Opinión

La procesión va por dentro

Juan M. Uriarte
Juan M. Uriarte
La procesión va por dentro

Las calles están revolucionadas. Es semana santa, es Semana Santa. El tiempo, muy desapacible, ventoso y lluvioso en casi toda España. Lágrimas de nazarenos y penitentes que no pueden procesionar. Agua en los ojos unida al agua del cielo. Agua que limpia calzadas, nutre tierras y salva corazones heridos. De su costado salió sangre y agua.

La Semana Santa no es un puente de El Corte Inglés, Semana Santa es algo más que vacaciones. Durante las primeras décadas de mi vida tuve ciertos prejuicios con las procesiones semanasanteras. Mi infancia son recuerdos de un patio castellano donde no madura el limonero, y en mi juventud primera hubo semicorcheas, pero no tambores procesionales. Burgos tiene una de las más bellas catedrales, pero no posee acervo procesional. Las siguientes décadas de mi vida fueron ya en tierra andaluza y sobretodo en el sureste español, ese sitio donde no suele llover, excepto al final de la cuaresma, cuando los penitentes miran al cielo ¿o es más bien al Cielo donde miran?

‘No me gusta la Semana Santa, pero me gustaría que me gustase’, escribía el otro día Rosa Palo con esa franqueza suya que atraviesa.

Muchas veces de joven veía yo el procesionismo con indiferencia. Era un escepticismo que provenía del juicio, confundido por la dualidad entre fe y religiosidad popular. Templos más vacíos, pero calles y terrazas llenas para ver nazarenos e imágenes, tallas de valor artístico y gastronomía, mezclada con incienso, tambores y música.

Los años me han hecho variar la perspectiva. Son no pocos los ateos y hasta anticlericales que procesionan o acuden a ver procesiones. Sí, es cierto ¿y qué pasa?  Quizá es su única manera, su única semana, o el único día en que de alguna manera aparece eso que llamamos el Misterio. Algunos saldrán por folklore o quizá por afirmación localista, porque la virgen de Villarriba es mejor que la de Villabajo; otros porque les retrotrae a la infancia, recuerdan a su abuela, o lo que durante décadas han hecho por esa palabra que suena a naftalina, pero que es tan importante: la tradición.

Pero sobretodo, detrás está esa imperiosa necesidad de vivir algo que no saben explicar, pues todos estamos necesitados de Dios y de perdón; todos deseamos poder estar en un sitio sin tener que dar explicaciones, sin que pasen lista, sin exigencias de perfección, un lugar donde poder ir con las manos sucias y llenas de pecados.

 

 

¿Pondrías tú la mano en el fuego por alguien? ¿Pondrías la mano en el fuego por ti todos los días del año? ¿Se fiaba Jesús de la integridad de sus apóstoles? ¿Se fiaba Jesús de la fidelidad, de la valentía de Pedro? Antes de que el gallo cante dos veces, me habrás negado tú tres. Habitamos frecuentemente en la inopia, en la luna de Valencia, o tal vez cerca de los cerros de Úbeda.

¿Somos malos? Más bien, somos débiles. Tú y yo. Y aquel y el otro, y el Papa y Clavijo. ´No me gusta la Semana Santa, pero me gustaría que me gustase’. No me sale amar, pero me gustaría que me saliera. Lo importante no es lo que amamos, sino que nos amó Él antes, Ese que sale en la talla de la procesión, detrás de la banda de música.

Dice Pascal: “La grandeza del ser humano es grande cuando se conoce miserable. Un árbol no sabe que es miserable. Saberse miserable es pues, ser miserable, pero es grande saberse miserable.”

Antes de que el gallo cante dos veces, me habrás negado tú tres.

Pedro se echó a llorar, es decir, se conoció, miserable y amado. Ir a la procesión es encontrarse con el Perdón y el Amor.

Ahora podemos salir ya de procesión, con velas, capirotes y cíngulos, con tambores, redobles y metales, con pecados por dentro y música por fuera.

 

Juan M. Uriarte