Opinión

La Navidad, el abuelo y Arquímedes

Juan M. Uriarte
Juan M. Uriarte
La Navidad, el abuelo y Arquímedes

Recuerdo esos paseos con mi abuelo los días de Navidad. Los recuerdo con fruición. Salíamos a ver la ciudad, ese Bilbao lleno del bullicio urbano que me sorprendía. En casa me gustaba ver el bocho bilbaíno desde su balcón, llegaba a distinguir San Mamés con su arco blanco. No recuerdo grandes conversaciones con mi abuelo, era yo un niño de unos nueve años, diez quizá; no recuerdo el guión exacto, pero sí recuerdo el tono y sus efectos en mí.  Conservo la alegría interior, la sorpresa y la confianza total en él. Una seguridad absoluta, era una superioridad de muchas magnitudes. Era consciente totalmente de que estaba con alguien especial y experto, y de que eran navidades, el mejor momento para estar con él.

 

Bajábamos la cuesta de Ciudad Jardín y cogíamos un pequeño tren cercanías que nos dejaba en las Siete Calles de Bilbao. Íbamos a la Plaza Nueva, veíamos los puestos de compraventa, a veces al parque a ver los patos, no hacíamos nada, lo hacíamos todo, un valor infinito… También recuerdo en esos paseos de Navidades que entré por vez primeras en unos grandes almacenes, conocí el cortinglés, -mirar, pero no tocar-, y escuchaba a mi abuelo advertirme para no caerme al salir de la escalera mecánica, algo nuevo y sofisticado para mí.

 

Luces y bullicio en la calle; cercanía y amor en la casa. Esos días de Navidad los vivía con inmensa alegría, hoy retrospectivamente lo contemplo mejor, sin nostalgia dañina. Veo a la abuela Carmen y a mi madre contentas trabajando juntas en la cocina, poder estar mucho con mis padres y hermanos, tenerlos, poseerlos. Venían visitas, algunas desconocidas para mí, esperábamos al tío Fernando y la tía Menchu, que llegaban para unirse a la cena de Navidad; el tío Fernando solía traer algún petardo o invento. Estábamos todos juntos, íbamos a cenar. Desde un lado el misterio del Belén, sus figuras, nos miraban. Los abuelos tenían una vida modesta; no había grandes ostentaciones, no había un gran Belén, simplemente estaban las figuras sobre una gran tabla hexagonal con nosotros: María, José y el Niño; la mula y el buey. Y un ángel cerca con una buena noticia.

 

El año ha sido bueno, malo o regular, pero eso hoy, en estos días no es lo relevante. Hoy es Nochebuena y mañana Navidad. Y sobre ese punto de apoyo, gravita nuestra existencia. Dadme un punto de apoyo y moveré la tierra. Vale, Arquímedes, ya lo tenemos. Ese punto es el Niño Jesús, el Belén, la Navidad.

 

Luego te haces adolescente, joven, y piensas que la Navidad no es para tanto, que es un poco de emoción sensiblera y tal vez un mucho de cuento chino. Lo que suele suceder enseguida y a la vez es que empiezas a vivir, esto es a sufrir y entonces la ecuación de la vida laicista no te sale tampoco ideal como preveías, surgen eventos, te pasan cosas imprevistas, reveses, decepciones y te paras. Y piensas.  Y quizá vuelves a acordarte de la Navidad, de las cosas importantes, al menos una vez al año.  Es que quizá solo haya una cosa importante.

 

 

 

Siempre está la posibilidad de negar el paso a la Navidad, resistirse, oponerse. Esa opción existe, y también anida en nuestro interior, al menos germinalmente. ¡No me da la gana! ¡No me abro al misterio de Navidad! El Grinch, el renegón, el amargado, el Mr Scrooge de la novela de Dickens: El frío de su interior le helaba las viejas facciones, le amorataba la nariz afilada, le arrugaba las mejillas, le entorpecía la marcha, le enrojecía los ojos, le ponía azules los delgados labios; hablaba astutamente y con voz áspera.

 

La Navidad existe, la Encarnación existe porque puedes oponerte tercamente, porque hay un mal, un peligro y una posibilidad de perderte. Hoy es Nochebuena y mañana Navidad. Navidad y Verdad, Navidad y Familia, Navidad y Perdón, Navidad y Solidaridad, que es Caridad, que es Amor. El Niño Jesús no nace hoy, Jesucristo ya nació y Navidad es siempre vigente. Dios con nosotros. Hoy caigo en la cuenta. ‘Las ideas se tienen, en las creencias se está’, decía el filósofo.

 

Ya no tengo a mi abuelo Aurelio, recuerdo su olor y sus manos con venas prominentes -miraba yo mucho sus manos-, y su voz. El abuelo no me daba discursitos admonitorios, era comedido en todo; recuerdo su sonrisa y su mirada oblicua de pasiego fino. Creer en la Navidad es saber que lo volveré a ver. Lo recuerdo hoy de nuevo poniéndose los zapatos y preparándose porque bajábamos a callejear por Bilbao, sin gastar un duro, pero felices porque era Navidad. Mi corazón siente lo mismo hoy que entonces, que estamos en unos días especiales, sintiendo esa certeza de que algo grande sucedió y sucede. "Dadme un punto de apoyo y moveré tu vida". ¡Feliz Navidad, amigos!