pecador que no acepta la ley islámica es asesinado, debe desaparecer físicamente.
El muro y el odio existen en Oriente próximo. La visión exclusiva de un Dios único, celoso y enfadado con el infiel. El odio y el muro no está solamente en los ladrillos físicos, sino que puede estar en nuestro interior. Esta conflictividad enorme, este odio y muro entre Israel y los pueblos islámicos limítrofes no son solo geopolítica regional; son además riesgos a una guerra mundial, que nos afecta a la cómoda Europa. ¿Cómo salir de esta espiral?
El pueblo hebreo se considera el pueblo y raza elegidos y continúan esperando al Mesías… La Iglesia católica eliminó hace décadas de sus textos litúrgicos las referencias desconsideradas hacia los hebreos. Se les refería como el pueblo deicida, o como pérfidos judíos; hoy nos parece imposible. ¿Qué fue históricamente Jesús, sino un niño y hombre judío que habitó esas tierras hoy ensangrentadas?
La novedad cristiana católica contempla, completa y supera lo hebreo. Precisamente el aggiornamento del Vaticano II permitió expresar diáfanamente que no existía exclusión en la llamada a la felicidad que trae Cristo; es una buena noticia universal, no selecta; una liberación interior que no es particular, sino extensa a “la muchedumbre inmensa de toda nación, razas, pueblos y lenguas” (Ap 7, 9b). Estoy totalmente convencido de que la persona de Jesús es la única capaz de resolver este conflicto. Conflicto de muro exterior, muros interiores, odio político, odios personales…
Resuenan hoy actualísimas las palabras de Pablo, apóstol del Mediterráneo, viajero incansable, apóstol de los gentiles, es decir de los “no elegidos”, de los impuros, de los que estábamos excluidos y despreciados: “Cristo es nuestra paz. El ha hecho de ambos pueblos uno solo; Él ha derribado el MURO de ODIO que los separaba¨ (Ef 2, 14).
Juan M. Uriarte