La película de los fiscales

“Soy fiscal, formo parte de la maquinaria que acusa, juzga y castiga. Analizo las pruebas de un delito y determino quién debe ser acusado, quién debe ser traído a esta sala para ser juzgado ante sus semejantes; yo presento mis pruebas a un jurado, son ellos los que deliberan y determinan lo ocurrido". Así empieza hablando Rusty Sabich (Harrison Ford) en la película Presunto Inocente mientras la cámara va barriendo con su mirada una vacía pero solemne sala de audiencias. El thriller tiene su sorpresa final, pero termina con otra frase: “Soy fiscal. Me he pasado la vida asignando culpas. Hubo un crimen, hubo una víctima y hay un castigo”
Los fiscales, en el cine que vemos desde jóvenes, no caen simpáticos. El repeinado americano fiscal de distrito es un empollón frío, desafiante, irónico e insensible. Genera mucha más complicidad el abogado defensor; es humano, cercano, comprensivo, quizá porque a veces nos sentimos, falibles y empatizamos con la gente con problemas. Todos entendemos la frase del santo cardenal Newman: Cada pecado tiene su historia, no es un accidente. La empatía que nos acerca al abogado defensor tiene más enjundia novelesca. Además, el sistema a veces yerra, la sociedad tiene prejuicios y el letrado debe luchar contra los elementos cuando no la corrupción del sistema. Kathleen Ridley (la actriz Cher) en un apasionante thriller de titulo Sospechoso, es la defensora de un barbudo vagabundo, Liam Neeson, injustamente acusado de un crimen horrible (nada peor que estar en el sitio equivocado a la hora equivocada); la abogada descubre además corrupción en el juez que presidía la vista.
Sí, es mucho mas romántico ser defensor que fiscal. ¿Quién no ha querido ser Atticus Finch, aquel abnegado padre viudo y letrado defensor de impoluto traje blanco, que inmortalizó Gregory Peck en Matar a un ruiseñor? ¿Quién no ha querido defender a aquel inocente hombre de color acusado de violación frente a la turba acusadora llena de prejuicios raciales?
¿Quién no conoce en Algunos hombres buenos la archifamosa inquisitiva pregunta “¿ordenó usted un código rojo?” del intenso interrogatorio del teniente Kaffee (Tom Cruise) para hacer confesar al prepotente coronel Nathan Jessep (Jack Nicholson) la existencia de un sistema de ajuste de cuentas que operaba en la base de los marines en Guantánamo y generó un homicidio?

¡Qué bello ser abogado defensor en el cine! El fiscal no tiene esa retribución cinematográfica casi nunca, luego volveré al cine. Ser fiscal es ser acusación y acusar está feo. Ser un acusica decían en el colegio, eso es ser un chivato. No hay que chivarse, hay que dejar que las cosas fluyan para ser buen compañero. Sin embargo, la fiscalía tiene un bello nombre, ministerio público, Ministerio Fiscal, con mayúsculas. El fiscal nos defiende a todos, nuestros derechos de ciudadanos, impulsa el procedimiento y la acusación.
Mi crítica al ministerio fiscal en España no proviene de tópicos. Es una crítica estructural y de régimen interno. Afirma el artículo 124.2 de la constitución: El Ministerio Fiscal ejerce sus funciones por medio de órganos propios conforme a los principios de unidad de actuación y dependencia jerárquica y con sujeción, en todo caso, a los de legalidad e imparcialidad.
¿Pero cómo diablos se pueden conjugar los principios de legalidad e imparcialidad con el de dependencia jerárquica? Tenemos un problema serio especialmente cuando son políticos en ejercicio o sus familiares los afectados por las investigaciones penales. La obediencia jerárquica puede no casar con el principio de legalidad, porque al Fiscal General del Estado lo nombra por ley el gobierno. ¿Y de quién depende la fiscalía? Pues eso. ¿Cómo va a atreverse a impulsar acusaciones que perjudiquen al gobierno que le nombró? No solo eso, va a impedir que cualquier miembro de la carrera fiscal lo haga. La esposa del presidente Sánchez o el novio de Ayuso son ciudadanos sobre los que el Ministerio Fiscal debe pronunciarse como parte del proceso. Houston, tenemos un problema. Aquí tenemos una debilidad de nuestro sistema. Nuestro reprobado Fiscal General del Estado, Álvaro García Ortiz es hombre de permanente sonrisa televisiva, aunque creo que en las reuniones de Sala no hay tanta hilaridad; él sabe para qué lo nombraron y sabe quién es su amo. El hace valer el principio jerárquico, el ordeno y mando, que la ley le permite.
Volvemos al cine. Hay un fiscal que sí me despierta simpatías en la pantalla. Es el fiscal Adam Bonner (Spencer Tracy) en la deliciosa comedia La costilla de Adán frente a Amanda Bonner (Katharine Hepburn) abogada defensora y también esposa del fiscal; ambos coinciden casualmente como partes enfrentadas, fiscal y defensora, en un mismo caso de intento de homicidio de un marido infiel por parte de su mujer que los descubrió in fraganti y disparó con revólver. El juicio lo gana la simpática abogada feminista que humilla durante el juicio a su esposo y fiscal por lo que éste se enfada, afirmando que ella no parece tomarse en serio la ley. Casi al final del film, el fiscal Adam se encuentra a su esposa Amanda charlando animada con un amigo común en su domicilio. Adam entra en la habitación encañonándola con un revólver de apariencia real, pero de regaliz y Amanda le dice asustada:
- Adam, basta, no tienes derecho, no puedes hacer lo que intentas
- ¿Por qué?
- ¡Nadie tiene derecho… a quebrantar la ley!
Esa respuesta hace sentirse vencedor moral a Adam descubriéndole la broma del falso arma al comenzar a masticar el cañón de regaliz del revólver.
Esa es la fuerza de la ley y la fiscalía su garante. El fiscal no debe tener dependencias que le nublen o endulcen el juicio. Ni en el cine ni en la realidad. Dura lex sed lex.
J. M. Uriarte