Opinión

PENSANDO EN VOZ ALTA: PARA ESCRIBIR: ¡MANÍAS!

PENSANDO EN VOZ ALTA: PARA ESCRIBIR: ¡MANÍAS!

PENSANDO EN VOZ ALTA

PARA ESCRIBIR: ¡MANÍAS!

Con esta tercera entrega cerramos la serie sobre manías a la hora de escribir, también ponemos punto y final al año 2019. Por si alguien se ha olvidado, todas las referencias están publicadas en: “El Rincón Literario de Paco Marín” en Cartagena Actualidad y Murcia Actualidad. También, mensualmente, en la Revista Cultural Agitadoras.

Como señalo, vamos a entrever algunos de los caprichos que atesoran, o atesoraron, nuestros amigos escritores en la soledad de su estudio, despacho o rincón a la hora de inspirarse y redactar.

Jordi Soler (México)… «Escribo descalzo y nunca paso por la ducha antes de terminar mi jornada novelística». Jon Arretxe (Basauri)… «Muchas. Me gusta escribir las novelas en los lugares donde las sitúo. Además, tengo que estar solo, en silencio, sin ninguna tentación alrededor. Suelo comer piruletas, chicles o gominolas mientras escribo, y también le doy un poco al trago, aunque sin pasarse».Antonio Parra Sanz (Madrid)… «Yo creo que las he ido perdiendo con el tiempo. He tenido manías de todos los colores, he llegado a escribir sólo de madrugada, con música clásica, con ópera, sin música, luego otras novelas las he escrito únicamente de día, una vez escribí tomando generosas dosis de cierto whisky porque era lo que bebía uno de mis personajes… El caso es que ahora sólo me quedan dos: escribir a mano, con pluma, y hacerlo en unas libretas cuadriculadas, casi como cuadernos escolares, sé que es un atraso en esta era digital, pero me gusta el tacto del papel y la forma en la que se desliza la pluma, y así cuando transcribo lo escrito ya voy haciendo la primera corrección. Ah, y también procuro no transcribir un capítulo al ordenador hasta que no está terminado en el papel». Luis Miguel Pérez Adán (Cartagena)… «Es curioso, cuando escribo, casi siempre mi gato Godofredo, se sube a la mesa y me mira mientras escribo. Eso no es manía...es curiosidad gatuna... Cierto, pero cuando no está me cuesta más». Alberto Soler Soto (Cartagena)… «Tres requisitos fundamentales cuando escribo: soledad, desnudez y una copita de calvados. Preferiblemente por la tarde; casi nunca por la noche. Aunque ocasionalmente tomo notas en pequeños cuadernillos escribo siempre a ordenador, con el que siento una mayor fluidez y precisión. Reviso mis textos invariablemente repitiéndolos en voz alta una y otra vez mientras deambulo por casa, es por eso que,aunque escriba desnudo nunca lo hago descalzo».

Santiago Álvarez (Murcia)… «Muchas, demasiadas para ponerlas aquí. Podemos decir que escribo muy temprano, a las 6 de la mañana, que soy un maniático de las plumas y de los cuadernos, tengo una pequeña colección. La voluntad de madrugar es porque necesito saber que me levanto de la cama para hacer algo heroico cada día. Escribo en un escritorio de madera maciza puesto cara a la pared, con la persiana bajada, en una habitación que puede recordar a la oficina de Mejías. La novela me acompaña todo el tiempo en que la escribo: mientras compongo la historia llevo siempre una libreta donde hago anotaciones todo el tiempo: de alguien que me cruzo o de cualquier cosa que me suceda puedo rescatar un matiz, un detalle que luego desarrollo en la novela. Vivo obsesionado por la historia hasta que consigo que esta salgo de mí». Carlos Salem Sola (Buenos Aires, Argentina)… «No tengo manías, aunque si alguien intenta leer sobre mi hombro lo que estoy escribiendo, arriesga su integridad física». Lorenzo Lunar Cardedo (Santa Clara, Cuba)… «No creo que tenga alguna manía o algún secreto especial. Soy un tipo normal. Un padre de familia que escribe después de garantizar el sustento de los suyos. Bebo bastante ron cuando no estoy escribiendo, y cuando escribo bebo mucho café». Juan Soto Ivars (Águilas, Murcia)… «Pues... Bien, Cartagena, ahí va. Yo escribo siempre medio borracho. Con un vaso de whisky sin hielo junto al ordenador. Le voy dando sorbitos y escribo mejor a medida que el vaso se vacía. En el momento en que me pongo el segundo, empiezo a escribir peor y cuando me lo termino, me voy a dormir. Como dijo Hemingway, escribo borracho y corrijo sobrio».Dolores Redondo (San Sebastián)… «Tengo frío cuando escribo, así que lo hago bien abrigada, con mantita, chaqueta de lana e incluso mitones, un café de vez en cuando y poco más».

Eduardo Lago (Madrid)… «Mi escritura necesita de dos vehículos distintos: un ordenador de última hora, donde centro los textos, y varios cuadernos de altísima calidad en cuanto a la encuadernación y el papel, a los que sumo un arsenal de lápices mecánicos y de colores. Siempre llevo eso en una bolsa. Me gusta escribir en los museos, en los trenes y en los bares. Cuando necesito revisar un texto largo cojo un tren que discurre a lo largo del Hudson, me bajo en Beacon y en una de las salas vacías del museo me siento varias horas a leer, y luego regreso al atardecer. En total son 7 horas y siempre me permiten ver lo que tengo entre manos». Cesar Pérez Gellida (Valladolid)… «Escribo con un secador de pelo conectado. El ruido me aísla del ruido. Algunos podrían decir que es una conducta extraña, pero es porque no lo han probado». Manuel Moyano (Córdoba)… «Debo estar solo y no se me ocurriría poner música, porque la prosa se genera en mi cabeza precisamente como algo parecido a la música. Visto ropa cómoda. Escribo directamente en el ordenador, salvo las ideas de partida, que he anotado previamente en alguna libreta. Maqueto las páginas en forma de libro, y según escribo voy imprimiéndolas, las recorto y las leo metidas dentro de algún libro: es como así me hiciera mejor idea del resultado final». Marcial Gala (La Habana, Cuba)… «Escribo a partir de las tres de la mañana y cuando voy a empezar una novela me preparo casi como lo haría un jugador de fútbol, corro y hago abdominales casi hasta matarme, sólo entonces cuando mi mente está lúcida empiezo a escribir». Félix G. Modroño (Vizcaya)… «Escribo de noche. Soy noctílope (no lo busquen en el diccionario). Y no puedo escribir si no tengo en casa Coca-Cola Zero y avellanas».

Hay muchísimas más. No sé si merecerá la pena volcar todas en un libro al que titularíamos: «Para escribir: ¡Manías!».