Opinión

REFLEXIONES SOBRE LA PANDEMIA POR CORONAVIRUS , por Juan Miguel Molina

REFLEXIONES SOBRE LA PANDEMIA POR CORONAVIRUS , por Juan Miguel Molina

REFLEXIONES SOBRE LA PANDEMIA POR CORONAVIRUS

Juan Miguel Molina

La Organización Mundial de la Salud declaró oficialmente que el coronavirus era una pandemia, un problema global que ha dejado paralizado el mundo, en una situación inédita que nos desconcierta y nos llena de incertidumbre.

Otras pandemias ya golpearon a la humanidad a lo largo de la historia, pero era difícil imaginar, que en una época de tantos avances de la biotecnología se iba a producir una crisis sanitaria con tan nefastas consecuencias.

Las medidas adoptadas por los gobernantes, han sido absolutamente ineficaces pues no han servido para evitar la avalancha de fallecidos, agravando la situación día a día ante semejante drama generalizado.

Y esto no es todo, ya tenemos llamando a la puerta una crisis económica de grandes dimensiones que afectará sobre todo a los más pobres y vulnerables; y a continuación sufriremos una tercera crisis política y social de efectos incalculables.

El Estado de Alerta decretado ha producido un gran impacto en nuestras vidas, con momentos de auténtico miedo, miedo a contagiar, miedo a que nos contagien, miedo a las incertidumbres, a la duración de la pandemia, a las crisis que se avecinan,

miedo y desconfianza por nuestro futuro; a pesar de tantas ruedas de prensa de nuestro gobierno, en modo castrista (más de una de duración y la falta de credibilidad en lo que dicen -mienten más hablan- )

Pese todo, debemos aprovechar el tiempo para reflexionar, para recapacitar, para replantear nuestro estilo de vida, nuestras supuestas necesidades, los ritmos, los gastos, las urgencias y las prioridades. Nos espera sin duda, unos cambios ciertamente drásticos, y no nos quedará más remedio que adaptarnos a la nueva situación.

Conviene recordar que de cada una de las crisis que la humanidad ha padecido .se ha podido salir gracias al esfuerzo y la voluntad, a la capacidad de sacrificio y de cooperación que hay en cada uno de nosotros. Como familia humana, hemos de aprender la lección: «Historia magistra vitae», la historia es maestra de la vida (Cicerón).

Ojalá salgamos de estas crisis mejores y más fuertes: más maduros, más responsables, más sensatos y más solidarios.

Las crisis cambiarán nuestras vidas, hasta el punto que cuando pasen, nada será

igual que antes. Seguro que tendremos que: hacer una renovación de nuestras actitudes, de la mentalidad, de los principios y los valores. Será un cambio profundo en nuestra vida, una renovación interior que comporta una nueva orientación general. Significa reorientar la ruta, replantear la meta de la vida, para que el eje vertebrador sea el centro que articule todos los demás elementos: familia, trabajo, creencias, compromiso social y político; en definitiva, la vida entera.

El progreso de la ciencia y de la técnica en nuestro mundo es muy grande, con un dominio sobre las cosas aparentemente ilimitado, hasta el punto de llegar a la clonación de seres vivos. Sintiéndose el ser humano tan poderoso, podría caer en la tentación de pensar que ya no hay necesidad de Dios, porque es “autosuficiente”: tiene la capacidad de controlarlo todo y de construir todo lo que desee, sin limitación alguna (craso error). Pero no olvidemos que esta historia no es nueva, es la historia de la construcción de la torre de Babel: quisieron ocupar el lugar de Dios, y por su soberbia quedaron confundidos y divididos, hasta el punto de no entenderse unos a otros.

. Nos toca aislarnos, recluirnos en nuestras casas apartados del mundo, de la sociedad, de los amigos, algunos incluso de la familia; recluidos con el móvil, el

ordenador y pendientes a todas horas de las noticias. Pero caigamos en la cuenta de que también es una ocasión propicia para considerar nuestra fragilidad y vulnerabilidad y, en fin, conocernos a nosotros mismos más a fondo, según la exhortación clásica: «conócete a ti mismo»; para repasar la película de nuestra vida y tomar mayor conciencia de quiénes somos, de los caminos por los que discurre nuestra existencia y de cuál es nuestro destino último.

En el itinerario de la vida son imprescindibles los espacios de silencio, de recogimiento, de reflexión personal, mirándose al espejo con sinceridad y sin tapujos. En estos días, en los que seguramente dispondremos de más tiempo, será bueno que entremos en nuestro interior, que revisemos la propia vida desde una reflexión sincera que facilite el encuentro con uno mismo, de tal modo que se haga más patente el sentido de las cosas y, sobre todo, el sentido de la vida y de la muerte. En todas las culturas encontramos las preguntas fundamentales sobre el origen y el final de la vida, sobre el mal y la muerte, sobre la propia identidad y el más allá.

Estos días recibimos mensajes que nos recuerdan la necesidad de luchar unidos si queremos superar esta crisis. Ojalá aprendamos bien –y nunca olvidemos– esta lección: el egoísmo y el individualismo no nos llevan a ninguna parte o, mejor dicho, nos pueden llevar al precipicio, al fracaso personal y colectivo.

Estoy convencido de que, cuando todo esto termine, nada será igual: habremos de tener en cuenta que la convivencia comporta la atención y el cuidado del otro, la reciprocidad. Esto significa estar atentos los unos a los otros, no mostrarse indiferentes ante la suerte de los demás, ser conscientes de la interdependencia entre las personas y las comunidades, ser más generosos y solidarios; no entendiendo la solidaridad como un mero sentimiento de compasión con los más débiles o con la persona necesitada que está junto a mí, sino más bien como la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos.

Para ello, necesitamos recuperar los valores y principios del humanismo clásico; necesitamos recuperar el patrimonio moral y espiritual de la humanidad; necesitamos menos odio y, sobre todo, más amor: ¡No le tengamos miedo al amor!