Opinión

Sonatina estival: El silencio de Begoña

Juan M. Uriarte
Juan M. Uriarte
Sonatina estival: El silencio de Begoña

Canícula estival, sol abrasa y calcina

polvo, sudor, hierro y meseta, el juez cabalga.

Canícula estival, fuego que arde y purifica,

¿quién osa molestar? ¿leyes y caballerías?

Alboroto en palacio, a la princesa llamaron,

cesó la música, sorpréndeles la noticia.

En Moncloa hay suspiros, Begoña ya no habla,

que ha perdido la risa, que ha perdido el color.

Catedrática iletrada desmaya y suspira

por dentro por su secreto descubierto, y calla:

¿Piensa acaso en el príncipe de Golconda o de China?

Pregúntale el juez por sus enredos y enmudece,

que no sabe nada, que es mujer lega y novicia,

no sabe acusaciones, responde al juez, parece.

Monosílabos de postre, pirueta y mutis,

tórnase muda, susurra que desconocía…

no sé qué, un no sé qué que queda balbuciendo.

“¿Acaso robar era delito, señoría?

¡Ay señor juez, perdóneme, pues soy iletrada!”

Profesora en chanchullos, cátedra del trinque,

Añora la vida previa, a todos recibía:

Decanos, rectores, contramaestres, juglares.

Probó fruta del pecado y está deprimida

ya cual mustia hada, muda y encerrada, ya

triste, azorada, desdichada por sorprendida,

ninfa desmayada e inapetente, ahora

quiere ser golondrina, quiere ser mariposa

volver a vivir, levantarse sin sentirse vahída.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,

ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata.

Su cuenta corriente medraba, master dirigía

pero Begoña ha perdido color, pulso y voz.

Devorarla buscan, ¡ultraderecha malvada y harpía!

Está presa en sus oros, está presa en sus tules

en jaula palaciega, rica, pero baldía.

 

Detesta cátedras, solo pupitre escolar

desea, aprende la universidad de la vida.

Duquesa baldía, sin risa, iletrada fresca,

“quiero enmendarme, se lo prometo, señoría”.

 

 

Canícula estival, sol abrasante, princesa.

Polvo, sudor, hierro y meseta, el juez cabalga.

A Pedro, amor, ha citado el juez Peinado, dicen.

No temas Begoña, se permite no delatarte

y tampoco cantará tu caballero andante.  

En el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte.

¡Qué bien lo dijo Rubén, qué versos hoy nos presta

Darío, aquel poeta de las tristes princesas!

Polvo sudor y hierro, Peinado el juez cabalga

Cid estival de Castilla y machadiana meseta.

 

Juan M. Uriarte